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ADOLF 卐 HITLER
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Predeterminado Respuesta: Solvástika y el símbolo de la Horca

Este rey, célebre por su estupidez (la cual, según se dice, era comparable en grados únicamente con su crueldad), fue quien terminó por completar la obra encomendada, siglos antes, a Zaulo de Farso. Su nombre era Tontantino (llamado así por lo profundamente tonto que era), y fue, en los hechos, el verdadero creador del símbolo de la Horca. Cuenta la leyenda que la noche previa a una batalla decisiva por el trono de Solvástika Tontantino tuvo un sueño. En él vio una gran Horca y bajo ella la inscripción: “Bajo este signo vencerás”. Bastó únicamente esa sujeción onírica para que Tontantino, acrítico como era, se convirtiera al ahorquismo e impusiera en todo la isla la moda de llevar colgado al cuello un collar con una Horca como símbolo de su adhesión a la nueva doctrina. Los solvastikanianos, en realidad, temerosos del nuevo rey –pues sabido es que era cruel en una proporción similar a su tontera- se mandaron a hacer collares con símbolos de horcas por montones. Y no faltó aquel que para congraciarse todavía más con el nuevo jefe de gobierno mandó a construir una Horca en el antejardín de su casa, de la que hizo colgar el maniquí de yeso de un ahorcado, en honor del mismísimo Yesús. Con el tiempo se olvidó el temor y las horcas fueron llevadas por costumbres entre las solvastikanianos, como si se tratase de un nuevo símbolo redentor. Tontantino, entonces, prohibió para siempre el símbolo de la Solvástika y la religión que le era afín. A partir de entonces, todos en la isla deberían convertirse al ahorquismo. Pero llegó un día en que un joven príncipe se opuso a la nueva doctrina. Su nombre era Tuliano, conocido también como el apostata, por su ímpetu de renegado contra el ahorquismo. Tuliano había comenzado su carrera como un bravo general al servicio de Solvástika. Y fue en nombre de esta tierra que marchó a Poma a combatir a los Pleteyos, en los días de la Gran Guerra. Fue en Poma que se enteró del verdadero significado de la Horca, y de la real naturaleza de los padres del ahorquismo. Ya cuando la guerra terminó y Tuliano tuvo que volver a Solvástika se propuso extirpar de su tierra el maleficio que había caído con la llegada de los ahorquistas. Lo primero que hizo fue confrontar el nuevo ícono de la religión ahorquista con el antiguo símbolo que había dado origen a la Solvástika. Escribió un tratado que difundió por toda la isla. En él resumía en unos pocos puntos las profundas diferencias que existían entre los dos símbolos en cuestión. Nosotros reproduciremos aquí las más significativas diferencias planteadas por Tuliano, conforme se nos impone por los asuntos que estamos narrando en estas líneas. Las discrepancias entre el símbolo de la Solvástika y el símbolo de la Horca pueden resumirse, siguiendo a Tuliano, del modo que sigue:
  1. La Solvástika es un símbolo de la vida, mientras que la Horca representa la muerte. Tuliano justificó esto diciendo que la Solvástika, en la medida que representa al Sol y el Sol es el astro dador de vida por antonomasia, ella misma es un símbolo de la vida. En cambio, la Horca, al ser en los hechos un instrumento al servicio de la muerte, no podía menos que representarla en su funcionamiento más patético, el que prescribe la muerte de los criminales más abominables.
  2. Al ser un símbolo de la vida, la Solvástika es también un símbolo de la buena fortuna y usado para promover las buenas vibraciones. Esto le viene de su carácter fértil, pues la fertilidad es una de las características de la vida. La Horca, en cambio, al ser un símbolo de la muerte, no podía menos que acarrear malas vibras y ser, en todo, un ícono de la mala fortuna. Nada bueno podía esperarse de un símbolo así. Se sabe que hasta muy entrado el presente siglo los tullidos todavía lo usaban para proferir todo tipo de conjuros y maleficios.
  3. La Solvástika, al semejar con sus cuatro brazos el movimiento del Sol a través de las cuatro estaciones del año, era claramente un símbolo de fertilidad que llamaba a las buenas cosechas. La horca, en cambio, al semejar a la muerte, sólo podía representar, en este sentido, la esterilidad y la petrificación.
  4. Al imitar la vida y llamar las buenas vibraciones la Solvástika despertaba el lado luminoso de la vida psíquica y lo potenciaba creativamente. La Horca, en cambio, al ser un símbolo del horror, sólo podía incitar el lado sádico de la vida anímica, e inconscientemente llamar la atención, precisamente, de las gentes que, por su torcida naturaleza, tienen mayor predisposición hacia el delito, la crueldad y la truculencia.
  5. La Solvástika, al estar del lado de la vida, enriquecía a los individuos que vivían bajo sus auspicios, haciéndolos mejores personas, y dotando sus existencias de un sentido del acontecer que tomaba a la naturaleza como paradigma. La Horca, en cambio, al ser un símbolo al servicio de la muerte y de claras connotaciones negativas, sólo podía echar a perder a las personas, hundiendo sus existencias en irracionalismo, faltas de sentido, caos anímico, y toda clase de desórdenes mentales y afectivos.
Cabe destacar también que la Solvástika era un símbolo natural, en tanto que la Horca era un invento humano creado originalmente para acabar con la vida de los criminales, parias, y delincuentes de la peor ralea. Pero lo que es todavía más curioso, señalaba Tuliano, es que las gentes que comenzaban a guiar sus vidas por el símbolo de la Horca perdían toda conexión natural con su mundo interior. Se volvían sujetos sin almas, sin espíritu. Todo en ellos era ligereza y penosa mediocridad. Se echaban a perder como personas. Y ya no tenían la riqueza psíquica que solían tener. Estaban, además, como estupidizados e hipnotizados por el nuevo símbolo; como si una especie de magia negra se hubiese llevado a cabo, a través de la Horca, en contra de ellos. La gente ya no sólo colgaba a sus cuellos collares de Horcas con figuras de ahorcados hechos de los más finos y curiosos materiales, sino que también los antejardines y los livings de las casas se llenaron de Horcas con figuras de sujetos ahorcados. Imagínense cuál fue la sorpresa de Tuliano el día que visitó a uno de sus antiguos amigos que se había convertido al ahorquismo. Entró en su casa, y para su sorpresa, vio una enorme escultura tallada en bronce, de un tipo colgado de una cuerda de acero atada a la viga de un techo, con una expresión de dolor en el rostro, que sólo podía despertar en uno, los sentimientos más horripilantes. Como esa figura en la casa del amigo de Tuliano, cientos de otras imágenes, retratos, esculturas, maniquíes, muñecos, etc., de sujetos colgando con una soga atada al cuello, hallábanse por todas partes en Solvástika. En las plazas, en los antejardines de las casas, en los livings, en las habitaciones personales, en el cuello de las personas al modo de collares, etc. El símbolo de la Horca se había vuelto omnipresente. Estaba por todas partes. ¿Cómo podía ser posible, se preguntaba Tualiano, que siendo la Horca un símbolo tan manifiestamente maléfico, hubiera gente que lo reverenciara como si se tratase de lo contrario? De hecho, en los días de Tuliano, se habían puesto de moda unas películas llamadas de vampiros, donde los villanos eran sujetos venidos del otro mundo, que para subsistir precisaban de succionar la sangre humana. El carácter maligno de estos sujetos quedaba atestiguado por el hecho de que eran criaturas de la noche que no toleraban la luz del día. Pues bien, en estas películas se mostraba un curioso modo de combatirlos: la gente les ponía el símbolo de la Horca enfrente y lograba con ello alejarlos. Esto no podía resultar más extraño al gusto y paladar exigente de Tuliano. Si los vampiros eran seres maléficos, ¿cómo es que podía combatírselos exhibiendo un símbolo igualmente maligno como ellos? Antes bien, hubiera hecho sentido que se los derrotara mostrándoles una Solvástika, que éste era por naturaleza un símbolo de la luz y de la bienaventuranza. Pero no una Horca, que era un símbolo igualmente diabólico como los vampiros que pretendía alejar. ¿Cómo podía suceder que la gente no se diera cuenta de algo que era tan evidente? Tuliano caviló y caviló, entonces, por días y semanas enteras, hasta que logró dar con una respuesta. Los Solvastikanianos tenían que estar siendo hipnotizados. El ícono de la Horca no sólo era un símbolo del horror, era también un instrumento de magia negra. Apoyado por otro no menos curioso invento llamado Tonteravisión, un antiguo ******o ridículo que se había puesto nuevamente de moda en los días de Tuliano, los solvastikanianos estaban siendo manipulados e hipnotizados por un poder invisible. A través de la Tonteravisión se les cortaba el circuito del pensamiento; y por medio de la Horca se les hipnotizaba. Tuliano comenzó a sospechar que tras esta macabra acción debían hallarse los mismos corruptos de siempre, los tullidos y sus secuaces, los ahorquistas. Y entonces decidió combatirlos con todo su puño y toda su fuerza. Descubrió que tras la manipulación de los solvastikanianos, los usuristas (que este era otro de los nombres con que se conocía a los tullidos) y los ahorquistas buscaban el control y el dominio total de la isla, para así imponer su economía y terminar por subyugar y esclavizar la vida de todos en beneficio únicamente de ellos. Tuliano reunió entonces a los mejores hombres de su época, los únicos que no habían sucumbido a la corrupción. Éstos, entonces, se hicieron llamar “los buenos hombres” y combatieron hasta el último de ellos la maldición que se había extendido por toda Solvástika. Pero no lograron éxito alguno, en su lucha contra los usuristas y los ahorquistas. Al parecer ya era demasiado tarde. La perfidia había penetrado hasta tal punto el alma de los solvastikanianos que ya no era posible volver atrás. Hacía falta algo más que la voluntad y la inteligencia de un joven príncipe como Tuliano para exorcizar a estos demonios. La buena nueva sólo pudo llegar muchos siglos después, cuando los guerreros hileristas, de quienes somos orgullosamente sus herederos, terminaron por purificar la antigua tierra de Solvástika, expulsando a todos aquellos espíritus inmundos de la isla. Su líder, el joven guerrero Hiler, fue quien trajo a nuestras tierras del continente el nuevo evangelio. Y con ello hemos comenzado a purificar, también hoy, nuestro país. Nuestra tarea aun no concluye. Pero sabemos que, igualmente que sucedió en esa isla llamada Solvástika, también aquí volverá a brillar la vida, el sentido y la sensatez que una vez, hace mucho, existió entre los hombres.

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