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Denunciante Bronce
 |  Después de Kim Jong-il, ¿la nada?
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 | Después de Kim Jong-il, ¿la nada?
Tras la muerte del «Querido Líder», el futuro de Corea del Norte depende del apoyo de la cúpula militar a su sucesor y de la tutela de China  Aunque ya se conocían los problemas de salud que atravesaba Kim Jong-il desde el infarto cerebral que sufrió en el verano de 2008, el anuncio por sorpresa de su muerte pone a Corea del Norte en una encrucijada. Venerado como un auténtico dios viviente por la propaganda, el «Querido Líder» será despedido en un pomposo funeral como el que tuvo en 1994 su padre, fundador del país y «Presidente Eterno», Kim Il-sung.
Volverán a repetirse las imágenes de los norcoreanos llorando desconsolados como plañideras y desgañitándose de dolor por las calles de Pyongyang. Entonces se guardaron diez días de luto y en el mausoleo de Kumsusan, donde se exhibe el cuerpo embalsamado de Kim Il-sung, se recuerda que las lágrimas del pueblo se fundieron con el mármol para brillar como diamantes.
Pero el dolor dará paso a las preguntas sobre el futuro del país más hermético y aislado del mundo, donde sus 24 millones de habitantes viven como en la Rusia de Stalin o la China de Mao. Cuando el «Gran Timonel» falleció en 1976, los chinos pensaban que el país se iba a hundir aún más en la miseria tras el caos de la «Revolución Cultural». Más de tres décadas, la realidad no podía ser más diferente gracias a la apertura al capitalismo iniciada por Deng Xiaoping en 1978 y continuada por el mismo Partido Comunista que aún sigue ostentando el poder sin importarle el color del gato mientras siga cazando ratones y trayendo crecimiento económico.
Importancia del Ejército
¿Seguirá Corea del Norte el mismo camino marcado con tanto éxito por Pekín? ¿Se desmoronará el régimen estalinista de Pyongyang tras la muerte de Kim Jong-il? ¿Encontrarán los norcoreanos a su particular Deng Xiaoping? Al igual que ocurrió durante toda su vida, la muerte del «Querido Líder» es un enigma de difícil resolución.
En otro espectacular desfile militar que tuvo lugar en octubre de 2010, el hijo menor del dictador norcoreano, Kim Jong-un, fue ungido como sucesor pese a no haber cumplido aún los treinta años. Desde entonces, su padre dejó bien claro quién iba a relevarle en el poder con varias visitas a China, donde se despidió de su más estrechos aliados y presentó al futuro dirigente de Corea del Norte.
Cerrados totalmente al exterior y ajenos por completo a las «revoluciones del jazmín» que están cambiando el mundo, alienados desde la cuna por la propaganda y la represión y malviviendo a base de cartillas de racionamiento, los norcoreanos lloran la muerte de Kim Jong-il como la mayor tragedia de sus vidas. Sólo el tiempo dirá si supone una oportunidad para salir del aislamiento en que viven en plena globalización. Todo dependerá del sucesor del «Querido Líder» y del respaldo que tenga entre la cúpula militar que controla el país con puño de hierro.
Amparándose en sus armas nucleares como moneda de canje, la supervivencia del anquilosado régimen estalinista de Pyongyang se basará en la tutela de China y en su capacidad para guiar una cierta apertura económica y social a cambio de ayuda humanitaria, petróleo, el reconocimiento diplomático de Estados Unidos y, sobre todo, el apoyo de Corea del Sur, con quien teóricamente sigue en guerra.
La única otra opción que queda, el continuismo, no podría ser más clara. Después de Kim Jong-il, ¿la nada?
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