El presidente de Bolivia, Evo Morales, ha comenzado a transitar en reversa los caminos que lo llevaron al poder. Con una torpeza de principiante y lejos de calcular sus efectos, el líder cocalero ha vuelto a su esencia política: populismo y demagogia.
Las protestas indígenas que comenzaron hace mes y medio para impedir la construcción de una carretera en pleno corazón amazónico, en el Parque Natural Isiboro Sécure, fueron reprimidas con brutal fuerza por la Policía, pero Evo Morales desmiente que haya sido él quien dio la orden y ahora la propia institución amenaza con una huelga nacional si se sanciona a los uniformados que participaron en los operativos policiales.
Varios funcionarios del Gobierno renunciaron por desacuerdos con Morales y algunos parlamentarios de su movimiento político retirarían el apoyo al Presidente y Evo perdería las mayorías en el Congreso.
Las comunidades indígenas se están preparando para nuevas movilizaciones, pero esta vez van por la cabeza del Presidente, pues no sólo no están satisfechas con que se haya suspendido la construcción de la polémica carretera, financiada por Brasil, sino que además de exigir su cancelación definitiva, reclaman la renuncia de Morales.
El presidente ha pedido perdón públicamente a los afectados, pero en vez de neutralizar su descontento, lo ha aumentado. Los líderes de la marcha creen que Evo ha pelado al fin el cobre y aseguran que no representa los intereses de las comunidades indígenas y es un aliado peligroso de los sectores cocaleros del altiplano, que serían los más beneficiados con la construcción de la carretera.
Esta semana, cuando se reactiven las manifestaciones indígenas, y se acuerde la hora cero del paro policial, Evo estará más cerca del abismo. Su continuidad en el poder ha quedado seriamente comprometida y su gobernabilidad en entredicho.