"Los malos de la película

Por Jorge Barraza
El miércoles último, en su debut en cancha de Independiente con la camiseta roja, Marco Pérez recibió la bendición del hincha: le dedicaron la primera ovación, el primer cantito personalizado. Eso, en el fútbol argentino, significa entrar con el pie derecho. El interesantísimo atacante colombiano devolvió gentilezas: ayudado por un rebote en la barrera que descolocó al arquero brasileño Muriel, marcó el gol del triunfo en el cotejo de ida por la Recopa Sudamericana frente al Inter de Porto Alegre.

Hay una onda positiva con los futbolistas colombianos en la Argentina. Son solicitados. Y queridos. La gente los arropa en seguida, los adopta y alienta. Alguno llegó a ídolo (Usuriaga; está en ese camino Gio Moreno), otros fueron muy queridos (Serna, Córdoba, Ángel, Yepes). Se respetó mucho a Iván Córdoba, se pondera a Teo Gutiérrez. Y los hubo como James Rodríguez, a quien le faltó más tiempo para alcanzar el pedestal. Pero el hincha de Banfield lo adora igual.

Por eso, a la distancia y por televisión, pegó fuerte ver al público en Cartagena aclamar los aciertos de Portugal y casi delirar de emoción ante las fallas de Argentina en la tanda de penales. Se vio un ambiente hostil. "En la cancha sí, fuera de ella el trato fue de suma cordialidad en Medellín y algo menos cálido en Cartagena. Parecía que la gente en el estadio se transformaba, ellos dicen que por una cuestión puramente futbolística", comenta Francisco Schiavo, enviado especial del diario La Nación. Pero justamente en la cancha el individuo se manifiesta, exterioriza lo que siente.

Este de Walter Perazzo es un equipo que no despierta adhesiones. Anodino, timorato, mezquino, no daba para alentarlo. Por otra parte el hincha tiene todo el derecho de elegir a quien alentar, por quien volcarse. Claro que las otras selecciones tampoco eran los Globetrotters. Inglaterra era un espanto; México arrancó con una tibieza mayor que la argentina; ver a Corea del Norte es como bailar con la hermana.

Desde luego, no ayudan algunas actitudes desagradables como la del atacante Ferreyra, que hizo un gesto de pésimo gusto tras marcar su único gol (aunque está claro que respondía a abucheos previos). Igual, con gesto o sin él, nada hubiese cambiado esa animadversión. Tal vez provenga de aquel imperdonable desaire de no haber concurrido a la Copa América en el 2001. Sabe Dios.

La tarde del célebre 5 a 0 en Buenos Aires, Colombia jugó con absoluta tranquilidad, incluso recibió tibios aplausos cuando se floreaba y asomaba el sexto. Disfrutó de un ambiente normal en la reciente Copa América, hasta pareció local en Santa Fe. Argentina, en cambio, es visitante-visitante en la patria de García Márquez.

No es exclusivo de Colombia. El sentimiento es idéntico en Perú, en Chile, en Paraguay, Bolivia, ni hablar en Uruguay. Es algo con lo que no debe lidiar ningún otro equipo en el mundo. Y futbolísticamente pesa. Si esto fue en un Sub-20 (y sin enfrentar a Colombia) ya podemos imaginar lo que será en la Eliminatoria. La pregunta vale: ¿somos de verdad países hermanos...?

Por Jorge Barraza
Especial para El TIEMPO