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Antiguo 05-08-2011 , 09:03:49   #9
esquimala
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Predeterminado Respuesta: Las aventuras de Bella

Cuando llegaron al pueblo situado en medio del bosque, la excitación era enorme ya que todo el mundo sabía que el encantamiento se había roto.
Mientras el príncipe avanzaba por las tortuosas callejuelas de altas casas entramadas que delineaban el cielo, la gente se agolpaba en las estrechas ventanas y puertas, y se apiñaba en las callejas empedradas.
Tras él, el príncipe oía a sus hombres que, en voz baja, explicaban a la gente del pueblo quién era él. Les decían que su señor había roto el encantamiento y que la muchacha que llevaba consigo era la Bella Durmiente.
Ésta sollozaba pausadamente, y forcejeaba con su cuerpo, pero el príncipe la asía con firmeza.
Finalmente, rodeados de una enorme multitud, llegaron a la posada y el caballo del príncipe entró en el patio haciendo sonar los cascos.
El escudero se apresuró a ayudarle a descender de la montura.
—Sólo nos detendremos para comer y beber —dijo el príncipe—. Aún podemos recorrer muchas millas antes de la puesta de sol.
El joven dejó a Bella de pie en el suelo y contempló con admiración la forma en que su cabellera volvía a cubrirla. Luego le hizo dar dos vueltas, y se complació al observar que la princesa mantenía las manos enlazadas en la nuca y la mirada baja mientras él la contemplaba.
La besó con devoción.
—¿Veis como todos os observan? —preguntó él—. ¿Os dais cuenta de cómo admiran vuestra belleza? Os adoran —le dijo. Una vez más, le sacó otro beso, mientras con la mano apretaba sus nalgas escocidas.
Los labios de ella parecían pegarse a los suyos como si tuviera miedo de que escapara; luego él le besó los párpados.
—Ahora todo el mundo querrá echar una ojeada a la princesa —dijo el príncipe al capitán de su guardia—. Atadle las manos sobre la cabeza con una cuerda que cuelgue del letrero de la entrada de la fonda y dejad que todo el mundo se harte de ella. Pero que nadie la toque. Pueden mirar todo lo que quieran pero haced guardia para vigilar que nadie pueda tocarla. Haré que os saquen la comida fuera.
—Sí, mi señor —dijo el capitán de la guardia.
Mientras el príncipe dejaba con sumo cuidado a Bella en manos del capitán, ésta se inclinó hacia delante ofreciendo sus labios al príncipe, quien recibió el beso con gratitud.
—Sois muy dulce, querida mía —dijo él—. Ahora comportaos humildemente y sed muy, muy buena. Me sentiría terriblemente desilusionado si toda esta adulación os envaneciera. —Volvió a besarla y la entregó al capitán.
El príncipe entró en la fonda, pidió carne y cerveza, y se dispuso a observar a través de las ventanas de paneles romboides.
El capitán de la guardia no se atrevió a tocar a Bella más que para atarle las muñecas. La condujo así hasta la puerta abierta del patio, lanzó la cuerda para hacerla pasar por la vara de hierro que sostenía el letrero de la fonda y le sujetó rápidamente las manos por encima de la cabeza, de manera que ella se quedó prácticamente de puntillas.
Luego ordenó a la gente que retrocediera y se apoyó en la pared con los brazos cruzados mientras los lugareños se apretujaban para mirarla.
Había mujeres rollizas con delantales manchados, hombres de tosco aspecto ataviados con pantalones y pesados zapatos de cuero, y también estaban allí los jóvenes prósperos del pueblo vestidos con sus capas de terciopelo y las manos apoyadas en la cintura mientras observaban a Bella a cierta distancia, sin querer codearse con el gentío. Varias jovencitas lucían elaborados tocados blancos recién confeccionados. Habían salido de sus casas para contemplar a Bella, y se levantaban con fastidio el bajo de las faldas para no ensuciarlos.
Al principio todo eran susurros, pero al cabo de un instante la gente empezó a hablar más libremente.
Bella había vuelto la cara para esconderla en su brazo. El pelo le resguardaba el rostro, pero un soldado no tardó en salir con un comunicado del príncipe para el capitán:
—Su alteza ha dicho que le deis la vuelta y levantéis su barbilla para que puedan verla mejor.
Se oyó un murmullo de aprobación entre la muchedumbre.
—Muy, muy hermosa —dijo uno de los jóvenes espectadores.
—Esto es por lo que tantos murieron —afirmó un viejo remendón.
El capitán de la guardia levantó la barbilla de Bella y le habló atentamente mientras sujetaba la cuerda que la sostenía.
—Debéis daros la vuelta, princesa.
—Oh, por favor, capitán —susurró ella.
—No se os ocurra ni hablar, princesa. Os lo ruego. Nuestro señor es muy estricto —dijo—. Y es su deseo que todo el mundo os admire.
Bella, con las mejillas encendidas, obedeció. Se dio la vuelta para que la multitud pudiera ver sus nalgas enrojecidas y, a continuación, se volvió de nuevo, para mostrar los pechos y el sexo mientras el capitán sujetaba su mandíbula.
Ella respiraba profundamente, como si intentara mantener la calma, mientras la piropeaban y elogiaban la magnificencia de sus pechos.
—Vaya trasero —susurró una vieja que se encontraba cerca—. Es evidente que la han azotado, pero dudo que la pobre princesa hiciera algo para merecer esto.
—No mucho —dijo un hombre próximo a ella—. Aparte de tener el trasero más hermoso y gracioso que se pueda imaginar.
Bella temblaba.

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