En agosto de 1991, dos años después de que se produjera la caída del Muro de Berlín, un Gorbachov se disponía a jugar su última carta para mantener la cohesión de la Unión Soviética: un nuevo tratado que transformara a la URSS en una federación de repúblicas independientes, pero jamás lo firmó.
El lunes 19 de agosto, las portadas de los diarios titularon con la aparente renuncia de Gorbachov ante un desconocido Comité Estatal de Emergencia, integrado por ocho de sus más estrechos colaboradores. Entre ellos, el vicepresidente, Guennady Yanayev; el primer ministro, Valentin Pavlov, y el ministro del Interior, Boris Pugo.
El ala más dura del Partido Comunista soviético "temía, con razón, que negociar un nuevo acuerdo federal pusiera en riesgo la integridad de la Unión Soviética", le dijo a El Mercurio Robert Legvold, experto en la URSS y Rusia del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Columbia.
"En cinco años, Gorbachov llevó adelante reformas que nadie pensó que fueran posibles -afirmó el profesor Stephen Cohen, experto en temas soviéticos de la Universidad de Nueva York, en una entrevista a propósito de su libro Soviet Fates and Lost Alternatives-. Llevó a la URSS lo más cerca de convertirse en una democracia real".
Pero en medio de aquella confusión e incertidumbre, que parecía poner en peligro los avances diplomáticos para terminar con la Guerra Fría, fue Boris Yeltsin ¿quien por entonces presidía la República Rusa¿ quien llamó a la resistencia civil y militar en favor de Gorbachov.