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Antiguo 08-04-2012 , 12:50:40   #3
BAJISTA
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Predeterminado Respuesta: Seguiré hasta el fin. Mato o caigo





Lo paradójico es que mientras el crimen se reduce, parece que aumenta la disponibilidad de chicos empobrecidos y desocupados dispuestos a asesinar para ganar un poco de dinero. Igual de desconcertante es que en tiempos de menos violencia la relación que tienen ellos con la muerte se deshumanice cada vez más. “Algunos ya matan por deporte”, comenta el exsicario, que siempre que hace una afirmación general, la ilustra luego con un horror particular.
“La semana pasada estuve con un chico de 16 años de mi barrio. Estábamos sentados en la calle y él andaba como ansioso. Se movía, se tocaba mucho la pierna”.
—¿Qué le pasa a usted? —le dije.


— Que tengo ganas de matar —me contestó.
“Él mantenía el fierro [pistola] al pulmón, ahí cerquita. Entonces se levantó, se fue, oí pa-pa-pa. Volvió, se sentó y me dijo: ‘Ya me calmé’. Había matado a un pelao que no tenía nada que ver. Al primero que se encontró”.
Así es la vida en las comunas. Estos barrios pobres se construyeron sobre las laderas que rodean el centro de Medellín. Cuando se entra en la comuna, la carretera se empina, la calidad de las casas empeora según se sube. En las aceras, los vecinos charlan sentados en las puertas de las casas. Acabamos de traspasar la frontera de un sitio donde no suelen entrar forasteros y donde todo el mundo se conoce. A los lados de las calles principales, el tejido urbano se convierte en un laberinto de callejuelas y casuchas de ladrillo y chapa apretujadas. En ese escenario, dos sicarios hablan de esas extrañas ganas de matar. “Me picaba el dedo”, dice uno de ellos para explicar su pulsión por apretar el gatillo. Es un sicario en activo mayor de lo habitual, cercano a la treintena, y lo acompaña un adolescente callado que a veces sonríe. El chico tiene una actitud extraña, como una mezcla de timidez y suficiencia.
Si se les pregunta por la muerte, el menor no dice nada. El mayor se queda con cara de incomprensión, y al final responde: “Pues señor, eso es algo de lo que no se vuelve, y ya”.
El padre Velásquez sostiene que los chicos de las comunas entienden la vida en presente simple, sin más futuro que las próximas horas. “Tienen una idea muy simple de la existencia. Experimentan la muerte al día. Viven el hoy. Lo que se gana, se gasta en el día. Es como una expresión popular que hay por acá que dice: ‘Volador hecho [cohete lanzado], volador quemado’; o como el título de una canción de Juanes, La vida es un ratico”.
Eso, sin embargo, no significa que vivan a todo trapo, rodeados de las míticas riquezas del narcotráfico, sino que su vida corre rápidamente hacia una muerte inmediata, amarrados a la miseria y sin mejor camino que delinquir. El cura, que conoce sicarios de todas las edades y de todos los puntos de la ciudad, dice que por lo general son personas frustradas, perfectamente conscientes de que han nacido para morir en “la guerra”, como le llaman ellos a lo que las autoridades colombianas y los analistas definen como “el conflicto”.
Federico Ríos, el reportero colombiano que hizo las fotografías que ilustran este reportaje, habló durante meses con los chicos de las bandas para entender su mundo y ganarse su confianza. Le parecieron “serios, apagados, como amargados, ensimismados, sin chispa”. Según Ríos, su día a día consiste en hacer lo que les mandan mientras esperan el momento de que les den un balazo. En una de sus charlas con los sicarios, Ríos le preguntó a un pandillero de 16 años qué le gustaría ser en la vida. “Camellador de busero [ayudante de un conductor de autobús]. Ese es el sueño mío”, respondió el sicario.

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