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W.Shockley · 11-08-2010 , 21:25:12

Por Fernando Londoño

Estamos en el inmenso número de colombianos que empiezan por la seguridad democrática la larga lista de gratitudes que al presidente Álvaro Uribe Vélez le deben. Cuando recordamos que el 7 de agosto del 2002 no había autoridad civil en más de la mitad del territorio colombiano, porque los alcaldes se habían tenido que refugiar en las capitales de los departamentos, no hacemos otra cosa que advertir que el país estaba en manos de las Farc.
En solo 15 meses de gestión memorable como Comandante de las Fuerzas Militares, el general Jorge Enrique Mora Rangel consiguió cambiar sustancialmente el equilibrio de la guerra y reconquistar para Colombia el poder soberano del Estado hasta en la más remota de las aldeas. Los guerrilleros pasaron de arrogantes vencedores a sobrevivientes de una lucha sin esperanza.
Dentro de un proceso de tan favorable pronóstico, que contaba con inversiones ingentes, mejoramiento tecnológico, adiestramiento de cuerpos especializados de combate, asumió el general Freddy Padilla de León la comandancia de las Fuerzas Militares. Y en su discurso de posesión de ese cargo prometió, solemnemente, el fin del fin.
La operación 'Fénix', la operación 'Jaque', la operación 'Camaleón' y muchos otros bombardeos exitosos no bastan para cubrir una realidad menos brillante de la que se muestra. Porque, en términos del propio doctor Uribe, la culebra quedó viva y en otros más sencillos, pero no menos elocuentes, el fin del fin no apareció por parte alguna.
No cabe ninguna duda de que la dinámica de las operaciones militares se alteró con el retiro del general Mario Montoya de la Comandancia del Ejército. Pero difícilmente se explicará el cambio en las condiciones de la contienda porque haya desaparecido del escenario un hombre, por ilustre, valeroso y buen estratega que se repute. El general González venía, además, de la escuela de Montoya y aunque fuese notoriamente más parco y cauteloso en el hablar, no puede suponerse que su capacidad estuviera por debajo de la de su antiguo jefe. Algo más tuvo que pasar y creemos saber qué fue.
El 29 de octubre del 2008 fueron destituidos, sin fórmula de juicio, 27 oficiales del Ejército de Colombia, encabezando la lista tres generales de merecido renombre, a los que se sumaban coroneles comandantes de batallones claves en la lucha contra las Farc. Semejante purga se explicó porque en fulminantes investigaciones del general Suárez se concluyó que eran esos hombres el núcleo responsable de los 'falsos positivos'.
Nada de eso resultó veraz. A estas alturas no hay una sola investigación contra ninguna de las víctimas de aquella operación rarísima, sin antecedentes en la historia militar de la República.
Pero lo cierto es que el Ejército quedó en un manifiesto estado de atonía y desamparo. Sus combatientes no solo tenían que enfrentar ahora una rabiosa justicia ordinaria que juzgaba un combate en la selva con los mismos parámetros mentales con que se trabaja el resultado de una trifulca en alguna cantina. Se instauraba, además, una especie de régimen de terror, en el que se impartían pistoletazos en la nuca de los réprobos, sin darles una oportunidad de explicarse, ni de ofrecer un descargo, ni de controvertir o presentar una prueba. Régimen estaliniano puro. Lo que no sirve se machaca, era la consigna nueva.
El fin del fin no llegó. Todo se fue en bluf y en soles. Pero las cosas no pueden seguir así. En manos del Presidente y de su brillante Ministro de Defensa queda volver las Fuerzas Militares a los altos niveles de moral y de eficacia que le permitieron, en la época del general Mora Rangel, invertir el sentido de una guerra y dejar a la vista la tierra prometida de la paz. Los medios los hemos puesto. El valor y la capacidad de nuestros hombres están intactos. Sólo falta reparar ciertos entuertos fundamentales y poner otra vez la proa en dirección a la victoria.

http://www.eltiempo.com/opinion/colu...aras_7857082-1