Esto lo escribí para la perra de un amigo que murio por mordidas de una de las perras con las que convivía
Una perra que venía de la calle y se mantuvo fiel a un callejero que la amó más que a su vida que valía por ella. Recuerdo a la mona junto al callejero caminando de una correa, amarrada fuera de algún salón, o con algún conocido del callejero que no le fuera hacer daño y la pudiese cuidar durante las horas que el callejero estaba en clase. La mona se acostumbró a lo más difícil, a vivir por ahí, en una pieza encerrada en silencio hasta que el callejero llegara para salir a recorrer sus calles que estaban vedadas por el momento gracias a la vida que el callejero le daba. Recuerdo a la mona ladrando tras el callejero cuando iba en bicicleta, a la mona acostada, a la mona gorda, a la mona flaca, a la mona con sarna y apunto de morir cuando el callejero se la encontró, a la mona moviendo la cola sobre la cama, la única que podía hacerlo, recuerdo a la mona como la primera de todos los demás perros que vinieron después, la mona sola, la mona aguantando para no orinar para no cagar hasta que el callejero llegaba, y él sabía que cuando ella lo hacía, mucho tiempo había tenido que aguantar. Recuerdo que hace poco vi a la mona, y estaba con algo de peso que no le conocí, pensé que estaba bien, que tenía espacio en su última casa y que podía estar mejor, se acercó a mi y se restregó como tantas veces lo había hecho, recuerdo a la mona mirándome con sus ojos caídos y tristes de días lejanos, ojos con la piel colgando, con la piel roja, ojos extraños, ojos que aunque la rabia el cuerpo poseyera, no cambiaban, ni se inmutaban, siempre tristes, siempre pesados. La mona fue mordida por uno de los perros que vivían con ella, no se sabe en que circunstancias, sólo que fue mordida, pero los mordiscos tuvieron que ser tales, que la mona no pudo sobrevivir, acaso el veterinario donde fue llevada no fue capaz de salvarle, esta vez no le llevaron donde aquel de nombre bíblico que sentía los animales como el callejero mismo. La mona fue mordida y murió, es todo, en palabras es todo, y todo está aquí escrito, todo lo que pasó quiero decir, por que el amor por la mona no se puede medir, no hay como, no habría por que haber como, el amor no se agota ni se mide por palabras dichas, el amor está vivo y mantiene vivas a muchas personas como el callejero que ahora tendría que sobrevivir él y darle recuerdo a la mona, para que no se extinga, para que no quede olvidada. No se que pensar, ni que decir, la mona estuvo enferma y agonizando, aguantó. Días antes del ataque, el callejero había partido hacia una ciudad lejana a solucionar problemas cercanos, luego la mona exhausta aguanta, y el callejero vuelve como puede y la ve morir.