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“Yo conocí la maldad”

SEMANA publica el testimonio de un excombatiente que cuenta la increíble crueldad con la que Héctor Buitrago y sus hijos, Martín Llanos y Caballo, armaron uno de los más grandes grupos paramilitares del país. Los reclutas eran obligados a 'picotear' cuerpos y los mataban en los entrenamientos.
Sábado 11 Febrero 2012



Yo nací en Puerto Gaitán, Meta, en 1985. Crecí haciendo trabajo en el campo. Me encanta el ganado. La ciudad casi no me gusta. Cuando tenía 7 entré a la escuela y a los 9 me salí. Nunca le pude coger el ritmo. Cuando tenía como 15 años me volví vaquero. Hasta ese momento nunca había visto la violencia.

Comencé a verla cuando me fui para las armas y conocí la maldad. Yo tenía 16 años. Nunca había anhelado eso. Pero uno mira a otro con un arma y dice: "Mire cómo se gana la plata de suave y mire cómo me toca trabajar a mí". A lo último decidí y me fui, creyendo que el trabajo era más suave, una vida buena, y solamente a limpiar fusil por ahí. Pero cuando comenzó el entrenamiento las cosas eran muy diferentes a lo que me imaginaba.

En el curso mío éramos 220, entre ellos 15 mujeres. Mucha gente lloraba porque los habían traído de la noche a la mañana. Del Casanare llevaron como 150, la mayoría a la fuerza. Después de ese curso fue cuando comenzó a crecer la organización en el Meta, porque cuando yo llegué, ahí solamente había 180 hombres de los Buitrago. Los Buitrago eran el papá, don Héctor, y los dos hijos, Martín (Llanos) y Caballo. Ya a los dos o tres años pudieron llegar a tener unos 5.000 hombres. Yo lo digo porque cuando llegué a ser comandante de contraguerrilla, nos reunían a 100 o 200 comandantes y segundos al mando y una contraguerrilla es de 40 hombres. Pero así como iba entrando gente, iba muriendo.

Entrenamiento

En el entrenamiento lo que más me llamó la atención era que mataban a los del curso. Duró un mes. Fue en El Tropezón, por el lado de San Martín. A uno le bolean mucho plomo. Si uno no corría lo mataban. A dos peladitos se les durmió la mosca y los mataron. Uno tenía 17 años y el otro 25. Teníamos que correr en zigzag en una pista de obstáculos y nos tiroteaban.

Eso fue a los cuatro días de empezar la instrucción. Fue aterrador. Lo único que sabía yo era que no volvía a la casa. Uno cuando va a entrar es ciego, no recibe consejo de nadie, y cuando ya está allá piensa diferente pero ya no se puede salir.

En el entrenamiento en total murieron como 15. A una china la mataron en un río. Era una pelada que tenía un rendimiento muy bueno, y decente. Los comandantes querían acostarse con ella y ella le dijo al comandante alias 800 que ella no venía a acostarse con uno y otro. Él le dijo: "Ahí veremos". Ella se paró y se fue. Al otro día nos tocaba 'pasopista' (pista con obstáculos). Cuando ella iba pasando la manila de equilibrio sobre el río, se cayó. El comandante la mandó a matar porque no pasó el ejercicio.

A otros los mataban porque no servían. Gente que llegaba con un pie jodido y no podía boliar equipo, por ejemplo. A esa gente la arrumaban en un rancho para que cocinara, diciéndoles que les iban a dar la retirada y era mentira; los iban sacando y los iban matando. Había un señor de 40 años que tenía una pierna enferma. Y un día lo llamaron, que iban a matar una vaca. Y la vaca era él.

En otros cursos, cuando empezó a crecer la organización, uno miraba un día que se llevaban a un grupito de diez muchachitos todos flaquitos dizque para un entrenamiento y no volvían tres o cuatro.

A muchos los picoteaban para no abrir un hueco grande. Yo nunca piqué a nadie. El que más pálido esté a ese le toca. El primero que picaron en mi curso les tocó a las mujeres. Les tocaba picar brazo por brazo. Unas se tiraron a desmayar. Pero ahí no era si querían o no. A todas les toca o si no se mueren. El mismo instructor militar enseñaba eso. Ahí mismo donde se mataba a uno les decía "quítele un brazo", "quítele una pata", se la quitaban con macheta, iban despegando los huesos y los botaban al río y otros los enterraban. El brazo lo partían en dos partes

En el momento le corre a uno como un escalofrío por el cuerpo, pero la vaina es que no lo vayan a mandar a uno porque lo más duro es que a uno le toque hacerlo. Porque si uno ve que lo hacen otros, listo. La primera vez estábamos todos ahí viendo a cuatro peladas chicoteando. Todos en silencio, porque nadie puede decir nada. Algunos ni miraban porque les daba impresión. Pero lo increíble es el principio, porque después se va volviendo como muy común. Ya uno lo toma como si estuviera despresando una vaca. Lo único que uno piensa después es que no lo maten a uno.

En algunos cursos también les tocó probar carne humana. En el mío no. Yo la probé ya después por curiosidad. Un comandante que trabajaba con nosotros dijo: traigan un pedazo de carne para que prueben. Al muchacho lo habían matado porque se le había insubordinado a un comandante. Yo comí y me supo normal. Eso se frita. Después de eso no volví a ver eso.

Eso a veces se volvía una recocha muy extraña. También, por recocha, comenzaban a tomar sangre. Simplemente cortaban a la gente y los chorros de sangre salían y ponían la mano y se la tomaban.

'La loquera'

Por todas esas muertes, empezó un boleo muy berraco. A la gente como que se les metía el demonio y comenzaban a hacer locuras. Se tiraban contra los árboles a matarse y cuando despertaban, preguntaban "¿qué fue lo que pasó?", no se acordaban de nada. Como almas que quedaron de esos cuerpos, que los botan y quedan esos espíritus rondando. Y eso era lo que se les metía a las personas. Me aterré mucho porque pensé que eso solo existía en la televisión cuando uno mira fantasías, pero allá lo ve uno con los propios ojos.

La última vez que yo miré eso fue en el Casanare, que les pasó a tres viejas. Fue en 2004, les comenzó como a las seis de la tarde hasta las 12 de la noche y tocó amarrarlas y echarlas a una quebrada de agua fría. Allá se les quitaba la loquera. Primero se desmayaban, y cuando se levantaban, era como un espanto y uno corría detrás hasta que otra vez caían, y cuando volvían en sí preguntaban qué les había pasado. Soltaban carcajadas como un hombre. Me tocó durar una semana completa cuidando ocho mujeres. Nunca se mató ninguna pero sí se estropearon mucho.

Ya después eso era común. Cuando a alguien le daba decían: "Vayan, amárrenlo, y cuando se le quite la loquera lo sueltan y listo".

Niños

Allá se hablaba muy poco. No se podía conversar porque era disociar. Solo uno preguntaba por qué se habían venido. Un compañero de 14 años me contó que se había venido porque le gustaban las armas. Otros tenían problemas con la ley o no tenían trabajo y buscaron las armas para conseguir plata para la familia. Y había muchos que unos reclutadores los traían engañados o a las malas. A esos reclutadores les pagaban 200.000 pesos por cada chino que traían. Les decían que iban a trabajar en una finca o los convencían fácil porque aguantaban hambre en la calle. Había unos niños que vendían dulces en el centro de Bogotá y los habían traído. Cuando llegaban allá se daban cuenta. Se sentaban a llorar. Después de ser uno libre estar bajo mando de personas, eso es muy duro.

El menor que me tocó fue de 13 años. Un chino sobresaliente, porque el pelado pequeño es más guerrero que el viejo, es más listo para matar a cualquiera, más práctico para pelear, aunque de pronto le falta habilidad porque es una persona que no ha visto nada en el mundo. Aunque había reclutados, la mayoría de menores que yo conocí allá gozaba la guerra.

La coca

Cuando terminamos el entrenamiento ya jura bandera uno y lo echan a las contraguerrillas. Me tocó hacer cosas buenas y malas. En mi vida cambiaron hartas cosas, la mentalidad le cambia mucho. Estuve en un régimen en que lo que decía tenía que hacerlo. Hoy alguien le alza la voz o lo va a mangonear, uno no se va a dejar, porque la mentalidad de uno ya pasó como a otro límite.

El comandante le reportaba a los patrones, a don Héctor y a Caballo, el otro hijo de él. Porque Martín mandaba en el Casanare y Caballo mandaba en el Meta con el papá.

La consigna es pelear, limpiar zona, poner la gente civil del lado de nosotros, y que no hubiera infiltrados de la guerrilla en las zonas que estuviéramos. Pero tras el ideal iba la coca, y eso lo cuidamos por eso. "Por una Colombia libre" (eslogan de las autodefensas), pero tras el ideal iba la coca.

Estábamos en Mapiripán, Meta, en la Cooperativa. De ahí pa'lante nos tocaba la pelea con la guerrilla. Uno va cuidando eso para la base, la compra de la misma organización y allá la pasan para procesarla y la sacan. Uno pelea contra la guerrilla, pero siempre cuida la zona cocalera. No nos tocaba sacar cargamentos. La contraguerrilla es la que pelea por defender la zona. Uno se daba cuenta lo que sacaban al pueblo. Llegaban unos camiones de plátano y llevaban cinco bultos de plata y hay chinos que escoltan eso mientras compran la coca.

El mando

Cuando tenía ya 17 años, y llevaba siete meses en la organización, me dieron un mando sobre una escuadra (eran diez). Me tocó recibir gente de 40 años y lo miraban a uno como una empanada. Al principio sí tuve mis precios por esa vaina. Porque uno tan joven y mandar a gente más vieja que uno. Usted cuando es comandante piensa cómo es la pelea, pues se traumatiza un poco mientras le coge el tiro, pero de resto es mandar, fulano traiga el agua, traiga la comida. Uno de comandante no trabaja, solamente espere que lleve el tinto. Un viejo trayéndole comida a uno. Hay viejos que estuvieron en la cárcel, pues eso es maluco, porque un culicagado mandando.

Físicamente no se entrenaba. Se engordaba. Pero en el momento de los operativos quedaba otra vez flaco, porque aguanta mucha hambre.

CONTINÚA...............

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