Ver Mensaje Individual
Antiguo 23-05-2011 , 16:24:46   #5
Macondo
Denunciante Notable
 
Avatar de Macondo
Me Gusta
Estadisticas
Mensajes: 768
Me Gusta Recibidos: 660
Me Gustas Dados: 175
Ingreso: 23 feb 2008

Temas Nominados a TDM
Temas Nominados Temas Nominados 4
Nominated Temas Ganadores: 0
Reputacion Poder de Credibilidad: 68
Puntos: 102346
Macondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier DiosMacondo Mas alla que cualquier Dios
Premios Recibidos
Mencion De Honor Denunciando 15 Años Mencion De Honor Denunciando Corazon Purpura 10 Años Medalla Hot 
Total De Premios: 6

  
Predeterminado Respuesta: El esqueleto del diablo, Artiuclo del malpensante sobre el papa negro de Pereira

Salimos. Y de nuevo vi a la Mona, esta vez sentada en un mueble de la sala, con la mirada en otra parte, escuchando vallenatos por radio. Seguía fumando. Escobar, pese a mi insistencia, no quiso decirme cómo se habían conocido ni cómo se habían vuelto pareja. Según parece, la relación data de cuando él ya era el Papa Negro. La Mona, llamada Soley Salazar e hija de familia socialmente reconocida en la ciudad, acudió a Escobar para consultarle sobre su futuro. Pocos días después vivían juntos. El poeta era un tipo seductor, bien parecido; ella, una rubia menuda y atrevida. En adelante, la Mona fue la sacerdotisa de los rituales del Papa Negro. En varias fotografías de artículos de prensa de aquellos años se le alcanza a ver entre túnicas blancas siguiendo indicaciones de Escobar.

El poeta notó que yo no dejaba de observarla.

–En la Pereira de los años sesenta –me interrumpió–, la Mona fue la única que no tuvo prejuicios y que alentó mi camino sin ponerme trabas ni objeciones. Desde entonces vivimos juntos y va a ser así hasta que alguno de los dos muera.

Le conté que todos sus amigos insistían en que la Mona estaba loca y que chismes de barrio especulaban que había sido poseída por el Demonio, que ella era el puente entre los dos mundos y por eso vivía abstraída, como la veía ahora. Escobar se incomodó, me miró a los ojos y me dijo que eran habladurías, que la psiquiatría había explicado hace años las posesiones diabólicas.

–Los médicos le diagnosticaron trastorno bipolar, una patología caracterizada por crisis maníacas y depresivas. Para equilibrarla, le recetaron de por vida un píldora diaria de Clozapina.

Le pregunté entonces cómo se le manifestaban esas crisis. Escobar caviló un poco antes de responderme.

–Ella empezó a caminar sin sentido dentro de la casa y repetía frases inconexas todo el día, vivía atemorizada con alucinaciones repetidas, decía que veía caminar al Diablo afuera de su habitación, que le hablaba.

Gutiérrez Millán, el ex notario, y otros personajes que participaron en los rituales de Escobar me habían explicado que lo que se vivía allí dentro era “fuerte”, que las invocaciones y el discurso que el Papa Negro exclamaba y el tono dramatizado “realmente hacían olvidar lo que había de la puerta para afuera”, y si a eso se añadía el consumo de marihuana o de anfetaminas o de ácidos era indispensable tener fuerza mental para no zafarse. Ante mi silencio, Escobar añadió:
–Si no se tiene suficiente fuerza mental, las prácticas satánicas pueden confundir al iniciado y hacerlo ver otra realidad, y eso fue lo que le ocurrió a la Mona. Además de la Clozapina, me obligaron a no volverla a involucrar en los rituales.

Hubo un nuevo silencio que él rompió para decir con voz pausada:
–La culpa que tuve en esta cuestión la estoy pagando y, como te dije antes, será así hasta que alguno de los dos muera.


Solo me faltaba una cosa por ver.

Yo quería que Escobar armara el esqueleto del Diablo frente a mí. Se paró con rapidez y fue por él. Al tiempo, me dijo con voz excitada:
–Esa figura, sin exageraciones, es muy significativa y valiosa en el ocultismo contemporáneo, es como un hallazgo de la antropología fantástica.

A su regreso, puso un tablero que contenía el dibujo del Árbol Sefirótico o Árbol de la Vida y que, según Escobar, casaba en tamaño y proporción con la osamenta. Regó los huesos y empezó a construir la figura empezando por la cabeza. Juntando pieza con pieza, su mano derecha comenzó a temblar de forma incontrolable. Le pregunté, bromeando, si tenía principios de Parkinson y, sin entonación, me dijo que no, que era la figura la que lo hacía temblar, que siempre que la armaba se le descontrolaba el pulso.

Al verlo construido, corroboré que los huesos encajaban y se extendían sobre las ramas del Árbol Sefirótico. Los colmillos eran los cachos, dos huesos de la mandíbula hacían las veces de brazos, dos huesos que no distinguí eran las patas caprinas, y el resto formaban, uno por uno, el rostro, las costillas, dos senos, el pene y la cola. Sin mucho esfuerzo, se notaba la efigie andrógina del Bafomet de Mendes.

El poeta me preguntó cómo me parecía. No supe qué decir. Muy bonita pero nada más. Igual no estaba convencido. Ante mi silencio, Escobar me dijo:
–Si el mito de representar a Satán como una serpiente solo fuera un símbolo o una alegoría bíblica, ¿por qué con los huesos de la cabeza de esta serpiente puede armarse la figura del Bafomet? –y me lanzó una mirada interrogante, como si no se tratara de una pregunta retórica sino que estuviera perplejo de verdad.

Una noche de sábado, Escobar llegó a mi apartamento acompañado por una mujer de 25 años, muy atractiva. Vestía jeans, blusa y botas, toda de negro. La mujer sabía de música y de literatura, recitó algunos versos de Antonio Machado, y seguía el ritmo de las canciones con sus dos manos, como si tocara una marca sobre un redoblante y un charles. Escobar, mientras tanto, hojeaba los libros que yo tenía sobre la mesa de la sala.

Esa noche se despedían. La mujer viajaba para Nueva York dos días después y, según sus palabras, no regresaría a Pereira. Su relación había comenzado tiempo atrás, cuando ella lo buscó después de una lectura de poesía en la Universidad Tecnológica de Pereira. Vestida con el atuendo de rockera gótica, se le acercó y lo saludó con admiración. Le confesó el gusto por su poesía y le pidió que le autografiara un libro. Escobar le puso la firma y le siguió la conversación. Después de algunos minutos, la charla se volvió un desahogo en el que ella le describía sus continuos cambios de ánimo, la inevitable sensación de vacío que llenaba sus caminatas por el centro de la ciudad y que la avasallaba, y esa necesidad de encerrarse en la música cada vez que entraba a su casa: cuando quería calmar su desasosiego, le había dicho, escuchaba death-metal; cuando quería estimularse, sentir desenfreno y vértigo, ponía Bach, Albinoni y las sonatas de Beethoven.

Por aquella época, vivía con su abuela en una casa cercana a la de Escobar. Sus padres, divorciados, habían emigrado a España y le giraban dinero para su manutención. Tras varias conversaciones con el poeta, se sintió seducida por sus doctrinas y le pidió que la iniciara. De allí en adelante, aquella mujer se convirtió en la sacerdotisa del Papa Negro, hizo parte de varios ritos y concibió un tipo de amor entre paternal y pasional por su mentor.

Tiempo después de que me visitaran, Escobar me mostró unas fotos que la joven sacerdotisa le había enviado desde Nueva York. Aparecía semidesnuda, con un maquillaje que la asemejaba a una vampiresa y gestos de satisfacción. Cada imagen tenía un mensaje al respaldo. Todos insistían en lo mismo: la distancia entre los dos, la lejanía de las ciudades pero la cercanía en el pensamiento, el vacío que la agobiaba y cosas así. El poeta trataba de explicarme que ella lo había considerado su redentor, el guía que le había mostrado cierto camino certero en un momento en que se sentía atrapada.

Le hice ver que los mensajes parecían traducir otra cosa: que ni siquiera en la capital del mundo lograba llenar ese vacío que decía sentir. Ni siquiera el satanismo parecía paliar completamente su carencia vital.

–Tienes razón –me dijo–. Cada cual responde por su destino. Vivimos en una época para la que no hay redentores y los héroes son de supermercado. Vivimos en un mundo sin libertad personal. Todo está jodido. Ni el Diablo es una solución.

Y después, trasgo, se quedó callado.

__________________
When I was a kid I used to pray every night for a new bicycle.
Then I realised God doesn’t work that way, so I stole
one and prayed for forgiveness.
Macondo no está en línea   Responder Citando
 
Page generated in 0,07865 seconds with 11 queries