Me gustaba ir a pescar a una cala preciosa de difícil acceso. Un día que estaba pescando apareció un chico con toda la pinta de querer pasar el día tomando el sol. Al llegar me saludó con un tímido hola, se quedó en bañador y se tumbó sobre su toalla. En una de las veces que se tiró al agua me comentó si picaban mucho, le contesté que más o menos. Era joven, veintipocos años, rubio, ojos claros, buen cuerpo. En una de esas me comenta que suele tomar el sol en bolas, que por eso acude a ese sitio, que si a mi me molestaría, le contesté que para nada.
Entró y salió del agua varias veces, así que pude ver su gorda poya. Notó como le miraba, y eso le satisfacía.
A las dos horas recogí los enseres de pesca y me quedé en bañador y decidí darme un chapuzón. Él miraba cómo hacía esto. Dentro del agua en plan picaro me quité el bañador y lo lancé a las rocas. El chaval entendió el mensaje y se tiró al agua, se acercó mirándome donde yo estaba y comenzamos a tocarnos. Me dijo que fuera estaríamos mejor. Salimos y con los cuerpos aún húmedos comenzamos a chuparnos las poyas. Tenía una poya gordísima, que le chupaba incansablemente. El muchacho también era un experto en el arte de chupar. Le pregunté si quería que me lo cogiera y él me comentó que prefiera foyarme él a mí. Con un poco de paciencia (por lo gorda de su poya) para que entrara, logró foyarme intensamente. Probamos varias posturas, aunque casi siempre a 4 patas, hasta que se corrió sobre mi musculado culo. Una gozada