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Kaffeetrinker 2 Novelas que leí y nunca olvidé Calificación: de 5,00

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Novelas que leí y nunca olvidé



Nuestra vida es una actualización de la novedad, un producto de nuestra propia creación, una auto imposición de elementos implícitos en el contrato social. No aceptar las pautas del convenio es equivalente a renunciar al ego, a morderse la mano y sangrar. Hoy por hoy, el yo cotiza más que el humanismo. Cada día nos reinventamos para tener algo nuevo que contar en Facebook. Hemos hecho de nosotros mismos un monstruo devora libros que necesita vanagloriase ante los demás. El Muro de Berlín separaba a los fascistas de Alemania. Nuestro Muro nos separa de esa imagen que inventamos una mañana para agradar al mundo.

Todos eso libros que empezamos una y otra vez porque nunca podemos terminarlos, esos que deben ser leídos a fuerza de pecar por insensibilidad literaria, los mismos que aparecen en el índice de literatura dorada; son la mejor prueba de la imposición masoquista en busca del aplauso que actualmente vivimos todos los que, una tarde de parque, con un libro entre las piernas, decidimos estudiar Letras en una universidad cercana.

Trampas intelectuales. Nada más. Hitler también leía y abogaba entre saliva por el poder desinteresado del arte y, kantianamente, exaltaba su necesidad. Engrandecía sus aires de Tercer Reich rememorando esos tiempos en Austria como estudiante bohemio y lector apasionado. Tenía una biblioteca gigante (al igual que Pinochet) que desapareció con la toma de la cancillería de Berlín y su refugio Berghof.

Existe un documento de 1942, con la descripción de esta biblioteca, escrito por el periodista Frederick Oechsner, que titula Este es el enemigo.

Hoy quería escribir sobre el rock. Se lo debía a @ivakiba. Pero empecé a pensar en mis libros favoritos, los mismos que despertaron afecto y relecturas. Esos que leí y nunca pude olvidar. Curiosamente, mientras rememoraba lomos, descubrí que la mayor parte de mi biblioteca no pertenecen al índice rococó. La biblioteca del gran führer poseía casi mil volúmenes de lo que Oechsner llamó “literatura popular y sencilla”. Una biblioteca gigante y ningún autor de renombre. Ni siquiera los más esperados: Nietzsche y Schopenhauer. Me sentí identificado. No por la biblioteca gigante sino por mi evidente tendencia hitleriana (?). Desde el colegio, siempre he leído lo que se me antoja, lo que está de moda, lo que nadie toma en la departamental, lo que vende Círculo de lectores, y mis anaqueles también son populares y sencillos.

Una posible explicación es que nunca me forcé a terminar un libro que sintiera aburrido. Jamás me he subordinado a la carrera (así mismo me va en cada corte). Siempre supe cuándo apagar la luz y loguearme en twitter. Ahora, fiel a mi experiencia como lector hedonista, sin pretensiones sugestivas o intento de crítica académica, y en consiente uso de mi derecho a ser comentarista profesional (?) les presento el dream team de novelas que leí y nunca olvidé.

El señor de las moscas
William Golding


Al igual que el resto de mi generación, toda la cultura general que acumulé durante mi juventud la copié de Los Simpsons. El estudiante que en su pubertad nunca prestó atención a estos cinco seres maravillosos del mundo contemporáneo, tiene el doble de trabajo cuando llega a la universidad y nunca ganará una tertulia de segundo semestre. Tal vez nunca gane ninguna en toda su vida. Existe un capítulo que parodia esta novela. Una tarde, en una reventa de libros, sacaba títulos al azar y la información en contraportada resultó familiar. La rescaté y llevé a casa con cariño. Pasé la noche de tapa a tapa, sin dormir. Lo terminé a las nueve de la mañana y, poniéndome al corriente con Wikipedia, descubrí que su autor mereció un flamante premio nobel en 1983.


Rayuela
Julio Cortázar


El primer libro que me prestaron. Recuerdo claramente el brillo en los ojos de la chica que me la entregó. Lo traía entre sus manitas con la delicadeza que exige transportar sabiduría universal. La energía poderosa de esta novela me estrelló en toda la cara. Terminé muy excitado cuando finalicé el libro y lo descargué sobre mi pecho. Quería que todo el mundo la leyera, compré tres ediciones distintas, lo leí cuatro veces ese mismo año. Ninguno de mis amigos era lector, así que me matriculé en Lengua Castellana para crear una hermandad. Ahí nació la maldición. Las tres novias que he conseguido desde entonces, son esbozos de La Maga. Hasta formé un grupo en Facebook que hace mucho no reviso. A ver…Oh yeah… 624 fans.

Una historia desagradable
Fiódor Dostoyevski


Con Dostoyevski siempre me sentí bien. Nuestra amistad empezó con El Jugador y después vino Crimen y castigo. Un día me regaló Los hermanos Karamázov y dimos el siguiente paso. Dejamos de vernos a escondidas, en los recreos, y lo presente con mis amigos del barrio. Con el pasar del tiempo, resultó ser justamente lo que buscaba. Justo cuando sentí que no se podía admirar más a alguien, encontré en el rincón de un anaquel perdido su mejor obra. Una historia desagradable es el relato de un humanista cualquiera en un mundo como el nuestro, que entra en crisis al enfrentar sus tendencias ideología contra la convicción necesaria para tomar medidas prácticas. Un dibujo hermoso de la debilidad moral que siempre ha rodeado mi espíritu endeble. Y nuestra amistad se consolidó. Fiódor era el novio nihilista que las niñas sueñan y yo quería ser como él.

Kafka en la orilla
Haruky Murakami


Estaba de oferta en Círculo Lectores. Me agradó la idea de leer la novela de un autor nacido en Tokio. Di varios tirones a la falda de mi madre y el libro llegó a las pocas semanas. Al principio me sentí como quien lee una novela de seiscientas páginas atiborrada con escenas graciosas y anécdotas conmovedoras, de esa que buscan enganchar lectores desprevenidos. Pronto descubrí, con extasiado asombro, que maniobra una especie de realismo mágico posmoderno cargado de guiños a iconos propios de la cultura pop. Quedé sin palabras. Súper hiper mega emocionado salí hacia Panamericana y gasté 65mil pesos en Tokio Blues, otra novela del autor. La abandoné en la página doscientos. No sé qué pasó con ella. Creo que la recogió bajo la cama una nena de Lenguas Modernas, que me visitó un día, y no fue capaz de devolverla. Tal vez teníamos más cosas en común de lo que pensé y también la abandonó en el mismo capítulo.

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