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Predeterminado Ramiro Meneses: Bajo la crianza del Punk (Entrevista) Calificación: de 5,00

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El estreno en la cartelera nacional este mes de la versión cinematográfica de Sin tetas no hay paraíso fue la excusa perfecta para invitar a las páginas de Shock Presenta al Ramiro Meneses que tuvo en Medellín una banda de punk/rock llamada Mutantex, que protagonizó una de las historias que tal vez hoy hacen parte de nuestro top 10 de películas de culto, Rodrigo D no futuro, y que para llegar a ser uno de los actores más respetados que tiene este país no necesitó ser ni galán de telenovela ni conductor de un reality.
Que Sin tetas haya tenido una inversión de 3 millones de dólares -lo que la convierte en la segunda más costosa del cine colombiano-, que fue dirigida por Gustavo Bolívar y que el personaje que Ramiro interpreta es el del “Titi”, es algo que por supuesto hay que mencionar. Sin embargo, hablar con él de su vida a través de la música es mucho más interesante que centrar esta conversación en una película que puede uno ir a verse en las salas de cine, si lo quiere este fin de semana.
Usted tuvo una banda llamada Mutantex con la que participó en la banda sonora de la película Rodrigo D no futuro. Puro punk paisa. ¿Pero cuál fue la primera música que conoció?
Vallenato ventiao. De los Hermanos Zuleta y de Alfredo Gutiérrez. También recuerdo a Crescencio Salcedo. Pasé mi infancia entre Tolú y Coveñas, entre Sincelejo y Montería. Siendo todos paisas, en la familia tenían un conjunto vallenato que no sé dónde tocaba, pero tocaba.
¿Hay una canción de esa época en especial que merezca la pena ser recordada por alguna razón?
Hay una canción que siendo adolescente me obsesionó a tal punto que yo quería que mi mamá me la consiguiera donde fuera. Venía incluida en un 14 Cañonazos Bailables de finales los 70 o comienzos de los 80. No recuerdo bien. Se llamaba La creciente. Esa que dice: “un grande nubarrón se alza en el cielo, ya se aproxima una fuerte tormenta.…”. Yo estaba descubriendo los primeros amores con las mujeres, tendría 12 ó 13 años, y para mí era importantísimo comunicarme con ellas a través de las canciones.
¿Por qué a través de las canciones?
Porque yo nunca he sido muy bueno para galantear con las palabras. Con las canciones, en cambio, podía tener una disculpa para acercarme a una mujer. Ese LP de los 14 Cañonazos finalmente me lo conseguí y se lo regalé a la nena. Pero ese acercamiento fue un completo fracaso.
¿No sería ese desplante el que hizo que sus preferencias musicales cambiaran tan radicalmente?
(Risas). No lo sé, pero lo que sí puedo decir es que el rock, particularmente, tiene esa permisividad para que los cuerpos se acerquen, para que todo sea más lícito, para que besarse entre adolescentes no sea opacado por la verdad de un adulto. Bajo la rebeldía del rock muchas cosas están permitidas y son posibles. Yo estaba buscando un amor distinto. Estaba mamado de esos romances culos que florecían bajo el manto de Camilo Sesto y Roberto Carlos, de Leo Marini y Tormenta. Todas me daban besitos pero me ocultaban sus lenguas. Yo jugaba basquetbol en el barrio (Manrique en Medellín), y en ese parche sano era todo muy romántico, aburridamente correcto, poco pasional, poco atrevido. En ese contexto las novias eran comunes y silvestres. No había tetas, no había pasión ni desenfreno.
¿Dónde estaba entonces ese lado prohibido, el sexo, las drogas y el rock & roll?
En una de las esquinas del parque donde yo jugaba basquetbol había unos seres oscuros, enigmáticos, que a mí me llamaban muchísimo la atención. Seres que estaban rodeados de un olor impuro que no les pertenecía y al cual yo quería acercarme. Ese era el olor de la marihuana. Yo no quería seguir siendo el niño correcto, esto me atraía mucho más.
¿Qué pasó cuando se acercó a ese parche?
Descubrí que a las mujeres les gustaban otras cosas, que se peinaban menos, que se vestían casi con desarraigo y que les gustaba meterse en problemas. A los 15 años supe que sí daban besos con lengua, y que sí se les podían tocar las tetas.
¿A esa edad que tuvo sexo por primera vez?
Sí, a los 15. Y seguramente habrá sido escuchando una canción de Judas Priest o de Led Zeppelin.
¿El rock lo hizo malandro?
No. El rock me hizo entender que yo tenía que ser lo que yo quería ser a costa de lo que fuera. Hoy puedo decir que el rock es el mejor acierto con el que me he topado en mi vida. El rock me quitó todas las capas que ya tenía predestinadas. La Iglesia, por ejemplo. Esa partitura tan exacta de cómo vivir en sociedad, esa vida tan ceremonial con los padres, esos respetos preconcebidos y tan poco elaborados que tenía metidos en mi cabeza. El ser que yo he fundamentado y el ser que soy hoy en día se lo debo al rock: a Led Zeppelin, a Foreigner, a Motorhead, a Judas Priest. Incluso a Pink Floyd con The Wall.
¿Qué otro tipo de cosas eran irreconciliables para usted en esa época de su vida?
Hacer lo mismo todos los días. Después de mucho tiempo de ir al mismo lugar entraba en crisis. Trataba de reinventarme todo el tiempo. Pasé de ser el que escribía canciones que nunca iba a tocar, a ser el que hacía los dibujos de las camisetas de lo que quisieran pagarme por ello. Las hacía con témperas y pinturas que después planchaba con un periódico para que se fijara la tinta. Me dediqué también a tatuar.
¿Entonces de niño usted nunca tuvo claro qué quería ser cuando grande?
No. Nunca. Tengo algo en la cabeza que me dice que lo puedo hacer todo, y seguramente si yo lo decidiera podría ser abogado, arquitecto o quién sabe qué. Sólo si yo lo quisiera. Porque mientras no me toque el corazón, no hago nada que no se me dé la puta gana. En eso sí soy un burro terco y testarudo. Después de ser tatuador, me metí de ilustrador en un periódico que se llamaba Liberación y rock, que si no me equivoco fue de los primeros periódicos de rock que hubo en Medellín. Eran puras hojas fotocopiadas con letras de las canciones, traducciones de esas letras, y muchos mitos urbanos que rondaban a Janis Joplin, a Jimi Hendrix, pero hechos papel.
¿Cómo era físicamente en esa época?
Tenía el pelo larguísimo, casi hasta la cintura. Era como un Bruce Dickinson criollo en aquel entonces. Él era mi referente. De todas maneras, en ese proceso de irme encontrando con lo que quería ser también pasé por Michael Jackson y por la música disco, incluso seguramente hice de John Travolta en un concurso. En algún momento de mi juventud también me puse la camiseta remangada y usé los tenis blancos de bota. Ahí estaba yo, en la búsqueda. Pero una vez encontré el rock, dije esta mierda es lo que yo necesito para tener una conciliación con mi alma. ¡Menos mal no terminé siendo el Pedrito Fernández del salón! (risas).

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Última edición por Tyler Durden; 28-09-2010 a las 10:45:08
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