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Antiguo 25-03-2012 , 14:57:19   #2
carlitosuy1
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carlitosuy1 el Usuariox esta entre el bien y el mal
  
Predeterminado Respuesta: Mi novia, mi suegra y yo..

- ¿Puedes abrir un momento? -dijo Maria desde el otro lado de la puerta.
- Sí, sí, ya voy -contesté nervioso, mientras limpiaba los restos de semen con las bragas y las dejaba donde las había encontrado. Luego, me apresuré a abrir.
- Perdona que te moleste, pero he venido a buscar mis bragas ¿Las has visto? -me preguntó y no supe qué contestar.
- Esto... Sí, pero se me acaban de caer al suelo y están un poco mojadas -contesté lo primero que se me pasó por la cabeza.
- No importa, las tengo que lavar -me contestó.
Se agachó para recogerlas y ya se dirigía hacia la puerta cuando de pronto se detuvo. Se dio la vuelta y vi que tenía las manos blancas, llenas de mi semen. Las bragas estaban tan empapadas que al tocarlas, mi leche había salido por todas partes llenándole las manos. Su mirada pasó lentamente de sus blanquecinas bragas a mi rostro. Su expresión era tan compleja que no sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar.
- Marcos, yo no me imaginaba que tú... -empezó a decir y me preparé para lo peor.
- Mamá, ven que empieza la película... -interrumpió afortunadamente Andrea desde el comedor.
- Ya va cariño -dijo en voz alta para que su hija la oyese y sosteniendo las chorreantes bragas en su mano añadió- Bueno... de esto hablaremos otro día. Ahora vamos al comedor.
Volví con Andrea mientras ella se quedaba en el baño limpiándose las manos. Poco después apareció y se sentó sin decir palabra. Al terminar la película, todo siguió normal. Andrea y yo nos quedamos charlando mientras Maria iba hacer la cena. Unos quince minutos después le dije a Andrea que me iba a la cocina a ayudar a su madre. (Yo quería realmente saber cómo había quedado todo, qué iba a hacer su madre.
- ¿Te puedo ayudar? -le pregunté.
- No hace falta -me contestó sin inmutarse, como si hubiese estado esperándome- Esta salsa es muy fácil de hacer. Aunque, pensándolo mejor... sí, cuídamela mientras me cambio. Remueve un poco de vez en cuando con la cuchara para que no se pegue.
Salió de la cocina dejándome allí con la cuchara en la mano, dándole vueltas a la salsa y con la cabeza llena de interrogantes. Creía conocer a la madre de Andrea, era una mujer de mundo y eso me mantenía intrigado. Al fin y al cabo, lo que había hecho no había pasado de ser un simple juego. De pronto, escuché su voz hablándole a su hija en el comedor.
- Cariño, anda a la panadería y compra unos panes -le dijo.
- Pero, ¿por qué? -contestó Andrea enfadada- Hay pan de sobra.
- No, esta mañana me he equivocado al comprar y ahora va a faltar para la cena -la corrigió- Que te cuesta si está ahí al lado.
- Está bien -le contestó y levanto la voz para que la oyera - Ahora vuelvo, cariño.
Seguí dándole vueltas a la salsa, pensando en lo que pasaría a continuación. No habían pasado ni tres minutos cuando regresó de la habitación. Me di la vuelta y tuve que aguantar la respiración para no parecer un completo pelotudo. Lo que vi, en otras circunstancias hubiese sido de lo más normal, pero en el estado en que se encontraba mi cabeza aquello fue la gota que colmó el vaso.
Se había puesto una falda no muy corta pero con vuelo, que la hacía parecer aún más sexy . Pasó tranquilamente por mi lado y se acercó al horno. Se agachó a encenderlo y el trasluz que provocó la bombilla del horno me permitió admirar sus piernas al detalle. Se agachó aún más dejando a la vista el principio de unas preciosas braguitas rosas de algodón que yo no conocía. Se las había puesto por mí. Creo que ese día comenzamos a jugar al mismo juego.
Desde entonces hasta la hora de la cena no noté ningún otro cambio importante, solo pequeños detalles disimulados hábilmente para que únicamente yo me diera cuenta de ellos. Naturalmente, eso me excitaba mucho más.
Más tarde, ya sentados y cenando alrededor de la mesa, empezamos a discutir sobre las cercanas elecciones. Yo hablaba pero no prestaba realmente atención a lo que decía. Debajo de la mesa mi pene amenazaba con romper el pantalón, me temblaban las rodillas y no sabía que hacer. Pero al mismo tiempo me sentía excitado por la situación.
¿Qué té pasa Marcos? -me preguntó Andrea que se había dado cuenta de mi nerviosismo.
- Nada, cariño -le contesté.
- ¿Es que no te gusta la cena? -intervino Maria con una sonrisa.
- No, para nada, al contrario -le respondí rápidamente- Ya sabes lo mucho que me gusta cómo cocinas. Creo que es tan solo un dolor de cabeza pasajero. Eso espero.
De repente, se me cayó el cuchillo, pero no fue como otras veces que lo había tirado a propósito. Esta vez se me cayó de verdad. Me quede inmóvil mientras ellas seguían hablando.
- Si es un dolor de cabeza, con una aspirina basta -decía Maria- Pero, si es mal de amores...
- Mamá, no digas eso -contestó Andrea- Sabes que le cuido muy bien.
Por fin me decidí a recoger el cuchillo que descuidadamente se me había caído y me agaché debajo de la mesa. Enseguida vi el cuchillo, pero al recogerlo no pude evitar levantar la vista hacia las piernas de Maria. Para mi sorpresa, vi cómo las separaba un poco dejándome ver completamente las bragas rosas que antes solo había entrevisto y una porción del vello de su pubis que asomaba por entre ellas, todo ello sin dejar de hablar con Andrea. De pronto, separó aún más las piernas mostrándome una enorme mancha en el centro de sus labios, sin duda causada por sus jugos, y por fin cruzó las piernas, dando con ello fin a su función. Aquello duró tan solo un instante.
Nada más levantarme, me disculpé diciendo que tenía que ir al baño, cosa que era verdad, pero no por las razones que ellas pensaron. Caminé por el pasillo rápido pero sin parecer ansioso, entré en el baño y apenas cerré la puerta me la saqué y comencé a masturbarme. Todavía no había terminado, cuando oí que tocaban a la puerta.
- Claudio, soy yo -era Maria- ¿Te sientes mejor ahora?
Era una pregunta de lo más normal, pero la forma de decirlo me hizo pensar que aquellas palabras tenían un doble sentido que solo ella y yo conocíamos.
- Sí, ahora me siento mucho mejor... -le dije sin dejar de masturbarme con una voz que no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaba haciendo.
- ¡Perfecto! Has visto como yo siempre tengo razón -continuó diciendo- Cuando acabes... vuelve a la mesa. Yo voy a por el postre y por una aspirina, por si todavía te hace falta.
- Gracias, enseguida termino -le respondí.
Lo cual era verdad y de qué manera... Un torrente blanco sobre los azulejos... Era esa época de transición entre el otoño y el invierno, y los cambios bruscos de clima afectaron a Andrea que tuvo que guardar cama unos días. Cuando ya casi estaba recuperada, recayó y tuvo mucha fiebre. El médico le recetó una enorme cantidad de medicinas y una buena temporada de reposo. Los cuidados de su madre y mi compañía hicieron que su enfermedad pasase lo menos aburrida posible. Ese tiempo sirvió para que Maria y yo nos uniéramos mucho más, nos desvivíamos para que nunca le faltase nada a Andrea. En esos días el juego nos iba involucrando ya a ambos.
Por las noches no era extraño que me quedara a dormir en la sala de estar, así podía pasar más tiempo con Andrea. Durante su convalecencia, Andrea había adoptado un nuevo vicio que vino a unirse con los que ya teníamos. Quizás era la proximidad de su madre o el peligro de lo prohibido lo que la excitaban de aquella manera. La cosa es que, todas las noches, antes de irme a dormir, me hacía una mamada para 'despedirse' de mi pene.
Una noche me acerqué a la cabecera de su cama para darle las buenas noches, como siempre. Ella me miró a los ojos y puso suavemente un dedo en sus labios.
- Voy a despedirme de ella -me dijo en voz baja.
Me acerqué aún más, saqué mi pene y se lo metió todo hasta el fondo, luego hizo lo que más le gusta, jugar con la lengua alrededor de mi glande.
- Tienes que estar atento por si viene mi madre. No creo que le gustase que su hijita tuviese la pija de su novio en la boca estando tan enferma -dijo con picardía.
- Voy acabar... -le avisé cuando ya estaba a punto.
- En la cara, hazlo en la cara -me rogó cerrando los ojos y abriendo la boca, ansiosa por recibir el chorro de leche sobre ella.
Agarré mi pija con la mano y comencé a moverla frenéticamente. De repente, por el rabillo del ojo vi cómo se entreabría la puerta de la habitación, pudiendo distinguir la conocida silueta de Maria. Debería haber parado, pero lo que tenía entre manos estaba ya demasiado avanzado como para dejarlo, así que continué pero poniéndome de lado para que nuestra espectadora tuviera una mejor vista. Sin más lancé toda mi leche sobre la cara de mi novia, yendo a parar algunos chorros a su pelo y sobre la almohada. Mientras, la mano de Andrea se movía bajo las sabanas a la altura de su entrepierna como una serpiente.
Cuando acabó el espectáculo, Maria golpeó la puerta como si acabase de llegar y entró. Apenas tuve tiempo de guardarla en el pantalón y disimulando me senté sobre la cama. Andrea había cogido rápidamente un pañuelo de la mesilla de noche y pasándoselo por la cara simuló sonarse la nariz.
- Vamos, es muy tarde -dijo - Mañana pueden seguir hablando, pero ahora es hora de dormir. Mañana después de la oficina vamos al cine.
- Sí mama, me encanta ir al cine. Nos estábamos despidiendo -dijo Andrea sonriente.
- Es verdad, estábamos en plena despedida -agregué yo y Andrea me propinó un suave codazo.
- ¿Te sientes bien, Andrea? -preguntó acercándose a ella y posando la palma de su mano sobre la frente de su hija.

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