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¿Cómo se hace porno en familia?


—Johnny, meta el pene en ese hueco para tomarle una foto mientras ella se lo chupa –dice Andrea García, su hermana. Detrás está Toto García, su papá. Y en la cámara Cristian Cipriani, el esposo de Andrea.

La Cipriani García es la única familia en Colombia que vive del porno. Este año han logrado el contrato más grande de pornografía que se ha hecho en la historia de Colombia: deben producir para la mítica firma Penthouse 140 escenas que saldrán en sus canales y páginas en todo el mundo.

Este contrato significa bastante dinero, pero además mucho prestigio en la industria del sexo. Producir para Penthouse es como si Víctor Gaviria filmará con Paramount. Pero del otro lado está el compromiso de manejar tanto presupuesto. El valor de una escena en Colombia puede oscilar entre los mil y dos mil dólares. La productora de los Cipriani García, 17/26 Producciones, dueños de la página más grande de porno en Colombia (www.7labios.com), puede filmar cinco escenas en un día.

La suma de dinero que ganan queda en familia. Ellos no dicen cuánto ganaran en total con Penthouse, pero si se indaga un poco se hacen sumas. En la producción, que depende de Cristian Cipriani, hay que contar con el uso de una cámara HD, un kit de luces de fotografía fija, un equipo de sonido profesional y los computadores para capturar y editar las escenas. Aunque los equipos son de ellos, el alquiler en el mercado colombiano de estos elementos sobrepasa el millón de pesos.

Cristian Cipriani filma todas las escenas.

El arriendo de las locaciones donde filman oscila entre los 300 y 500 mil pesos diarios. Johnny se encarga de conseguir los sitios, pero su verdadero talento a sus 24 años es ser, quizá, el actor porno más experimentado del país. Al principio Andrea, su hermana, salía del set para no ver sus primeras actuaciones, pero para ella ya es bastante normal verlo desnudo y hacer chistes sobre el tema.

El vestuario y el styling corren por cuenta de Andrea, quien por jornada debe comprar al menos cien mil pesos en ropa y objetos, porque algunas de las actrices se “llevan” las cosas.

Alonso García, o Toto, como lo conocen en el medio, se encarga del transporte, de los domicilios de comida, de los encargos imprevistos ‒condones, lubricantes, juguetes sexuales, medicamentos‒ y hasta de conseguir lo inconseguible: actrices afro, adolecentes con rasgos orientales o hasta señoras de más de sesenta años de edad.

Andrea, de 32 años, es una experimentada directora de cine para adultos. A los 19 ya estaba involucrada en el mundo de la televisión, con un programa de sexo en Medellín. No se le pasa un detalle. En plena toma, mientras se chupa un bombón frente a las actrices, les pide con señas de mimo que abran las piernas, que se lubriquen con sus dedos la vagina, que saquen el coxis, que el sexo oral parezca la lamida del último helado del Sahara y que giman con los dolores y el placebo de una anestesia epidural. Pura actuación, y eso en pesos es difícil de cuantificar.

El valor en Colombia de una actriz varía mucho. Depende de la chica, de su trayectoria, de su figura, de su estado físico, pero más que todo de su actitud. A las prostitutas se les paga 100 dólares por escena. Las “prepago” se le miden hasta por 300 dólares. Las profesionales pueden llevarse hasta 500 dólares. Conseguir encargos extraños, como una mujer de la tercera edad, no es tan costoso, pero sí muy difícil para que “lleguen”.


Todos los días llegan a las oficinas de 17/26 alrededor de cinco a ocho chicas.

—Ve y traes el pasaporte o saca el RUT, porque si no, no podemos trabajar contigo –le dice Andrea a Valeria, una de las chicas que llegó al casting.

Valeria está desde las 9 a. m. a la espera en el set. Tiene 18 años, es de Barranquilla, mide 1,70, su pelo es negro azabache, tiene cara de veinte pero senos de quinceañera. No disimuló su rabia ante la negativa de Andrea, y le pide a Toto la dirección de la locación donde van a filmar en la tarde.

A la 1 p. m. regresa con el RUT y su pasaporte en mano. Andrea los revisa con detenimiento y saca un contrato con los números 2257, con el que se acepta en Estados Unidos que la persona que firma es mayor de edad y sede el uso de los registros fílmicos y fotográficos a la empresa productora. A la velocidad de un pestañeo, Valeria firma con un suspiro de alegría, pone su huella y revisa el contrato.

En el set se encontraban Sebastián y Dayana, una pareja de novios que vienen, dicen ellos, para experimentar la adrenalina de ser filmados. La pareja se enteró de la realización a través www.1767casting.com, otro de los 50 sitios web que tiene la productora. A las parejas amateur se les paga 200 dólares por actuación. Esta vez la escena es soft, sin penetración, pero lo ideal sería que el protagonista tenga una gran erección. Pero Sebastián no lo logra. Se le ve asustado, mientras su novia grita y hace de todo para tratar de excitar a su lancero vencido.

De las 140 escenas de calidad que la familia tiene que enviar a Penthouse, sólo han grabado 40, pero desde el 10 de enero no han parado de trabajar para otras casas productoras en el mundo. En estos sesenta días de trabajo han filmado 300 escenas y tomado más de 10.000 fotos. Algunos de los cortes con las parejas amateur sirven, pero el 80% no clasifican. La causa es el nerviosismo y la falta de actitud de los hombres en el set. Para las mujeres es más fácil porque saben fingir el placer, pero para los hombres es más complicado, porque siempre se les nota, cual bandera a media asta.

Luego de intentar e intentar por veinte minutos, Cristian decide acabar la “penenosa” escena. Pero no por o, si no porque acaba de llegar el legendario Nacho Vidal. El español es recibido con sorpresa y abrazos de afecto. Desde Andrea hasta “Leguizamo”, la maquilladora, se precipitan en elogios por el profesionalismo del actor. “A Nacho se le para hasta peleando”, dice Toto. Pero Nacho, que ahora produce y dirige sus propias películas, no es el ídolo de Andrea y Cristian. El mentor de la pareja es John Stagliano, un estadounidense dueño de la famosa productora Evil Angel, quien adora las escenas anales y es uno de los pocos miembros de la industria que tienen VIH

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