Entonces, se acerca hacia mí y me rodea con sus brazos de nuevo mientras me besaba con respiración jadeante. Yo respondí en la misma forma y comencé a frotar con mis manos fuerte sus caderas, de manera que se levantaba su vestido por detrás. Mhhh, qué caderas, no eran ni muy blandas ni muy duras y habían sido bien torneadas, pues fue patinadora. Empecé a besar su cuello y la tomé de la cintura, con el vestido recogido. Podía sentir la piel de su cintura un poco más arriba de la línea de sus medias veladas. Luego, aprieto sus caderas de nuevo y la acerco hacia mí para que pueda sentir lo duro que estoy bajo mi pantalón. Ella se curva de manera fantástica hacia atrás, dejando ver cómo se ha enrojecido su cuello. Su perfume sale desprendido como una bocanada de placer y respiro muy hondo para no dejar que no escape ni un poco. Luego, la tomo de la espalda para evitar que caigamos los dos. Siento con mi dedo corazón el cierre de su vestido que atraviesa su espalda y subo la mano siguiendo la pista hasta encontrar bajo su cabello la manera de abrirlo. Empiezo a deslizarlo lentamente hacia abajo y ella se gira de manera que me da la espalda. El cierre empieza a sonar y yo lo bajo muy lento para evitar el ruido. En la penumbra, con la luz que entraba por la ventana y atravesaba la cortina, veo su brassier y la curva de su cintura. Mientras voy bajando el cierre, encuentro un obstáculo: sus caderas, que en esta parte empiezan a hacerse anchas. No trato de bajarlo mas y con ambas manos toco su espalda y su cintura. Ella inclina su cabeza para hacer a un lado su cabello. Claudia estaba totalmente apoyada en una pierna, mientras la otra estaba semirecogida, aunque ambos pies tocaban el suelo. Empiezo a besarle el cuello delicadamente y se le pone la piel de gallina, haciendo que curve aún más su espalda. Puedo ver su sonrisa, y sus ojos cerrados, esperando que pase el escalofrío, pero yo la beso más fuerte en el cuello y empiezo a succionar el lóbulo de su oreja. Ella no puede más y hace un gemido que calla al instante. Nos quedamos quietos unos segundos, y luego nos da un ataque de risa que tratamos de callar, pero se hace más intenso. Ella se libera de mí y se acuesta en su cama boca abajo para usar la almohada para callar el sonido de su risa. Entre más intenta callar, más ruido hace y eso también me provoca risa a mí. Ahora que ella está concentrada en no hacer ruido, y yo estoy de pie a su espalda, no puedo evitar verle las piernas, los tobillos, la espalda y su cabello desordenado sobre su almohada. Me acerco y empiezo a tocar sus pies. Suelto la hebilla de una de sus sandalias y ella estira el pie de manera que sea fácil zafarla. Levanto el pie que tiene en el suelo para repetir la operación, pero guiándome por el tacto, porque en realidad no estoy mirando sus pies, sino sus caderas. Ella aún está boca abajo y tiene recogido su vestido muy arriba y puedo ver su ropa interior oscura bajo las medias veladas. Hace frío y siento la piel de sus piernas un poco heladas.