El 28 de junio de 1914, el archiduque Francisco Fernando y su esposa la archiduquesa Sophie, fueron asesinados a tiros por un desconocido asesino mientras iban en un bonito coche de época de seis plazas al descubierto. Este fue el evento que dio inicio a la Primera Guerra Mundial

El General Portiorek fue el siguiente en poseer este maldito coche. Después de una derrota militar enorme y un amargo viaje a Viena, comenzó a tener problemas mentales y murió en un manicomio.

El nombre de la siguiente persona propietaria de este coche no se conoce. Todo lo que se sabe es que él era un capitán del ejército. Un día mientras conducía el coche se encontró con dos campesinos que caminaban por la carretera frente a él. Intentó esquivarlos y desviar la dirección del vehiculo, ello hizo que se saliera de la carretera y chocara contra un árbol. Los tres murieron en el accidente.

El coche llegó hasta el gobernador de Yugoslavia. Durante el tiempo que tuvo este coche, sufrió cuatro accidentes distintos en uno de los cuales perdió el brazo. Llegó a la conclusión de que el coche traía mala suerte y su amigo el Dr. Srikis se lo compra riéndose de las ideas de su amigo sobre el coche. A los seis meses de la compra, el Dr. Srikis moriría al volcar con el coche.

El siguiente propietario sería un piloto de carreras suizo que moriría al estrellarse contra un muro.

Un agricultor compraría el coche, pero tuvo problemas para conseguir arrancarlo y decidió remolcar el coche con su tractor. Lo enganchó y estaba dispuesto a tirar de él cuando se le cayó encima y murió al instante.

Hirshfield Tíber fue la última persona propietaria de este aterrador coche. Estando de camino a una boda con cinco amigos trató de pasar una larga fila de coches cuando el coche misteriosamente se salió de control y se estrelló. Cuatro de los cinco murieron en el accidente.

Este maldito coche puedes verlo en el "Heereschichtliches Museo de Viena".

Sin duda un enigmático vehiculo que por suerte ve pasar el paso del tiempo dentro de las cuatro paredes de un museo, maldito o no, mejor que se quede ahí para siempre.