Denunciante Épico
 |  El secuestro de Gustavo Petro
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 | El secuestro de Gustavo Petro 
Daniel Samper Pizano A mí no me asusta por su pasado sino por su futuro. Si alguna condición asombrosa tiene la oligarquía colombiana -en especial la bogotana- es su capacidad de absorber, transformar y domesticar al enemigo. Cuando fracasa el plan A, que consiste en derrotarlo, y consigue un espacio de poder alguien que podría considerarse una amenaza por su origen o sus convicciones, arranca el plan B: abducirlo. El verbo, feo y novato en el diccionario, significa "apoderarse de alguien". Más que eso, la oligarquía procede a engullir amablemente el cuerpo extraño y convertirlo en parte de sus propias vísceras. Da grima ver a prometedores políticos de izquierda que acabaron bailando el 'Aserejé' con connotados capitanes de la caverna. Los métodos suelen ser seductores, pues se despliega una parafernalia de mecanismos sociales que incluye comidas, puertas abiertas en el Country Club o el Jockey y "apoyo político" inesperado. A diferencia de esa clase dirigente, que hasta ahora lo ha despreciado y temido, a mí no me asusta Gustavo Petro, el nuevo alcalde de Bogotá, por su pasado sino por su futuro. Ha sido un hombre de izquierdas preocupado por el problema social; erró al optar por la violencia del M-19 y se arrepintió de ello; fue luego un congresista valeroso y un mal día decidió que necesitaba agradar a quienes lo repudiaban. Su primer paso fue sumarse a la derecha hirsuta y los clientelistas desvergonzados y votar por un Procurador que encarnaba ideas opuestas a las suyas. Esa actitud marcó una ruptura con muchos de sus simpatizantes, que vieron en ella una capitulación, más que un error electoral: Petro, para agradar al contrario, estaba dispuesto a pisotear sus ideas y disfrazaba el afán de complacer como "tolerancia". Era insólito que un tipo tan curtido no entendiera que, a la hora de comer, la tolerancia entre el león y el cordero siempre perjudica al cordero. El domingo logró la alcaldía. Pero no gracias a las gambetas ideológicas, sino a que Bogotá ha demostrado desde hace tres elecciones que quiere soluciones sociales. Imaginé que la oligarquía pronto empezaría a aceitar el plan B. Pero esta vez se lanzó de inmediato al secuestro. Apenas tres días después, EL TIEMPO sorprendió con el siguiente titular: 'Nieto del ex presidente Laureano Gómez le ofrece respaldo a Petro'. Este nietecito ha sido conservador, uribista, santista y ahora aspira a que, halagado por el guiño de un príncipe del Establecimiento, el nuevo alcalde lo reciba con mucho amor y le abra campo. No voté por Petro. Voté en blanco. Pero es nuestro alcalde, y le pido que sea fiel al pueblo de clase media y clase baja que lo eligió. Los datos de la ONU acaban de confirmar que Colombia es medalla de bronce entre los países con mayor desigualdad social del mundo. Alcalde Petro: sus aliados no están entre los culpables de esa situación, sino entre quienes la padecen. Cuídese del halago, cuídese de lagartos y camaleones, cuídese del afán de ganar amigos donde solo hallará secuestradores políticos, cuídese del amor ciego... En fin, cuídese del futuro, como advertía César Vallejo. Voto en blanco. El voto en blanco es uno de los fenómenos interesantes de la jornada electoral. En Bello (Antioquia) barrió al único candidato y obligará a repetir las elecciones, algo que ocurre en Colombia por vez primera. En Bogotá, logró 79.000 votos (5.000 menos que en el 2007), frente a 721.000 de Petro, 560.000 de Peñalosa, 375.000 de Gina y 290.000 de Galán. La abstención, como en pasadas elecciones, rondó el 55 por ciento. El porcentaje del nuevo alcalde (32,4) fue muy inferior al que obtuvieron Samuel Moreno en el 2007 (43,7) y Lucho Garzón en el 2003 (46,3). Conviene notar que cada vez se entiende más la filosofía del voto en blanco, valorado así por el escritor José Saramago: "El abstencionismo no le dice nada al político. Pero el voto en blanco le provoca miedo. El voto en blanco define algo que se puede condensar en una frase. El elector está diciendo: esto no me gusta". Petro debe pensar en gustarle a ese elector. No a los que se proponen abducirlo.
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