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Post Santos: ¿hasta dónde irán sus cambios? Calificación: de 5,00

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Se anuncian grandes cambios frente al gobierno de Uribe. ¿A qué se debe el viraje, y hasta dónde son posibles las reformas indoloras?
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La incógnita del mes

La semana pasada se cumplieron los primeros treinta días del gobierno del presidente Juan Manuel Santos. Algunos medios registraron que los sondeos de opinión son favorables al nuevo gobierno. Los analistas se preguntaron si se trata de una "luna de miel", o si hay otros factores que permitan pensar en un apoyo más duradero. Aunque un examen concluyente resultaría prematuro, la agenda gubernamental y las iniciativas tomadas durante las cuatro semanas anteriores invitan a examinar la naturaleza y proyección del gobierno de la "prosperidad democrática".

Viraje inesperado

La lista de las acciones que marcan la impronta de la nueva administración es abundante y no deja de sorprender en cuanto apuntan a una diferencia significativa con el gobierno de Álvaro Uribe:

•La composición del gabinete;
•El decálogo de principios de "buen gobierno";
•El restablecimiento de las relaciones con Venezuela;
•El diálogo con las Cortes y las declaraciones en favor de su autonomía e independencia;
•El reconocimiento de la oposición democrática; y, en general,
•El interés en adoptar políticas para hacer frente a las urgencias de la agenda nacional.
Y si a lo anterior se agregan:

•Los proyectos de reparación a las víctimas y restitución de tierras; y
•La declaración de apoyo a la Constitución del 91,
no sería fácil concluir que se tratase de una simple estratagema para mantener inalterada la herencia del gobierno saliente.

Todos somos santistas

Las reacciones ante este sorpresivo giro han sido también una novedad. Mientras algunos de los más enconados críticos del gobierno Uribe se han declarado partidarios de las acciones del nuevo mandatario, comentaristas cercanos al Partido Verde dejaron notar su perplejidad, e inclusive desde las filas de la izquierda se equipararon algunos conceptos del discurso de posesión con el proyecto político del Polo Democrático. Veamos:

•"Por esta semana soy santista" dijo María Jimena Duzán;
•"Quienes votamos por el Partido Verde debemos reconocer que, de haber llegado nuestro candidato a la Presidencia, difícilmente habríamos estado en una ceremonia y un discurso de posesión tan verde" (Rodríguez);
•"Sin duda, muchos escépticos andamos sorprendidos con Santos. Positivamente, se entiende" (Orduz);
•"En los pocos días que lleva, el presidenteha suscitado gran esperanza... asombro causó su discurso de posesión, con apartes que parecen tomados del Ideario de Unidad del Polo....luego del para feudalismo de Uribe, la revolución burguesa que ofrece Santos es un avance histórico" (García-Peña).
Incluso Vladdo, el célebre caricaturista de Semana, dio vuelta a la página del "Paracio de Nariño" y la reemplazó por el "Santuario presidencial", que, por ahora, aparece limpio de felonías similares a las del gobierno anterior.

Sólo algunos sectores, aferrados a confundir la ideología con la realidad, se han resistido a reconocer el cambio y a evaluar su sentido.

Al rescate del centro

Empecemos por preguntar si la convocatoria a un gobierno de "unidad nacional" se reduce a una operación de pura cosmetología política o si, por el contrario, implica un viraje, y hasta qué punto, de las políticas heredadas de Uribe.

Si nos atuviéramos a las declaraciones del nuevo mandatario, tendría que concluirse que no habrá novedad, pues prometió continuidad, aunque con "otros métodos". Sin embargo, como lo registra el cúmulo de iniciativas enumeradas, se ve que podría llegar a replantear el funcionamiento del Estado y, obviamente, la política que se desarrolló en los ocho años anteriores. Este cambio, y el abandono de la lógica "amigo-enemigo", son las señales de un tránsito hacia el centro político, que en los años anteriores no pudo, o no quiso, ser ocupado por el Partido Liberal, el Polo Democrático, o más recientemente, por los verdes.

Reformismo desde arriba

En realidad, el discurso sin confrontaciones y el reformismo indoloro como camino para retornar a la legitimidad política, no es una práctica reciente en Colombia. De tiempo atrás las élites han apelado a un discurso de modernización desde arriba y, salvo Uribe, de respeto a las formas republicanas de poder. Esta capacidad de salirle adelante a los procesos de cambio explica en alguna medida la estabilidad de la democracia colombiana.

Si se examina la historia del siglo XX (algún líder liberal de mediados del siglo pasado sostuvo que nuestras élites han sabido "cabalgar sobre el lomo de los acontecimientos se encontrará que estos virajes ocurrieron con cierta frecuencia:

•El gobierno de la Revolución en Marcha (1934-193 desactivó el ascenso amenazante de las clases subordinadas y el sindicalismo mediante una ambiciosa reforma constitucional y una ley de tierras que se quedaron a mitad de camino. Gerardo Molina recuerda que "...esto permitió quitarle a Jorge Eliécer Gaitán sus tesis y las masas y obligarlo a liquidar La Unión Nacional Izquierdista"[1].
•Cincuenta años después, Belisario Betancur (1982-1986), conformó un Movimiento Nacional que llegó al poder y amainó el creciente desprestigio del gobierno Turbay y las denuncias por la violación de los derechos humanos. El Grupo de Contadora, la apertura de diálogos con la guerrilla y la elección popular de alcaldes, fueron algunas medidas que se adoptaron en una coyuntura que reclamaba la apertura del sistema político.[2]
•A principios de los años noventa, Cesar Gaviria logró convocar una asamblea constituyente que expidió la Constitución del 91. Ese viraje reformista permitió la renovación institucional. En este caso, al empuje democratizador concurrieron la visión modernizante del Estado que se promovía desde arriba, los reclamos ciudadanos en favor de la democratización y varios grupos insurgentes que dejaron las armas, entre ellos, el M-19.
En todos estos ejemplos, se apeló a una cierta dosis de reformismo y al consenso para capotear el vendaval.

Los gobernantes colombianos tienen una especial capacidad para tomar el camino de los tonos intermedios, inusual en el conjunto de las democracias de la región. Entre nosotros existe una larga tradición de adaptarse y de dar respuesta a las nuevas circunstancias y a los momentos de crisis, por parte de las clases dirigentes

¿Y por qué las reformas no se hacen?

Sin embargo, como ya señalé, las reformas anunciadas se quedaron a medio camino y el aliento renovador se diluyó. Algunas de las razones que explican los pocos avances de ese reformismo desde arriba son:

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