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Macondo
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Predeterminado Respuesta: El esqueleto del diablo, Artiuclo del malpensante sobre el papa negro de Pereira

Escobar pensó en hacer algo parecido.

Tenía lo necesario: el rito podía copiarlo de la crónica, el altar podía ambientarlo con sus piezas ocultistas, y sus amigos cercanos –entre los que había periodistas, abogados, ingenieros, médicos de su edad o un poco mayores, todos literatos– ya se mostraban interesados en seguirle la corriente. Una pareja, incluso, había aceptado ser casada por el rito satánico como hecho central de la celebración. Lo más importante para Escobar, en todo caso, era que la osamenta que armaba el Bafomet podía apreciarse como el esqueleto del Diablo y resultaba ideal como imagen de culto.

Eran los primeros días de noviembre de 1967. Adecuaron el escenario en un finca ubicada en el paraje de Cerritos, en la vía Pereira-Cartago. Cerca de la media noche, Escobar se puso un capuchón blanco sobre una túnica negra, los demás quemaron una mezcla de azufre e incienso para producir el nauseabundo olor que le atribuyen al demonio y forraron las paredes con tela negra. Después del mantra ofrendado al esqueleto del Diablo y la lectura de textos de Eliphas Levi –francés del siglo XIX, padre del ocultismo moderno–, una joven desnuda que ofició como sacerdotisa se paró frente a un altar decorado con velas y un cuadro de Afrodita. Enseguida, Escobar inició la oración final que los asistentes corearon: “Satán, padre nuestro, emperador de los infiernos, enaltecido sea tu nombre, húndenos en los eternos y profundos círculos de tu reino, donde el hombre, olvidado de Dios, se recobre al fin de sus miserias”. Luego, dio un cuchillo al hombre y una copa vacía a la mujer. Él puso la hoja filosa dentro de la copa y ella la levantó. Finalmente, Escobar sentenció: “Id al Diablo y glorificad el mal”. Y glorificar el mal fue beber, drogarse y celebrar una orgía. La unción de esta primera pareja le dio al poeta la proclamación de Papa Negro.

–Con la parodia del Padre Nuestro quería generar en los participantes un efecto psicológico de rechazo de sus antiguas prácticas y creencias. No creas, Juan Miguel, son más de dos mil años en los que el cristianismo nos ha metido su religión. Deshacerse de semejante lavado cerebral no es fácil y burlarse de él es la forma más efectiva.

De aquella primera ceremonia se publicó una crónica en El Tiempo titulada “El gran gurú invita a la locura. Relato de una misa negra”, firmada por César Augusto López Arias, reportero pereirano. Esta publicación, al contrario de lo que se temía, no causó mayor revuelo en la ciudad. Alfonso Gutiérrez Millán, ex notario, contemporáneo de Escobar y uno de sus mejores amigos, me dijo que la dirigencia política y la Curia sí se habían indignado públicamente pero no porque le profesaran temor al Diablo o a sectas satánicas, o porque le tuviesen respeto al ocultismo del poeta –que apenas comenzaba–, sino porque la crónica daba a entender que el hecho central de la celebración había sido una orgía con vino y marihuana. Me dijo, también, que en el común de la gente se había suscitado lo contrario: el morbo por estas bacanales con jovencitas se esparció como el humo y no hubo semana de allí en adelante en la que Escobar no recibiera peticiones de conocidos y desconocidos para que los invitara a sus rituales, que continuaron celebrándose con frecuencia, ya no en fincas o propiedades de amigos sino en su casa, en Providencia.

En una de esas celebraciones, un viernes en la noche, la mujer que oficiaba de sacerdotisa, tras beber una cantidad de yagé que su cuerpo no toleró, estalló en furia o en pánico, se paró del altar gritando y salió corriendo por las calles del barrio, enloquecida. Escobar y otros asistentes, que lucían túnicas negras con capuchón, salieron en su persecución hasta alcanzarla y regresarla a la casa, dando tumbos. El suceso no duró más de diez minutos, suficiente para que los vecinos vieran todo.

Al otro día, varias personas indignadas o impresionadas o asustadas por lo que habían visto, e impelidas por el sermón del cura del barrio –y hasta por líderes locales del partido conservador–, se pararon frente a la casa de Escobar a gritarle “¡Fuera Diablo!”, mientras apedreaban puerta y ventanas. Otros más clavaron guaduas terminadas en puntas afiladas detrás de los muros del patio de la casa del poeta para evitar que escapara saltando por el solar vecino. Por el techo le arrojaron perros, gatos y gallinazos en descomposición, y le bloquearon la salida con bolsadas de ceniza y basura pútrida. Escobar no intentó salir ni enfrentarse con la muchedumbre. Aguardó hasta el final de la misa de seis del domingo, la de mayor concurrencia, y a que los feligreses salieran del templo, para pararse en el atrio ataviado con la túnica negra y lanzarles una maldición mientras los señalaba: “¡Morirán habitantes del barrio Providencia! ¡Morirán! ¡Cuando las luciérnagas sean plantadas en la obscuridad del espacio en entredicho!”. Dio media vuelta y tomó calle abajo. A media noche, los vecinos vieron hombres con capuchas portando escobas encendidas como antorchas que plantaron en los potreros aledaños al templo San Cayetano y que amanecieron humeantes.

Dos o tres días más tarde, un habitante de Providencia murió de una enfermedad repentina y a la semana siguiente otro más fue atropellado por un automóvil mientras caminaba por Libaré, suburbio distante de Providencia unas treinta cuadras. Estos dos hechos hicieron que la gente comenzara a creer en la eficacia de la maldición de Escobar. Así que desenterraron las guaduas y recogieron las bolsas malolientes de la entrada de la casa del poeta y no volvieron a meterse con él.

Los rituales continuaron y cada vez era más la gente que participaba de ellos. Anécdotas y detalles se escuchaban en calles, parques y cafés de Pereira. Llegados los años setenta, el relato de las actividades del Papa Negro ya había sido publicado en otros periódicos regionales como La Patria de Manizales y en revistas de amplio tiraje como Cromos, Vea y Q’hubo en la semana. La fama de Escobar creció nacionalmente.
En 1975 fue invitado por los organizadores al Primer Congreso Mundial de Brujería que se efectuaría en Bogotá en agosto. La invitación formal le pedía hacer parte, explicar en qué consistían sus doctrinas y celebrar una misa negra. El poeta aceptó. Semanas más tarde, cuando la programación salió impresa y se difundió por los medios de comunicación, la Curia de Bogotá puso el grito en el cielo. Cuando le pregunté a Escobar qué había ocurrido, me explicó:
–Dijeron que no lo podían permitir, que una cosa eran las prácticas de brujería popular, astrología, quiromancia y similares, y otra muy distinta celebrar ritos satánicos y actos diabólicos en Bogotá. Si la organización insistía en mi participación para llevar a cabo el rito, los curas harían todo lo posible para boicotear el congreso.

Meses después voló la noticia de que reporteros peruanos habían venido a Pereira a filmar una misa negra presidida por Escobar y celebrada en la antigua sede de las Hermanas Franciscanas, edificación decimonónica con ventanales de piso a techo. Los porteros de la casona dijeron que habían visto entrar a varios hombres con cámaras junto a hermosas jovencitas, que escucharon extrañas oraciones, músicas raras y gemidos entre dolorosos y placenteros. Los políticos que prestaron el lugar, cuestionados por haberlo hecho, respondieron en la prensa que ellos no sabían que las cámaras de televisión filmarían una misa negra.

El caso es que este rumor generó tal escándalo público que el obispo de Pereira, Darío Castrillón Hoyos –hoy cardenal recientemente jubilado– buscó al poeta y lo invitó a su palacio. Solo ellos saben qué fue lo que conversaron. Escobar me dijo que entablaron discusiones sobre esoterismo, ocultismo, el bien y el mal, y cosas parecidas. Algunos amigos del poeta, sin embargo, me explicaron que el poder de negociación política que ya detentaba Castrillón Hoyos fue usado para convenir con Escobar prudencia y reserva en sus celebraciones ocultistas.




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When I was a kid I used to pray every night for a new bicycle.
Then I realised God doesn’t work that way, so I stole
one and prayed for forgiveness.
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