Buenas, un saludo. Les voy a compartir un poco de literatura que me encanta. Pequeños cuentos argentinos, donde lo que se busca no es educar...
Son escritos en un lenguaje bastante básico...cualquiera lo puede entender. Son muy sabrosos....sóyense uno:

Trivial
Me he llegado a la cocina hace un largo rato y un queso me hizo llorar. Entré y ahí estaba, tan amarillo, tan cáscara roja, sobre ese papel blanco, recién desenvuelto, tan claro, tan compacto, perfecto, único objeto sobre la mesa. Indescriptible.
Cuando me pregunté por qué lloraba empecé a pensar. Me he conmovido por algunas cosas extrañas en mi vida, eso lo puedo decir, pero jamás había vivido algo así por un queso. Y qué aroma. Me pregunto, sin poder definir algo coherente... ¿por qué lloré?
Bueno, no fue un llanto-llanto, fueron unas lagrimitas incontenibles.
Tal vez no era sólo el queso. Tal vez era todo: la cocina tan desordenada, los platos sucios en la pileta... qué sé yo. Y en el medio de la mesa: ¡esta explosión de frescura!
Ya sé que es una expresión "grasa", la palabra frescura es como poco seria, como de publicidad. Se aleja tanto de lo que me gustaría y no puedo explicar... Tal vez era yo, ¿no?, que con cierto estado de soñolencia y un dolor de cabeza terrible... Pero no sé, no encuentro la relación lógica. Porque ahora pienso que si recién me levantaba habría ido a la cocina para desayunar y yo nunca puedo desayunar comida porque me descompongo, sólo puedo tomar líquidos y el queso no es nada líquido... bueno, salvo los quesoscremas.
Ahora que me pasa por el cuerpo la incertidumbre, me doy cuenta de que en esa emoción sin sentido que me agarró había mucha angustia, mucha angustia que permanece aún y que ahora se comprende: estoy tratando infructuosamente de "entender" lo que me pasó y lo que hice.
Porque tampoco puedo entender por qué, sin tener hambre ni nada, tuve la necesidad de acercarme al queso, provocando la mojadura del papel blanco a causa de las lágrimas. ¿Por qué tuve que hacerlo, con un cuchillo de cocina como arma, acercarme así, tanto, despacio... casi temblando... y... cortarlo? Finalmente cortarlo, ingerirlo... ¿por qué pude hacerlo tan impunemente? Estropearlo todo, dejando el cuchillo clavado en él y salir, masticando, de la cocina. Masticando y tragando las lágrimas, también. Apenas si, llorando, alcancé a peinarme, a ponerme los zapatos, a salir a la calle.
Pero volví. Al cabo de dos cuadras en línea recta, dando pasos pesados como si quisiera hacerle confesar algo a las veredas, logrando que me dolieran también las piernas, di media vuelta y volví. Y volví a la cocina, para contemplar mi acto, a mirar al queso maravilloso con el cuchillo clavado.
Ya hacía un rato que no lloraba. Con total seriedad y en silencio empecé a limpiar. Agarré una franela, limpié bien el cuchillo, frotándolo bien, para borrar mis huellas. Al queso lo envolví en el papel de nuevo y después lo metí dentro de todas las bolsas de polietileno que encontré en la cocina. Así me deshice de él.
Pero bueno, ya pasó. Ahora vine al comedor y estoy mirándome las manos desde hace unos minutos. La izquierda y la derecha nunca son iguales. Los dedos tampoco, si se los compara con atención. ¿Es realmente posible emocionarse por el queso? Me da miedo contarlo... desde que se usa tanto y tanto interpretar, con las teorías modernas y todo eso... ¡Lo contaminan a uno de preguntas! ¡Preguntas. preguntas! Debería ordenar esto. No sé si es realmente posible; pero ¿por qué no? ¡Si era tan lindo!