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Antiguo 12-12-2010 , 12:00:36   #3
ADOLF 卐 HITLER
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Predeterminado Respuesta: Solvástika y el símbolo de la Horca

Para los tullidos, en cambio, los pomanos eran el pan corriente de cada día. No había otra cosa que les importara más que los pomanos. Se obsesionaban con ellos noche y día. Y les prometían las penas del infierno. Por ello, cuando en medio del éxtasis revanchista, apareció este Yesús de Nataret predicando la paz y el amor incluso para con los pomanos, los tullidos hirvieron en sangre a un punto tal de absoluta ebullición. No dudaron entonces en hacer con este nuevo bocón aparecido, lo mismo que unos años antes habían hecho con Jan, el tatuísta (llamado así porque predicaba una extraña doctrina a las orillas del río Jodán o Nomejodán[3], donde se sentaba en una cómoda silla de playa y se las dedicaba el día entero a tatuar a todo tipo de hippies, marihuaneros, pacifistas y cuanta mierda miserable excéntrica, llegada de todas parte del planeta, se le acercara). Este tatuísta había sido, lo mismo que el ahorcado (esto es, Yesús de Nataret), un bocón de moda en esos días. Pero a diferencia de este último, la cizaña tullida en contra de él, había decretado para el tatuísta una muerte muy distinta –pero no por ello menos horrible que la que decretarían después contra el ahorcado-. Contra el tatuísta el método para acallarlo consistió en cortarle la cabeza. Lo cierto es que cuando apareció Yesús en la escena pública de los tullidos, a juzgar por los relatos que nos llegan de los cuatro evantrampistas (llamados así por su curiosa obstinación e inclinación a hacer trampas: uno de ellos, incluso, habría comenzado su vida adulta como recaudador de impuestos para los pomanos), a juzgar por el relato de estos evantrampistas, digo, -que, en todo caso, son los únicos que existen- Yesús de Nataret habría provocado tal escándalo entre sus congéneres, por boconear la paz y el amor a todo el mundo, incluso a los pomanos, que no habría dejado de llamar la atención de los miembros del Satedrín –o Satandrín (hay fuentes que señalan que los miembros de este consejo habrían sido llamados también Satandrines o malandrines)- quienes no perdieron su tiempo y lo enjuiciaron por blasfemia, condenándole a morir en la Horca.
Ahora bien, como en aquel entonces Istael (que éste era el nombre que le daban los tullidos a su Estado) era una provincia pomana, y los tullidos no podían gobernarse por sí solos –y en consecuencia, no podían ejecutoriar ninguna condena emanada del Satedrín (que a efectos prácticos, pesaba menos que una hoja echada al viento para los pomanos)- los tullidos llevaron el caso de Yesús a un tribunal de Poma y lo rodearon, como siempre, de una cantidad considerable de intrigas. Se trataba de hacer que los pomanos hallaran a Yesús culpable de traición a Poma: tarea nada fácil de conseguir, pues Yesús había boconeado abiertamente el amor a los mismísimos pomanos. Pero acostumbrados como estaban los tullidos a tramar intrigas de toda índole y habiendo desarrollado la habilidad del verbo fácil y la capacidad de razonamiento intrincado, típico de las naturalezas rastreras, no les costó mucho poner las cosas de un tal modo que, lo que un principio era, a ojos vistas de cualquiera, lealtad, ahora podía ser visto como traición. Y es que el espíritu del pomano, práctico y sencillo como era, no podía fácilmente contra los intrincados razonamientos y silogismos de la mente abstrusa de los tullidos; y terminaron, por ello, rindiéndose dócilmente, como siempre, a una lógica que contradecía el más elemental sentido común. Y es que los tullidos eran expertos en dar vueltas las cosas, en poner todo patas para arriba. Su ámbito natural -el dominio en el que más cómodamente se movían- era la mente y los frutos monstruosos de la mente (el silogismo incluido entre ellos). El mismo Yesús de Nataret había sido una clara muestra de cómo, a través de unos pocos razonamientos intrincados y enrevesados hasta la aparente simplicidad, un toro podía terminar siendo una vaca, o un perro podía terminar siendo un pez. Con su natural habilidad para los juegos mentales y la abstracción -que a los tullidos parecía venirles de su prolongado trato con el comercio y las transacciones de toda índole- los miembros de esta raza no tuvieron mayor dificultad para convencer al procurador pomano de la culpabilidad de Yesús y a éste no le quedó más remedio que condenarlo a morir ahorcado, por razones que, en el fondo de su alma, su sencillez le impedía comprender. Fue así como Yesús fue ahorcado un viernes por la mañana, en presencia de unos cuantos pocos seguidores, a los que, según se dice, les habría prometido regresar. Con la muerte ignominiosa de Yesús en la Horca se inicia la historia de cómo, este horripilante instrumento de la muerte, acabaría finalmente por desplazar a la Solvástika como ícono religioso de los solvastikanianos.
La historia es más o menos como sigue. Una vez que Yesús desapareció forzosamente de la escena pública de Istael, los tullidos se dieron a la tarea de perseguir a sus discípulos. Y aunque éstos eran pocos e insignificantes los tullidos pensaban que no había que darles tregua. Les acosarían implacablemente, del mismo modo que ya antes habían perseguido a los seguidores del tatuísta, y en general, a todo aquel que no pensara como ellos. Los tullidos eran rígidos y pérfidos, y se enseñaban con todo aquel que osara desafiarlos. Por ello, aunque los seguidores del ahorcado –conocidos también como ahorquistas[4]- eran pocos, igual había que perseguirlos, pues nadie que osara desafiar a Istael debía quedar sin castigo. Para esto, los tullidos se sirvieron de la ayuda de un soplón de primera, uno de los más cualificados agentes para el espionaje y el contraespionaje, un tal Zaulo de Farso[5], conocido mejor por su alias como el apóstol Dablo, o Diablo (no podemos garantizar aquí tampoco la exactitud del nombre). Este pillo, sujeto de la peor ralea y salido de la más pútrida cloaca, oficiaba de agente secreto para los tullidos, esto es, de soplón a sueldo del Estado (un verdadero delator profesional). La traición era el dominio en el que mejor se movía. Su tarea era filtrarse entre los grupos subversivos de la época y practicar la delación. Se cuenta que entre todos los soplones del Estado no había ninguno más diligente que él. Algunos piensan que su enconamiento en delatar le producía tal placer que sólo podía atribuírsele a un profundo instinto de maldad. Zaulo de Farso era implacablemente cruel contra quienes dirigía su cizaña y fue por ello que se le encomendó la infiltración de uno de los grupos más molestos de esos días: los ya conocidos ahorquistas. Zaulo comenzó su persecución de los ahorquistas de un modo

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