Un loro que vivía en un prostíbulo tenía la manía de repetir todos los días, a manera de queja, lo siguiente:
"La misma casa, las mismas mujeres, los mismos clientes".
Al día siguiente lo mismo. Las prostitutas lo amenazaban y él seguía diciendo:
"La misma casa, las mismas mujeres, los mismos clientes".
Así, todos los días con lo mismo, hasta que un buen día las meretrices le pegaron hasta dejarlo casi moribundo y lo botaron a la calle. En ese momento pasaban un par de monjas que tuvieron compasión del periquito y lo llevaron al convento. El ave, luego de recuperarse, se despierta en la iglesia, abre los ojos y se asombra exclamando:
"Diferente casa, diferentes mujeres pero los mismos clientes".