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Predeterminado Secta de los Asesinos – El verdadero origen del terrorismo suicida islámico0 Calificación: de 5,00

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Año 1092, dos hombres conversan en las almenas de un castillo medieval –Alamut, “el nido del águila”– que se erige majestuoso sobre las montañas Persas. Uno es el representante personal del emperador. Quien le habla es Hassan, hijo de Sabbah, jeque de las montañas y líder de “los asesinos”.
– ¿Ve usted al centinela que se encuentra sobre aquel torreón?
Sabbah hace una señal. La figura de túnica blanca saluda y luego, sin dudarlo, se arroja a los abismos que rodean la fortaleza.
– Tengo a setenta mil hombres y mujeres a lo largo de Asia. Y todos preparados para hacer por mí lo que acaba de ver. ¿Puede su amo, Malik Shah, decir lo mismo? ¡Y él pide que le rinda pleitesía! Ya ha visto mi respuesta. ¡Márchese!
Esta escena, que parece producto de la imaginación, ocurrió en realidad. La única exageración fue la de Sabbah, ya que sus devotos eran algo más que 40.000, una cifra igualmente respetable. La forma en que este hombre y sus seguidores llevaron el miedo a los corazones de los hombres desde el Mar Caspio hasta Egipto, es uno de los episodios más extraordinarios de todos los tiempos.
Fortaleza inexpugnable

Hombre de negocios, erudito, hereje, místico, asesino, asceta y revolucionario, Hassan Bin Sabbah nació en Persia (Irán) alrededor del año 1034. De niño, quien luego declararía ser la encarnación de Dios en la Tierra, era un estudiante de teología, un talibán.
Sabbah disfrutó de una educación privilegiada para su época, compartiendo el mismo maestro –a cuya elevada meta traicionó– con personajes de la talla de Nizamul Mulk (futuro visir del sultán de Persia) y Omar Khayyam (gran poeta, astrónomo y matemático).
Estas tres luminarias hicieron un pacto mediante el cual, si uno de ellos alcanzaba algún día una posición de poder, asistiría a sus compañeros menos favorecidos.
Hassan Bin Sabbah, el Viejo de la Montaña.

En su juventud, viajo a Egipto, donde abrazó la doctrina chiíta. Aprendió a cuestionar el dogma islámico y comprendió que el mundo se transforma mediante acciones. Esta revelación serviría más adelante como modelo para la estructura de la organización de los hashishins –palabra árabe de la que derivaría el término “asesinos”.
Sin embargo, Sabbah tuvo que abandonar precipitadamente Egipto por problemas políticos, recalando en Persia. Mientras buscaba una residencia permanente, encontró una fortaleza aislada en lo más alto de las montañas de Qazwin. Este castillo, llamado Alamut, era la plaza fuerte ideal para albergar la nueva secta que Sabbah estaba a punto de formar: los ismaelitas nazaríes (conocidos posteriormente como hashishins). Pero también para crear junto a sus muros el “jardín legendario de los placeres terrenales”, una especie de “paraíso de Alá” que desempeñaría un papel muy importante en los ritos iniciáticos de los hashishins.
El investigador Robert Anton Wilson nos describe en que consistía dicha ceremonia: El joven era llevado inconsciente al jardín, después de haber ingerido una potente poción cuyo principal ingrediente era el hachís. Cuando despertaba de su sueño, el acólito se encontraba con un grupo de bellas mujeres que le recibían entre bailes y canciones. Mientras el atónito joven aún intentaba reponerse de su asombro, las muchachas comenzaban a proporcionarle toda clase de placeres sexuales.
Este era el prólogo de una estancia en aquel paraíso terrenal que aseguraba a Sabbah la lealtad absoluta de su nuevo seguidor, ya que, con el “jardín de Alá” como premio, sus órdenes serían acatadas sin reparos.
Ángeles destructores

Hassan Bin Sabbah era un gran alquimista y estudioso del sufismo, de modo que parte del “plan de estudios” iniciáticos para los futuros hashishins implicaba el dominio de métodos ocultos para alcanzar planos más elevados de consciencia. Por supuesto, también aprendían cómo matar eficazmente usando el veneno o la daga.
Los iniciados eran entrenados en el conocimiento de idiomas, así como en el modo de vestir y comportamiento de comerciantes, monjes o soldados. También se les enseñaba a hacerse pasar por creyentes y practicantes de religiones más importantes. De este modo, un asesino podría fingir ser cualquier persona, desde un hombre de negocios hasta un místico sufí.
La orden hashishin se fundamentaba en una organización burocrática tradicional. En la cima de la jerarquía figuraba Sabbah –cuyo sobrenombre era “El Viejo de la Montaña”–, quien predicaba la dedicación absoluta a un Dios trascendental. Más abajo estaban los priores magníficos (místicos y clérigos), los propagandistas y, finalmente, los fidais, el escalafón más bajo de los hashishins.
Los fidais (ángeles destructores) tenían un voto de obediencia absoluta y estaban dispuestos a llevar a cabo cualquier atrocidad que su amo exigiera de ellos, incluyendo el suicidio. Vestían túnicas blancas con fajines y turbantes rojos: colores que representaban la inocencia y la sangre.
La secta convirtió el asesinato en una forma de arte, perfeccionando muchas aplicaciones fatales de la daga (que habitualmente impregnaban con veneno). Pero no estamos hablando de criminales sanguinarios ansiosos por alcanzar su objetivo a cualquier precio, sino de intelectuales que preferían utilizar la persuasión en lugar de la violencia.
Sin embargo, a medida que sus hazañas culminaban en éxitos, el comportamiento de Hassan Bin Sabbah fue haciéndose más y más misterioso. Después de afianzarse en Alamut, vivió el resto de su vida encerrado en la fortaleza. Se dice que abandonó sus aposentos sólo dos veces durante este período. Era un asceta, un místico que escribió un buen número de tratados teológicos. Sus ambiciosos y secretos planes, más que a la avaricia o a la megalomanía, se debían a su fanática devoción ismaelita.
De hecho, podía ser incluso descendiente directo de Mahoma, pero rechazó utilizar esto en su favor: “Prefiero ser un buen sirviente del Profeta antes que su hijo indigno”.

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