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Antiguo 23-12-2011 , 00:00:45   #106
ALBAFIKA DE PISCIS
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Shocked Respuesta: Corporación Popular Deportiva Junior (Topic Oficial)

El día en que 14 gatos vencieron a 30 mil



Poco a poco sobre el horizonte comenzó a derrapar un crepúsculo amarillo que incendiaba los pequeños espejos de agua y la abundante vegetación que nos acompañaba a un lado de la carretera, y pensé en todo lo que nos deparaba el futuro inmediato. En una ciudad extraña, ajena, un estadio lleno, enardecido y la ilusión de un pueblo entero bregando a la contra, ese era poco menos el panorama que mi razonamiento lógico se pintaba. Cuán corta se quedaron todas esas elucubraciones frente al rugido del Palogrande y la locura colectiva que desató el Blanco Blanco entre sus hinchas, prácticamente todo el pueblo manizalita.

MANIZALES 2:30 p.m.
Deshidratados, sucios, malolientes, cansados, con más de 27 horas de viaje por carretera encima, cargando en el cuerpo y en el alma un dejo de incertidumbre, con la adrenalina bombeando a tope por nuestras venas y la esperanza de la séptima estrella bailando en nuestros corazones hicimos el arribo a esa Manizales del alma que hace 2 días era solo fiesta, clamor, fervor y orgullo por su Once Caldas.

Los 4 barras bravas del Frente Rojiblanco y los Kuervos que cumplieron la travesía por carretera al lado de este servidor venían preocupados por sus trapos, sus banderas, que en últimas son el tesoro más preciado de cualquier barrista. “Lo que sea, cole, menos que me quiten el trapo, ni los tombos, ni ningún cholo de estos toca el trapo, primero muerto, vale mía”, decía John Jairo Blanquicett, militante de la barra Frente Rojiblanco, mientras recorríamos la Terminal de Transporte bajo el acoso de las miradas de un río de hinchas del Once que en ese momento también hacían su arribo a la ciudad. Lo primero en lo que había que pensar era en asegurar los trapos y todos los elementos alusivos al tiburón, ya que se tenía más que establecido que no se permitiría la entrada a la ciudad de barristas del onceno rival para evitar desmanes y disturbios, no obstante esa no era la única de las preocupaciones, ya que la ciudad entera se encontraba sitiada por hinchas espontáneos y sobre todo por la barra brava Holocausto, que en cualquier momento podría aparecer en busca de un trofeo.

“Vale mía, hay que asegurar los trapos porque estamos en casa ajena, mijo, yo no quiero murga, pero si un cholo viene con su agite, el trapo aquí no lo soltamos, mijo. “Vamos, vamos mi Junior que esta noche tenemos que ganar”, cantaba José Pérez Castro, perteneciente a Los Kuervos, una de las barras más fieras de la ciudad de Barranquilla. Con este muchacho acelerado y radical y tres barristas más, atravesé por carretera, al mejor estilo de Jack Kerouac, el tramo que separa el municipio de Honda con la ciudad de Manizales. Entre indecisiones y una paranoia galopante que nos venía alcanzado desde hace más de 6 horas tomamos un bus rumbo al hotel Estelar para guardar los trapos y todo lo que tuviera que ver con el Junior de Curramba la Bella.

EL PALOGRANDAZO
John Jairo Blanquicett, Luis Carlos Torres, José Pérez Castro, Anthony Olivieri Ripoll, Alex Vergara, que se nos sumó ya en la ciudad de las Puertas Abiertas, entramos al Palogrande por la tribuna Sur pensando en encontrarnos con el resto de barristas que se suponía estarían en Sur, tal como en el Metropolitano. Desde las mismas inmediaciones del estadio ya se sentía la fuerza de los cánticos, el sonido de las vuvuzelas, la vibración de las tribunas, que desde bien temprano se encontraban taqueadas y revestidas de blanco. Manizales estaba de fiesta, por sus calles corría un río de gente luciendo con orgullo los colores de su equipo, ondeando banderas y haciendo tronar sus vuvuzelas en un euforia masiva que parecía no tener límites. En medio de todo ese furor ingresamos al estadio 6 gatos queriendo hacer verano.

La sorpresa fue ese blanco impoluto con el que nos estrellamos. Por allá, muy en el fondo, un grupo de 4 gatos más luciendo con orgullo los colores del Tiburón. Hacia ellos nos dirigimos en medio de un abucheo que crecía y crecía ¡Buuuuuuuuuuuuuuuuu! Algunos de los barristas ya habían sacado sus colores. ¡Buuuuuuuuuuuuuuuu! Crecía el ruido mientras mis compañeros de viaje, de vinos, de gresca, de hambre y carretera respondían sin tapujos a la provocación “¡Buena, mama burras!” Se escuchaban los gritos, y la riposta no se hizo esperar: “¡Somos mama burras porque la tenemos grande, cholos sin huevos! ¡Buuuuuuuuuu!” El partido sin comenzar y las provocaciones mutuas ya estaban a la mano, mal contados unos 14 gatos arrancaron con el aguante, con el guerreo en patio ajeno, sacando a flote el orgullo y la enjundia que llega con el sentido de pertenencia, no importaban las treinta mil bocas cantando Once, Once, Once, los agravios el cansancio, las horas de viaje y la carretera, la falta de un buen baño, de una comida decente justo, en ese momento éramos nuestra Quilla, nuestro Río, nuestro mar ¡Buuuuuuuuuuuu! Y el ensordecedor ruido de las vuvuzelas y los “¡Hoy comemos Tiburón asado!” Con un paneo escrutador por todas las tribunas del Palogrande, la ausencia de los colores rojiblancos era más que evidente.

Luz Vaquiro –una de las pocas hinchas del Junior dentro de la tribuna Sur que lucía su camiseta con orgullo y como una premonición casi inaudita– en su mano derecha agitaba una estrella roja con el número 7 en el medio. “No dejaron entrar a los hinchas, nos tocó esconder las camisetas para poder entrar y colocárnoslas aquí adentro”. ¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… once! Palmas, pitos, gritos, la ola que recorre el estadio entero y esa fiesta es una fiesta donde los barristas y los hinchas del Junior no cabíamos ni a las bravas.

De un momento a otro cobró conciencia que esta es la primera final del fútbol colombiano que he podido disfrutar en vivo y en directo, que es el Junior de mi ciudad el que está en esa cancha poniendo los huevos para darles una alegría a todos los costeños, y alcanzo a entender por lo menos un poco todos esos códigos de estos chicos que llevan años guerreando por su sentido particular de región y del espíritu futbolero, sus colores, sus trapos, cánticos y sus sacrificios no son más que eso.

Viajando con estos muchachos, por momentos alcancé a morder la flama del gran Hunter S. Thompson y sus historias de viaje y sus crónicas al lado de radicales del camino como los Hell Angels. Atravesando ese gran tramo de nuestra geografía para llegar hasta aquí al Palogrande, entre largas caminatas, sol, frío, aguante, amenazas de agresión con machete incluido, hostilidad y nervios afilados tuve mi primera final enfrente de mis narices, con los improperios que iban y venían, y las provocaciones de lado a lado, estos 14 gatos nunca perdieron la esperanza de esa séptima estrella que por momentos se volvía escurridiza.

Minuto 47 del primer tiempo, el gol de Pajoy hace enloquecer las tribunas, pero el grupo de barristas no pierde por un segundo la fe, claro que se manifiesta la ansiedad y se dispara un poco la preocupación, pero estos muchachos siguieron de pie, ondeando un trapo que uno de los que se sumó al final alcanzó a meter de contrabando y el estadio entero vuelve a abuchearlos. Sin embargo, los barristas responden con un coro. Sabes todo lo que siento, yo lo llevo adentro de mi corazón. Alentando al equipo con las palmas, olvidándose del cliché de esos gritos que solo atinaban a repetir la misma bobería: ¡Cojan, mama burras!

Y una lluvia de papeles cayó sobre nuestras cabezas, lo que desató el primer conato de disturbios ya que José Pérez, el más quisquilloso de los barristas, no se quedó con esa y se iba armando la Dios es Cristo, gracias a la oportuna intervención de la fuerza policial el asunto no pasó de los improperios y las amenazas que iban y venían. Ese fue el cuadro general de la final en mi tribuna, madrazos, al árbitro, a los jugadores, al juez de línea, rezos, comidas de uñas, caras de amargura, los ¡Uuuuuuuuuy! las palmas, los coros, los largos silencios que enseñaban preocupación y un tiburón que por más que tenía a la tribuna, al estadio entero, a la ciudad en contra, nunca perdió los cojones y, a punta de enjundia, garra y amor a la camiseta, salió airoso en una situación donde todo, absolutamente todo, jugaba en su contra.

En el minuto 39 del segundo tiempo la fuerza policial vuelve a intervenir para apaciguar los ánimos caldeados por una decisión que pareció injusta, y sacó del estadio a todos los barristas y a los hinchas con camiseta del Junior con los que yo venía sufriendo el partido.

Al conversar con uno de los policías que ejecutó el procedimiento de evacuación este me confesó que era samario y que la salida de los hinchas del estadio se ejecutó por protección, ya que en términos populares, el ambiente se estaba calentando demasiado.
No es un secreto que el Junior se coronó campeón, que Bacca marcó un gol determinante, que Beltrán le devolvió la ilusión a los manizalitas y que estos últimos héroes en el transcurso del partido en esa fatídica definición de los tiros penal erraron su objetivo.

En las afueras del estadio, con unos juegos pirotécnicos de fondo y una Manizales desencantada evacuando el Palogrande, el trajín de las horas de viaje, la falta de sueño, el cansancio y todas las tensiones de esta odisea por carretera se me vino de golpe como un mazazo, y recordé que esta había sido mi primera finalísima, que al final de cuentas los 14 gatos y su fe, su alentada persistente, su bravura y su amor por los colores de la camiseta del Junior también nos habíamos coronado ¡Campeones!

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