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PixelSHERLOCK Finished dos golosas con maldad! Calificación: de 5,00

Los mejores licores
Detuvo su auto a una cuadra del departamento de Ana y aferrándose al volante cerró sus ojos y sopesó las consecuencias de lo que estaba por hacer. Sabía que su decisión no cambiaría, pero quería estar segura de las alternativas que se le presentarían y cómo podría enfrentarlas.
¿Quién sería el desconocido al que se entregaría en un rato mas? Quería suponer que se trataba de algún amigo de su esposo o tal vez un familiar de suyo. ¿Cómo afectaría esta aventura a su matrimonio? Ello dependería del grado de parentesco de Mario con el desconocido que conocería. Se imaginaba que no podría ser un familiar cercano, más bien se inclinaba por pensar que se trataba de un amigo común.
En todo caso, creía poder manejar la situación y salir airosa de esta locura sexual que estaba por acometer, ya que se trataba de alguien que ella conocía y que si se había atrevido a secundar a Ana en sus planes era debido a que él también habría pensado en las consecuencias de esta aventura. Sí, era un amigo, ¿pero cual de ellos?

Se imaginaba que era joven, como de su edad, apasionado y dispuesto a hacerla suya a pesar de las dificultades que implicaban los lazos afectivos. Y ella se sentía segura de que no tendría problemas para entregarse a él, pues lo suponía alguien respecto del cual no se sentiría atemorizada de que no pudiera manejar la situación.

Prefirió desechar cualquiera otra posibilidad que no fuera la de un amigo de Mario y de ella y sacudiendo su cabeza para ahuyentar todo pensamiento que la hiciera debilitar en su decisión, bajó del vehículo y se dirigió decidida a su encuentro con el desconocido, aunque un ligero temblor en su cuerpo delataba el nerviosismo que la invadía a pesar de la seguridad que su paso decidido quería demostrar.

Ana abrió la puerta y la recibió con un beso en la mejilla, invitándola a entrar. Entró y su vista recorrió todo el recinto pero no había nadie más a la vista.

Desilusionada por este primer traspié, se sentó a charlar con su cuñada sin atreverse a preguntar por el invitado desconocido. Ana se sentó a su lado y puso una de sus manos en uno de sus muslos, en tanto la miraba a los ojos con expresión divertida y sin decir palabra alguna.

Un escalofrío recorrió a Edith por todo el cuerpo y apuró su bebida para ocultar el nerviosismo que le causaba la mano de su cuñada tan cerca de su sexo, que se encontraba sensible a las caricias después del masaje que se diera en la mañana.

Ana continuó con su mano en la parte superior de su muslo mientras con la otra la abrazaba y acercaba su rostro al de ella, en busca de su boca. Edith giró la cabeza y la miró directamente a los ojos y luego a sus labios carnosos, húmedos, de rojo intenso, incitadores. Se acercó a su cuñada ofreciéndole su boca para que la besara, lo que Ana hizo suavemente, posando con delicadeza sus labios en los de ella que los esperaban secos por el deseo y anhelantes por la excitación.

En tanto sus labios se unían en un prolongado beso y mientras sus lenguas se buscaban ansiosas, Edith sintió que la mano de su cuñada se metía por debajo de su vestido y subía en procura del premio que había al final de sus entrepiernas. Abrió sus muslos para facilitarle la incursión y abrazó a Ana con pasión, entregándose completamente a los deseos de esa mujer que la enloquecía con sus manos.

Se desprendió de su cuñada, se levantó y sacó su vestido por arriba de la cabeza, quedando delante de su amante compañera solamente en sostén y bragas, ambos de un excitante color blanco. Ana, se levantó a su vez y sin quitar los ojos del sexo de Edith, se desprendió del vestido y se quedó delante de su cuñada completamente desnuda, pues no traía nada puesto debajo.

La visión del cuerpo escultural de Ana la dejó atónita, pues su belleza era mayor a la que había exhibido el día anterior. Sus dos senos parados desafiaban a las leyes de la naturaleza. Sus piernas tostadas por el sol lucían como dos columnas de ébano perfectas, que realzaban una cintura digna de una modelo. Sus muslos eran el remate ideal para sus piernas largas y bien formadas.

El conjunto formaba una figura digna de lucir en un calendario, para deleite de los hombres, pero ahora estaba a su disposición para que obtuviera del mismo los goces que ella quisiera. Y pensaba disfrutarlo a plenitud.

Ana se acercó y le quitó el sostén y luego las bragas, lo que hizo de rodilla frente a ella. Con las bragas en el suelo, aprovechó que su cuñada levantó un pié para desprenderse de su prenda íntima para meter su rostro entre sus piernas, buscando su sexo cuyos labios mordió con los suyos delicadamente, estirándolos ligeramente mientras respiraba profundamente sobre el hueco del túnel amoroso de Edith, la que casi pierde el equilibrio por la exquisita sensación que le produjera el mordisco y el aliento caliente de su cuñada en la vulva y le pidió que fueran la llevara al dormitorio, al que acudieron abrazadas y besándose apasionadamente.



Ya en el dormitorio, Edith no necesitó invitación para tumbarse de espalda en la cama y abrir sus piernas, esperando que Ana la besara en sus partes íntimas para sentir la deliciosa sensación que le brindara el día anterior en su casa cuando por primera vez la hizo gozar con su boca.

Pero Ana tenía otros planes, pues se acercó al velador y sacó un consolador, que exhibió delante de ella con la clara intención de usarlo.

¿Quieres probarlo?

¡Sí!

Respondió Edith, abriendo aún más sus piernas para recibir este inesperado visitante, que tan bien respondía a su nombre, ya que era un consuelo ante la ausencia del invitado de su cuñada.

¿Alguna vez lo has hecho vendada de los ojos?

No, nunca.

De esta forma tu imaginación aumenta las sensaciones.

Ana le pasó una máscara de dormir de esas que se usan en los aviones, la que cubrió completamente su visión, sumiéndola en la oscuridad. Se sintió abandonada, aislada, en un medio desconocido, indefensa ante todo lo que pudiera sucederle, pero excitada en extremo sabiendo que todo lo que vendría sería en exclusivo beneficio de su erotismo.

En la penumbra a la que se había sometido sólo podía sentir y escuchar. Y sintió que uno de sus pezones era aprisionado por unos labios que tiraban del mismo con suavidad. La excitación fue instantánea y ella se revolvió inquieta por la necesidad de algo más concreto. El otro pezón fue aprisionado entre dos dedos y también respondió de inmediato al estímulo. Ambos pezones se endurecieron denotando el grado de excitación de su dueña, que se movía de un lado a otro en busca de un labio, un seno o cualquier cosa que besar.

Sintió como su túnel de amor era invadido pero no por el consolador que ella esperaba sino que por una lengua que iba en busca de su clítoris, para hacerlo explotar de excitación. Aunque con menos pasión que la primera vez, esta lengua igualmente logró su objetivo y Edith sintió fluir una corriente de líquido espeso en tributo del gozo obtenido, mientras sus manos se aferraban a las sábanas ya que no tenía otra cosa a la cual tomarse. Esta misma incapacidad de tocar a su amante ayudaba a que el goce que experimentaba fuera aún mayor. No podía ver ni tocar, solamente podía dejarse hacer, entregando su cuerpo a la voluntad de su bella compañera.

¿Te gusta, cariño?

¡Es lo máximo, vida!

Y aún falta lo mejor

Sintió las manos de Ana que abrían más aún sus piernas y luego la cabeza del consolador se ponía a la entrada de su sexo, moviéndose acompasadamente entre sus labios vaginales pero sin decidirse a entrar.

¡Métemelo ya, cielo!

Pero Ana quería hacer durar el momento y llevar su excitación al límite, pues siguió moviendo el instrumento en la entrada mientras Edith se revolvía enloquecida por el deseo, sintiendo que su ceguera momentánea y la imposibilidad de poder tocar nada la llevaban al delirio.

¡Ya, por favor, métemelo!

¿Lo quieres adentro?

¡Sí, vida, por favor, ya!

Y Edith levantaba su pelvis como intentando ir al encuentro del consolador, en tanto su cuerpo se llenaba de sudor por el deseo y el esfuerzo por ser penetrada, mientras sus manos se hundían en la cama, lo único tangible que tenía a su alcance.

Las manos de Ana apretaron más fuerte sus piernas, dejándolas bien abiertas y sujetas a la cama, impidiéndole moverlas.

Ahora, cariño

¡Sí, métemelo todo, por favor!

Poco a poco su túnel fue invadido y Edith perdió todo control cuando sintió el instrumento en su interior, moviendo enloquecida su cuerpo. Era tal su gozo que soltó las sábanas y buscó aferrar a su compañera de juego para tocarla mientras el consolador la penetraba, pero sólo pudo tocar un cuerpo varonil.

Alarmada, llevó su mano a la máscara que cubría sus ojos pero otra mano se lo impidió y la voz de Ana en uno de sus oídos le dijo:

Esta es la sorpresa que te tenía preparada. Continúa con los ojos cerrados y disfruta el momento antes de saber quien es el que te está poseyendo.

Edith se quedó quieta, cohibida con la presencia del desconocido que la tenía ensartada. Un dejo de vergüenza la invadió y sintió que sus ímpetus se aquietaban, pues no sabía cómo actuar, ya que estaba completamente indefensa mientras ese hombre disfrutaba a plenitud de su desnudez.

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