Ver Mensaje Individual
Antiguo 09-03-2011 , 18:24:46   #2
Tyler Durden
PATRIMONIO FORAL
Super Moderador
Denunciante Leyenda
 
Avatar de Tyler Durden
Me Gusta Tyler Durden apoya: Denunciando
Tyler Durden apoya: Zona Chistes
Tyler Durden apoya: Zona Politica
Estadisticas
Mensajes: 108.735
Me Gusta Recibidos: 135965
Me Gustas Dados: 55417
Ingreso: 21 jun 2008

Temas Nominados a TDM
Temas Nominados Temas Nominados 551
Nominated  Temas Ganadores: 2
Reputacion Poder de Credibilidad: 10358
Puntos: 20577510
Tyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputaciónTyler Durden tiene reputación más allá de la reputación
Premios Recibidos
Mencion De Honor Denunciando Jorobado 15 Años Mejor Moderador El mas Chistoso Corazon Purpura 
Total De Premios: 59

  
Predeterminado Respuesta: ¿Recuerdan el buque del famoso "Macho trapo"? (Crónica)

El preludio de la farsa
La tramoya comenzó a principios de agosto de 1997, cuando un rumor contaminado de saña llegó a oídos de Liliana: Lorena Peña, su mejor amiga, esperaba un hijo de Alejandro.
Movida por los celos, y encolerizada ante su esterilidad, la muchacha le robó un certificado de embarazo del hospital de La Manga a una de sus vecinas. A su novio lo atolondró con la novedad de que iba a ser padre. Alejandro Férrans, sin profesar el mismo amor que sintió por ella alguna vez, se desentendió del compromiso.
Pero una tarde, cuando el sol barranquillero comenzaba a ocultarse entre los caracolíes de Nueva Colombia, la mamá de Liliana lo visitó en su casa. La vieja vendedora de cocadas —que había sufrido las vicisitudes de una vida sin marido— le entregó a su hija con todo y ropa. Desde ese día la astuta muchacha se consagró como novia oficial de Alejandro, y alcanzó el propósito de vivir en la residencia de los Férrans Altahona.
Apenas consiguió ser parte de la familia trató de comer y de beber hasta henchirse con el propósito de abultar su abdomen. Esa situación ya provocaba angustia entre los parientes de Alejandro porque Liliana acababa con la comida de los ocho habitantes de la casa. Pero por más que tragaba su barriga no parecía la de una embarazada. Cuando notó la desconfianza de Sandra Férrans, la hermana de su novio, a quien le faltaba un mes para parir, se vio obligada a actuar de otra manera.
Un día, a solas en su pieza, amarró meticulosamente una faja de lycra a su estómago. Luego empezó a rellenarla. Lo primero que le echó fue un par de overoles viejos, después, un vestido de flores de su suegra. Cada seis o siete días alguna prenda de los Férrans era sacrificada para engrosar la que se convirtió en una colosal bola de trapos.
Poco a poco, su estómago adquirió dimensiones sobrenaturales, por lo que inventó que no iba a tener un niño, sino seis. La idea que maquinó gracias al descomunal relleno resultaba perfecta. Con seis niños no solamente conseguía alejar a Lorena de Alejandro; las criaturas representaban también una fórmula infalible para retener a su novio. Ya no se quedaría sola en el mundo; la penosa hambre aguantada durante su infancia no volvería a asaltarla; tampoco le faltaría amor, pues a su lado tendría a un guardián que la haría feliz hasta el final de sus días. “Sería un diablo el hombre que abandone a su mujer después de hacerle seis hijos de una sola camada”, pensaba mientras planeaba la picardía más importante de su escasa edad.
Liliana Cáceres poseía una habilidad extraordinaria para el engaño. No sólo había fabricado su propia barriga; también actuaba como si estuviera embarazada. Cuando Georgina le servía huevos al desayuno fingía marearse con el olor; le imprimía verosimilitud a la escena cuando se paraba de la mesa y salía a vomitar. Justificada en el mal de antojos que sufren las hembras preñadas, comía varias veces al día. Pero no comía cualquier cosa: exigía carne o pollo, por lo que el bolsillo de su suegro se veía seriamente afectado. Sin embargo, en la vieja casa de paredes de tapia jamás rondó tanta felicidad. Todos esperaban ansiosos los bebés que partirían la historia de la familia en dos. Georgina no dudó ni un sólo minuto en gastar los 80.000 pesos que había ahorrado durante todo el año para ser la primera en hacerle un obsequio a sus nietos. Don Andrés animaba a su mujer en el cuidado esmerado hacia la muchacha para que la gente no tuviera de qué garlar. Con la futura madre se mostraba cariñoso y guardaba la ilusión de que los niños nacieran completitos y rebosantes de salud. Cada vez que la barriga aumentaba de tamaño, el longevo celador le compraba a Liliana una batola más grande que la que desechaba, pero le terminó comprando tantas que un día se vio en la obligación de hacerle una advertencia: “Mijita, los niños no pueden seguir creciendo porque ya no va a haber bata que te quede buena”.

La huida de La “barriga’e trapo”
A Liliana no le importaba avivar ensoñaciones ajenas con tal de apoderarse de su novio picaflor. Lo que nunca se le pasó por la cabeza fue ser dueña de la popularidad que consiguió. Había planeado el embarazo con la idea de irse a Cartagena cuando su invento apenas acariciara el séptimo mes. En la mitad del camino se bajaría del bus y se quitaría el relleno de su barriga abandonando los trapos en el monte. Luego visitaría a sus familiares en La Heroica, y cuando estuviera de vuelta en Barranquilla diría que había perdido a sus niños. Entonces pondría fin a su mascarada, pues ya habría recuperado el ansiado amor de Alejandro.
Pero la Providencia no le ayudó. Un lunes de noviembre, Manuel Pérez —periodista judicial del diario La Libertad—vio contornearse a la morena con una gigantesca barriga por el hospital universitario. Asombrado, el reportero pensó que detrás del bulto había un hecho informativo. Sin embargo, por razones que hoy él mismo desconoce, no abordó a la dueña del exótico vientre.
Al llegar a las oficinas del diario, el periodista les contó a sus colegas que había visto “la barriga más grande del mundo”. Admirado por la historia, Carlos Peláez —también reportero judicial— decidió buscar a Liliana por toda la ciudad. Luego de contactarla, y de hacer pública su historia, el invento de la joven adquirió un cariz noticioso cuyo desenlace cambió su vida para siempre.
Tras cometer su más grave pecado de amor y quedar al descubierto, la muchacha padeció en carne propia el costo de una fama mal ganada. El mundo ya no la distinguía como Liliana Cáceres; en cambio la envilecía bajo el remoquete de “la barriga’e trapo”. Alejandro Férrans también pagó las consecuencias del terrible yerro. Sus supuestos poderes seminales fueron el hazmerreír de medio mundo, pues pasó de ser el Macho Man de Nueva Colombia a un triste Macho’e Trapo de por vida.
Sin darle la cara al desvalorizado hombre, Liliana decidió huir de su natal Barranquilla. No había permanecido siquiera una semana en casa de su tío Raúl Cáceres, cuando un grupo de jóvenes del barrio cartagenero La Candelaria trataba de romper a pedradas el techo eternit de la vivienda. “Loca, salga pa’ lincharla”, le decían a gritos, con el ánimo de desafiarla. Tras la agresión, que sólo se calmó cuando se hizo presente la Policía, la joven tuvo que partir hacia otro lugar.
Fue a parar a una pensión del centro, en donde trabajó como mucama. Cambió su nombre por el de Carmen y se quitó el pelo sintético que tuvo durante el embarazo ficticio. Pensó que de esa manera pasaría inadvertida. Pero un día, cuando salió a la plaza de mercado de Bazurto a comprar sayas y calzado, la gente la reconoció. Entonces se vio ultrajada como nunca antes. “¡Barriga’e trapo! ¡Mentirosa!”, vociferaba la muchedumbre enardecida, mientras le tiraban pedazos de frutas y verduras. Pero eso le pareció poco comparado con la llamarada de candela que descendía por su cuerpo: una mulata alta y rolliza que atendía un puesto de comidas le había tirado un caldo de pescado hirviendo por la cabeza.
La cólera y la humillación la condujeron hasta una minúscula vereda ya desaparecida del departamento de Bolívar. Para su pesar, su fama había aumentado a raíz del alto número de barrigones disfrazados en su honor en el carnaval de Barranquilla. Ahí viene la marimonda, la danza del congo grande, viene la barriga’e trapo, ya la rumba está que arde, nos vamos a emparranda’, nos vamos a emborracha’.
Las canciones compuestas a su farsa la convertían en una especie de leyenda popular, así que eran muchos los que llegaban hasta su casa todos los días con el ánimo de conocerla en persona. La acosaban tanto que ella misma terminaba espantándolos desde una ventana a punta de baldados de agua fría. Pero llegó el día en el que se cansó de luchar contra la fama y su gallardía devino en agotamiento.
Volvió a partir. Esta vez se fue a vivir a una loma, cerca de los Montes de María. Consiguió trabajo en casa de unos amigos de su tío como empleada doméstica, y trabajó allí varios meses confiando en que el tiempo borraría su historia del mapa.
En un encuentro con su prima Josefina Cáceres, quien años atrás le presentó a Alejandro, Liliana se enteró de que su antiguo amor vivía al lado de Lorena Peña. La pareja tenía dos hijos; Alejandro había abandonado su trabajo de repartidor de gaseosas Postobón para convertirse en uno de los tantos mototaxistas que vagaban por las calles barranquilleras y, al parecer, eran felices.
Las novedades acrecentaban el odio de Liliana hacia su suerte. Pensaba que si no hubiera engañado a su novio, podría ser ella quien ocupara el lugar de su mayor enemiga. Pero ya nada concerniente a su pasado tenía solución. Fue en ese momento cuando entendió que ni los trapos ni los hijos eran excusas suficientes para retener a un hombre, porque para padecer el abandono de un amante sólo era necesario tenerlo al lado.
Cierto día una sorpresa irrumpió en su presente. Acababa de cumplir 21 años cuando conoció a Diógenes Parra, un joven pescador de buen talante que la enamoró en poco tiempo. Juntos se devolvieron a Cartagena. Allí vivieron en una pequeña casa de madera que el muchacho construyó. El lotecito de seis por seis lo obtuvieron gracias a la misericordia del programa social “El Minuto de Dios”, dirigido por el cura más televisado en Colombia: el padre Rafael García Herreros. Pronto tuvieron un hijo; entonces Liliana sintió por fin, desde el dolor de sus entrañas, lo que significaba parir de verdad. “Ese también debe ser de trapo”, le decían sus vecinos cada vez que salía a la calle. Pero cuando el niño nació todos comprobaron la verdad que encerraba esa barriga.
Después de Yoger, Liliana y Diógenes tuvieron otros dos niños. Aunque sobrevivían entre alcores de pobreza, a la familia nunca le faltaron dos raciones diarias de comida ni la fe en una vida mejor. Pero en medio de la escasez, la maldición coqueteó con el daño. Diógenes le anunció a su mujer un viaje que venía rondando en su cabeza tiempo atrás: se iría a la isla Margarita, por un periodo corto, con la ilusión de no seguir repartiendo un solo pescado entre una familia de cinco. Pese al dolor que implicaba tenerlo lejos, y confiada en el gran amor que los unía, Liliana aceptó. Pero hoy, dos años y siete meses después, no ha recibido ni una sola llamada del papá de sus hijos.

Tyler Durden no está en línea   Responder Citando
 
Page generated in 0,02205 seconds with 11 queries