La mujer se había incorporado a las Madres de Plaza de Mayo en septiembre de 1.976, inmediatamente después de la desaparición de su hijo. Desde ese entonces, nunca más abandonó la organización.
Su tarea dentro de la misma no era sencilla: junto con María del Carmen Berrocal, debían reunir el testimonio de denuncia de cada hijo o hija desaparecido, con sus circunstancias, su fecha y los trámites llevados a cabo para investigar su destino. La tarea no era fácil: muchas madres se quebraban a la hora de redactar, y decían que no podían. María las alentaba con una frase tan dura como necesaria: “Acá no se viene a llorar, así que escribí”.
Hace unos días, en la Feria del Libro, María del Carmen y Hebe de Bonafini la recordaron presentando un trabajo que reúne parte del Archivo Histórico de la Asociación, que ella manejaba con sumo orden.
Y aunque le dolían las rodillas, nunca dejó de ir a las marchas, donde se encargaba de atender el puesto que vendía publicaciones de la Asociaciones. Sus compañeras la recuerdan con afecto y con la misión se seguir siendo como ella.
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