Las elecciones de este domingo 29 de mayo son una muestra más de la pobreza de la sociedad colombiana en cuanto a cultura electoral y valores democráticos.
Si bien se puede justificar la enorme abstención en estos comicios ya que se trataba de una consulta de los partidos que buscaban un candidato con miras a las elecciones locales de octubre, hay un hecho que no deja de ser indignante y que se presentó de nuevo en estas elecciones. De nuevo la compra de votos y la pobreza en cultura electoral fueron la constante.
Como si no estuviéramos acostumbrados a la corrupción que parece ser el factor común de muchos políticos, de nuevo sobresalió la estrategia que parece estar de moda entre los políticos: ofrecer comida o materiales de construcción a cambio de un voto. No era extraño ver en muchos sitios personas que a la entrada de los sitios de votación le ofrecieran al votante un plato de lechona, un delicioso asado o unos cuantos TLC (Tejas, Ladrillos y Cemento) a cambio de votar por el candidato que muy cordialmente los invitaba. De nuevo salió a relucir el ya triste déficit electoral del colombiano, y para ser honestos debieron ser muchos quienes aceptaron vender su voto, ya fuera porque la comida se viera deliciosa o porque de pronto así se podría arreglar el techo que está dañado.
Pero no es el único fenómeno aberrante que enfrenta nuestro ya afligido y doliente sistema electoral. Otra situación muy común en estas votaciones fue el motivo por el cual muchos electores tomaban su decisión. Uno esperaría encontrar argumentos como "tiene muy buenas propuestas" o "es una persona íntegra e impoluta", pero la mayoría optó sencillamente o por el "me dijeron que ése" o por el "ése que estuvo en mi casa". Si ya el vender el voto por comida o por otro tipo de cosas es vergonzante, sin duda es igual de vergonzante el delegar las decisiones que deben ser propias, porque no se está pensando en la decisión sino en simplemente figurar, en mostrar que se participa cuando en realidad poco o ningún interés se tiene.
El tema de la abstención, superior al 80%, es hasta justificable, porque no se trata de elecciones normales donde se eligen dirigentes y por el hecho de que no se otorga el certificado que generalmente se da y que provee ciertos beneficios. Sin embargo, ésta es una prueba de lo pobre que es la cultura electoral y la ausencia de valores democráticos en el votante colombiano promedio. Es quizá un fenómeno que puede tener una justificación como la corrupción, la politiquería y la deshonestidad de gran parte de los políticos; sin duda hechos que hoy en día se reflejan en una sociedad cada vez menos interesada en participar en estos procesos, aburrida de los mismos con las mismas y que no se haya representada en ningún político.
Si estas tendencias pendencieras no comienzan a cambiar, seguramente el 30 de octubre podríamos encontrarnos con algo muy similar. Pero sin duda es responsabilidad de la clase política en general cambiar esto es cambiando ellos mismos, ser más incluyentes, motivar a la participación y actuar con honestidad. En este país tenemos escasos pero valiosos ejemplos de que ser político vale la pena (me abstendré de nombrarlos) y enfocándose a los más jóvenes es como podrían cambiar la percepción que tienen los colombianos de la política.
De mi autoría