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Kaffeetrinker 2 el uro y la cobra 1parte Calificación: de 5,00

Los mejores licores
Entre crujidos y vaivenes, suave y lentamente, rompiendo la espuma de las olas, se mecía la hermosa galera del Emperador. Hyudus, el soberano más poderoso, reposaba tranquilamente en su asiento, ocupándose de sus asuntos y disfrutando del apacible viaje… para él. Para los galeotes, remeros forzados, la travesía no era tan agradable… en especial para uno de ellos. Kratos. Era el hijo adoptivo del emperador, un hombre fuerte, orgulloso, y ambicioso… y sus ambiciones le habían llevado a tirar de un remo, aunque él hubiera preferido que le llevaran al trono imperial… un escollo se había interpuesto en sus planes y dado al traste con ellos. Un escollo llamado Prima Bela.

Prima era sobrina legítima del emperador Hyudus, y no era un secreto para nadie que estaba colada por Kratos desde la niñez de ambos. Había quien decía que no sabía qué le había podido ver a un hombre que realmente, no era muy agraciado… tenía la cabeza redonda como un balón, y su pelo ralo castaño estaba peinado de forma que sólo se acentuaba más; su nariz ganchuda era bastante grande, y a pesar de su entrenamiento militar, no es que estuviese demasiado bien formado, pero era bestia como él solo, capaz de dar golpes que tumbarían una pared… entre sus hombres, se había ganado el mote de Uro, y aunque no le gustaba demasiado el tener por símil a un animal cornudo, como de momento no estaba casado, no era tampoco excesivamente importante… Sin embargo, pese a ser de carácter ególatra y difícil, pese a ser no muy agraciado, pese a todo, Prima le seguía considerando el hombre más seductor de la tierra… no es que le gustase, es que lo adoraba. Ella sólo veía hermosura en su rostro y su cuerpo… si bien tenía una curiosa manera de demostrarlo.

La joven se había criado con él desde que ambos eran muy pequeños, y muchos pensaban que sin duda por haberse habituado a él, le veía guapo y apetecible… por lo demás, Prima era muy juiciosa…. Y había aprendido bastante bien de las mañas de su primo, incluso más que él mismo. Astuta, cínica, sarcástica y cruel, a pesar de ser también soldado, había convertido su lengua en una espada mucho más afilada, y su cerebro en el arma de destrucción más poderosa que imaginarse pueda. Igual que su primo, también ella tenía un nombre particular, si bien éste le había sido otorgado por su propio pariente por el cual languidecía… él había querido que fuese un insulto, pero para ella fue motivo de orgullo… “Eres una serpiente venenosa” le dijo en una ocasión, teniendo trece años y ella once, en que le pescó mascando tabaco a escondidas. Le chantajeó durante dos semanas, y finalmente le delató de todas maneras, haciendo creer a su tío el emperador que Kratos la había obligado a ella también a mascar tabaco y la había amenazado para que no contase nada… su primo se llevó una azotaina y un buen castigo, y a ella la consolaron y compensaron con regalos. Desde entonces, Prima Bela era la Cobra.

Ahora, le había hecho una jugadita muy similar, pensó Kratos lleno de rabia furiosa mientras tiraba del remo y el sudor le empapaba de arriba abajo… él había querido derrocar de una vez por todas a Hyudus, su padre, para ocupar el trono imperial. Ella había simulado apoyarle, o lo había hecho realmente, hasta que a alguno de sus hombres se le había escapado que nada más sentarse en el trono, iba a contraer matrimonio con una joven princesa que había sido prometida a Hyudus. Es cierto que la joven tenía apenas veinte años mientras el Emperador tenía ya cincuenta… cumplidos hacía algunos años, pero aún era más que capaz de engendrar hijos. Fuera como fuese, aquél detalle del casamiento, no le cayó nada bien a Prima, y más sabiendo que la princesa era mucho más hermosa que ella. De modo que fingió no saber nada del himeneo, simuló estar de acuerdo en todo con los planes de su primo, y aún le dio valiosos consejos, como hacía siempre. Kratos hubiera desconfiado antes de su madre, de haberla conocido, que de su prima, por muy serpiente que fuese…. Por mucho cinismo que emplease con él, por mucho que ironizase contra él día y noche… pensaba que estaba a salvo por la debilidad que ella sentía por él. Efectivamente, Kratos podía ser fuerte, pero su inteligencia, no era tan aguda como le gustaba presumir.

Cuando llegó la hora de la verdad y se presentaron en el cuarto del Emperador, llegó la bomba. Siete hombres, contando a Kratos y Prima, irrumpieron en los aposentos imperiales. Kratos, lleno de gozo conminó a Hyudus a que se rindiera y depusiera el trono…

-Para eso, vas a tener que arrebatármelo tú por la fuerza. – contestó el emperador.

-¿No te parece que eres un poco arrojado….? ¿Tú solo contra siete? – sonrió su hijo.

-No, Kratos… TÚ solo contra siete. – replicó Hyudus. Sonrió. Y su sonrisa se ensanchó más y más, mientras la expresión de Kratos pasaba de la seguridad al desconcierto, y luego a la sorpresa más franca y desagradable cuando vio que sus hombres le miraban a él con gesto adusto, en lugar de al Emperador. Y su boca se abrió de estupor cuando su prima le sonrió falsamente y se colocó junto a Hyudus, que la besó en la mejilla. – Al menos, me queda alguien en quien puedo confiar en ésta familia… y para ella, será el Imperio cuando yo falte.

-No hay ninguna prisa, tiíto. – remató Prima, mirando a Kratos con sonrisa triunfal.

Eso había sucedido dos semanas atrás. Dos semanas apaleando sardinas, bajo el achicharrante sol, durmiendo apiñado con otros cien matados como él, torturado por las agujetas y los latigazos del mayoral, y con los oídos atronados por el tambor que marcaba el ritmo de remada… y aún podía tener suerte de haber sido destinado a la galera del Emperador, que era una nave diplomática que nunca tendría que verse envuelta en un combate… Pero eso, no era lo peor. Lo peor, era Prima. No sólo estaba también embarcada en la nave junto a su padre, sino que parecía haber hecho amistad con el mayoral de los esclavos y le gustaba pasearse entre los galeotes… Era la primera vez en años que Kratos veía a su prima sin la coraza y las ropas militares que habitualmente usaba…. Y resultó que el relieve de su protector pectoral, era verdadero… Prima tenía pechos de verdad… ¡dos! Siempre había llevado el cabello recogido en una redecilla para que no le molestase, y lo cierto es que lo tenía bastante corto, en la línea de la mandíbula… pero tenía cabellos, cabellos que se movían cuando la brisa los mecía. Y su piel, aunque tenía cicatrices por las batallas que había vivido, podía parecer suave y tentadora cuando el sol la iluminaba al pasearse ella de arriba abajo por la nave…

Kratos la miraba con odio cuando hacía aquello… porque al ser la única mujer a bordo, no importaba si realmente no estaba de muy buen ver, todos los “pasajeros” la devoraban con la mirada como si fuera la misma Venus, desde el tambor, hasta el último de los galeotes. Eso le daba cien patadas, era como echarle en cara lo que había tenido frente a él desde siempre y no había sabido apreciar… de hecho, ni siquiera había visto. Para él, la feminidad de Prima, había sido algo similar a la de un pececito de colores: no tenía por qué darse cuenta de ella. Pero ahora, esa misma feminidad le estaba abofeteando día y noche… No soportaba el modo en que se contoneaba, pero menos aún, el modo en que los demás la miraban… Y menos que ninguna otra cosa, que cada vez que se le antojaba, le dedicaba algún comentario que ella creía gracioso…. “¿Disfrutando de la travesía, primo…..? Qué brazos tan fuertes se te van a poner con tan sano ejercicio…. No te olvides de untarte cremita para el sol….”, y lo hacía con esa vocecita sensual que parecía haber aprendido a poner desde que estaba en el barco…. A veces incluso se agachaba hasta ponerse en cuclillas para poner la cabeza casi a su altura para hablar con él, y cuando lo hacía, como ahora llevaba esos vestidos femeninos, dejaba aposta el escote al nivel de su nariz para que él la mirase… o se hacía a un lado la túnica para que le viera bien los muslos… él y TODA LA FILA de remeros, que se la comían con los ojos… ¡desvergonzada…! Si no estuviera encadenado al remo, Kratos le iba a enseñar un par de cosas, a ella por calientacascos, y a todos los demás por mirar donde no debían.

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