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Predeterminado El juicio de la historia Calificación: de 5,00

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Por Antonio Caballero

Juzgar gobernantes no es fácil. No me refiero a juzgarlos para enviarlos luego entre un redoble de tambores a la guillotina o al hacha del verdugo, como se ha hecho con algunos y lo han merecido casi todos en la historia. Sino a ese juego de salón que consiste en alinearlos en una lista por orden de importancia. Lo hizo hace 20 días esta revista? al publicar un ranking de los presidentes de Colombia establecido por un grupo de 20 historiadores, que no dejó satisfecho a nadie: ni a los políticos, ni a los demás historiadores, ni a los lectores rasos.

El juego, por supuesto, no tiene por objeto dejar satisfechos a los espectadores. Y en cuanto a los jugadores, los que todavía viven deben de estar indignados: Andrés Pastrana en el puesto 35 sobre 42: peor aún que su padre, Misael, que ocupa el 30; Samper de antepenúltimo: se nota que no entraron dineros oscuros en esta elección; el popularísimo Uribe Vélez apenas en el renglón 20: ninguno de los historiadores, por lo visto, estaba interesado en ingresar al programa de Familias Guardabosques o en ser premiado con una notaría. La cola de lista la ocupan dos grandes destructores, merecidamente: José Manuel Marroquín (42), responsable de la terrible Guerra de los Mil Días y de la amputación de Panamá; y Laureano Gómez, culpable de "hacer invivible la República", como fue su lema, durante la Violencia de los años cuarenta y cincuenta. Pero el mal desempeño general de los presidentes recientes -con la curiosa excepción de Gaviria- tiende a refrendar la validez de la regla de oro sobre los gobernantes colombianos que he expuesto tantas veces en estas columnas: siempre es peor el que viene detrás.

(Habrá que ver cómo nos va con Juan Manuel Santos).

Pero en vez de esta norma simple y clara, los jueces del concurso de SEMANA escogieron un método bastante enrevesado. Había que calificar al personaje en 11 materias o categorías, como a los alumnos de colegio, algunas de ellas bastante nebulosas. 'Persuasión pública', por ejemplo. ¿Cómo se miden, lado a lado, las proclamas y las cartas de Bolívar, los discursos radiofónicos de Alberto Lleras y los consejos comunales con repartición de cheques de Álvaro Uribe? O bien 'Visión, fijación de una agenda': como si las dos cosas fueran iguales. Visión era la independencia de América que soñaba Bolívar. Fijación de una agenda, el reparto milimétrico de puestos públicos que practicó Guillermo León Valencia, o la reducción de la corrupción a sus justas proporciones que prometió Turbay, o el 'Sí se puede' que proclamó Belisario Betancur. ¿Sí se podía qué? ¿Y qué fue lo que se pudo? En cuanto a la 'Prestancia moral', punto cuarto de la lista, ¿en qué consiste? Recuerdo una anécdota de Olaya Herrera, quien durante un viaje en barco de rueda por el río Magdalena sorprendió a su comitiva al aparecer vestido con sacoleva de paño, chaleco abotonado y cuello duro para saludar bajo el rayo despiadado del sol a los habitantes de Tamalameque.

-Pero, Presidente... -le dijeron los ministros sudorosos, casi llorando. Y Olaya los calló diciendo:

-Entiendan que esta es la única vez en su vida que estas gentes van a ver con sus propios ojos a un presidente de la República. Tienen que quedar favorablemente impresionadas.

Ahora, yo no sé: ¿es eso "prestancia moral"? ¿O solo vestimentaria?

Y es que de las 11 categorías escogidas para calificar a los presidentes, la única que importa -pero es tal vez también la más subjetiva de todas en el juicio del jurado, del lector común e incluso de la Historia, que es esa narración caprichosa que de lo sucedido hacen los historiadores- es la que en la lista de SEMANA figura de última: 'Desempeño en el contexto de la época'.

La lista de SEMANA se limita a los presidentes que se han sucedido desde la Independencia, lo cual excluye a los de los años de la Patria Boba, y, naturalmente, a todos los gobernantes de la Colonia, virreyes o presidentes de la Real Audiencia. Pero tiene además otra limitación: solo figuran en ella los que hayan gobernado en propiedad por un periodo de dos años o más. En total, 42. Y esta condición, aunque parece sensata, deja por fuera momentos fundamentales: así en la lista no figura Germán Zea Hernández, que solo gobernó dos o tres días en calidad de ministro delegatario de Turbay, pero que tuvo tiempo para firmar uno de los documentos más preñados de consecuencias de toda nuestra historia republicana: el tratado de extradición de narcotraficantes con los Estados Unidos.

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