Por Fernando Londoño Hoyos
De niños nos enseñaron que en la mesa y en el juego se conoce al caballero. Para saber con quién te metes, será bueno verlo cuando hay un peso de por medio.
Los colombianos queremos tener más alternativas para ver una televisión distinta, menos ramplona, menos vulgar, menos mediocre que la que nos muestran los dueños de estos medios. La competencia hace milagros y esperábamos ansiosos que nos hiciera éste, tan especial, de obligar la mejoría de las dos cadenas dominantes, y que el que llegara tuviera mejores ideas, mejor gusto, más alto nivel de consideración y respeto por este mercado cautivo.
La cuestión es particularmente grave para los millones de compatriotas que no tienen la dichosa alternativa del canal por cable, por simples razones de costos. Para los que no pueden ver noticieros de calidad, en los que la profundidad de la noticia no vaya medida por la del escote de la fulanita que la transmite y en los que las cosas importantes tengan un lugar, como el que merecen la Política, la Historia, la Ciencia, la Economía, el Ambiente. Para los que tienen que resignarse a que sus hijos vean, en horarios para ellos, espectáculos que ofenden por la cantidad de sexo, de violencia, de sangre. Para todos ellos, otro canal es un asunto sustantivo. Cuando los promotores de esta agresión brutal contra la diversidad y las oportunidades dicen que combaten el interés de unos pocos, omiten a los cuarenta millones de colombianos que quieren ver algo mejor. Porque se lo merecen, porque no pueden seguir siendo explotados, maltratados, humillados por un duopolio omnipotente.
La agresión contra el Tercer Canal no tiene antecedentes en la Historia de Colombia. El despliegue grotesco del poder de los dos canales reinantes; el uso de abogados que litigaban todos los días ante las cámaras, aceitadas con honorarios gigantescos; la presión vulgar desplegada sobre las autoridades judiciales y administrativas, ponían en evidencia lo que estaba en juego, cerca de un mil millones de pesos diarios por canal. Que en buena hora se los ganen, pero sin trampas, sin obsceno ejercicio de su poder, sin el despliegue impiadoso de sus recursos, determinados por su riqueza colosal.
El Consejo de Estado jugó el papel más triste de esa Corporación en mucho tiempo. Hacía ya años que no notificaba providencias por televisión, desde cuando fue su presidente Ricardo Hoyos Duque, para ser exactos, ni actuaba, no con la augusta sobriedad del juez, sino con la desaliñada brutalidad que estilan ciertos litigantes. El papel de su Presidente, quedará grabado en la memoria colectiva. Y deberá ser reproducido, con las imágenes de respaldo, en todas las facultades de Derecho, para enseñar cómo no puede portarse un Magistrado. Que si no recibió dinero, debió obrar como si no lo hubiera recibido. Pudo pasar a la historia como un sobrio dispensador de justicia, pero las cámaras y la fama lo convencieron para que cambiara ese papel por el de un chisgarabís en busca de celebridad.
La tesis final del Consejo, expuesta en una suspensión provisional como que la que no se usaba como recurso desde la triste época en que un amiguito de Samper la blandió como arma para salvar a su gran elector, es fatal para los intereses del Estado. Porque si el retiro de una subasta de los vencidos, que casi invariablemente conocen su suerte antes de entregar su propuesta, la conduce a la nulidad, se acabaron las subastas. Y con ellas un medio vital para vender bien vendidas las propiedades públicas. Cisneros, es decir Hugo Chávez, y Prisa, es decir Zapatero y la izquierda española haciendo América, ganaron con un solo expediente: retirándose. Y el ganador perdió y con el ganador perdieron el Estado y millones de colombianos que tendremos que seguir viendo lo que no queremos ver y soportando el poder desafiante de un minúsculo grupo dominante en el mercado, lo que prohíbe la Constitución Nacional. ¿Pero es que importa la Constitución cuando hay tanta plata sobre el verde tapete del casino?
Así como dicen ustedes, analizen la noticia por su contenido, no por el que la escribe.