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Shocked Juana Barraza Samperio "La Mata Viejita" Calificación: de 5,00

Los mejores licores
“Cuando esta señora sea famosa, tú vas a poder decir que estuviste en su casa, que te tomaste una cerveza con ella. Su nombre de batalla es ‘La Dama del Silencio’. No lo olvides”.
Víctor Ronquillo. Ruda de corazón


Juana Dayanara Barraza Samperio nació el 27 de diciembre de 1958 en la ciudad de Pachuca de Soto, Hidalgo (México). Jamás conoció a su padre, Trinidad Barraza Ávila, nacido en Santa Mónica, Hidalgo, quien se dedicó a pastorear chivas y a procrear hijos; más de treinta y dos, según él mismo contó en una entrevista. En 1945, Trinidad Barraza conoció a una prostituta adolescente llamada Justa Samperio, de trece años de edad, en un centro nocturno de Pachuca, Hidalgo. Él tenía dieciocho o diecinueve años de edad. Se llevó a Justa a vivir con él. “Ella me platicó que su fracaso había sido por las malas mancuernas, por las malas compañías que la habían ido a vender a ese centro nocturno que ya no existe”, diría él años después. Trinidad tuvo dos hijas con Justa: Ángela y Juana. En ese tiempo tenía un ganado de borregas de lana. Pero su vida en pareja empezó a hacer crisis, porque a ella no le gustaban las ausencias de él. En ese entonces, Trinidad también trabajaba como cobrador de camiones. Además laboró en una fábrica y después fue policía judicial en Pachuca y en la presidencia de Epasoyucan, en donde llegó a ser comandante por nueve años. Trinidad y Justa vivieron cuatro o cinco años juntos. Un día, al regresar a su casa, ella se había ido. Dejó a Ángela, que entonces tenía unos dos años de edad, con unos tíos. Y a Juana, de dos o tres meses de edad, se la llevó consigo. “A mí no me tocó ni registrarla siquiera”, diría años después Trinidad. Ángela vivió con él y hoy reside en Tepiapulco, Hidalgo.La madre de Justa vivía en Villa Margarita, Hidalgo, y era amante de un hombre casado, Refugio Samperio. Ese mismo hombre se convertiría en amante de su hijastra, Justa, y en padrastro de Juana Barraza Samperio. Su padrastro fue la figura buena que tuvo, del cual ella aprendió a ser una madre, no cariñosa, pero sí responsable. En todo ese tiempo y a pesar de vivir en la misma casa, Juana Barraza y su madre no se hablaban. Cuando contaba con doce años de edad, su madre la cambió por tres botellas de cerveza; fue violada y obligada a servirle sexualmente a un hombre, José Lugo, durante cuatro años; tuvo un aborto a los trece años y a los dieciséis quedó embarazada nuevamente. Poco después, su madre murió de cirrosis hepática a causa de su alcoholismo. Su padrastro, a quien Juana profesaba un gran cariño, falleció cuando ella tenía treinta años. Juana nunca aprendió a leer ni a escribir. Tras separarse del hombre que fue su dueño desde niña, Barraza se fue a vivir a la Ciudad de México y tuvo dos parejas más, ambos alcohólicos; uno de ellos acostumbraba golpearla cada vez que estaba borracho. Otro trabajaba como chofer de transporte urbano, pero en realidad era un sicario que desapareció misteriosamente; los rumores decían que lo habían matado. A los veintitrés años se casó con Miguel Ángel Barrios García, con quien procreó una hija: Erika Erandi Barrios Barraza; se separó a los veintisiete años. De los treinta a los cuarenta y uno vivió con Félix Juárez Ramírez, con quien supuestamente tuvo a José Marvin y Emma Ivonne Juárez Barraza. Se separó de él, y de los cuarenta y dos a los cuarenta y ocho años, cuando fue detenida, vivió solamente con sus hijos. El hijo mayor de Juana, José Enrique Lugo Barraza, murió a causa de la agresión de una pandilla que lo asaltó: lo mataron a batazos en plena calle. Tenía veinticuatro años. juana Barraza se dedicó mucho tiempo a la lucha libre. Primero vendía palomitas de maíz durante los espectáculos; luego, bajo un antifaz con forma de mariposa y un disfraz de color rosa, adoptó el sobrenombre de “La Dama del Silencio” y se subió al cuadrilátero; adoptó ese nombre, según declaró, porque era “muy callada y aislada”. Trabajaba los fines de semana en arenas chicas y en eventos en pueblos y ciudades pequeñas, donde la llevaba un representante. Se definía como “ruda de corazón”. Luchó en Puebla, Tlaxcala, Toluca, Querétaro, Pachuca y la Ciudad de México. Ganaba entre $300.00 y $500.00 pesos por pelea. “Entrenaba dos veces por semana. Levantaba pesas, hacía abdominales. Llegaba a levantar hasta cien kilos, hacía cuatro series de diez cada una. También corría, bajaba y subía escaleras”, declaró. Por ese tiempo se convirtió en adoradora de la Santa Muerte, una figura sincrética. Acostumbraba visitar el Mercado de los Brujos en la Ciudad de México, donde le leían las cartas y le vendían ungüentos para combatir sus constantes dolores de espalda. Una bolsita de malla con trozos de canela era su amuleto de la buena suerte; siempre lo cargaba. Lo mismo una herradura y una pequeña placa metálica con su nombre de luchadora. Según rumores, se robó a dos niños haciéndose pasar por enfermera, a los cuáles adoptó y registró como si fueran hijos suyos. Además de luchar, vendía gelatinas, calcetines y comida para mantenerlos. Un tiempo trabajó como afanadora y como obrera en una fábrica de chocolates; el oler constantemente el cacao hizo que siempre odiara los chocolates.
A los cuarenta y tres años, se retiró de la Lucha Libre, aunque se convirtió en promotora de otros luchadores, a quienes llevaba a los pueblos. Pero fracasó. La vida se fue complicando para ella. Las carencias y la falta de empleo causaron que un día comenzara a fantasear con obtener dinero de manera ilícita.Inició su carrera delictiva entre 1995 y 1996. Robaba artículos pequeños en tiendas y autopartes. Después comenzó a asaltar transeúntes; utilizaba una pistola de juguete para amedrentar a sus víctimas. Más tarde se dedico al robo a casa habitación. Las primeras ocasiones en que Juana Barraza robó, vivía en el número 302 de la calle Guadalupe, colonia Alfredo del Mazo, en Valle de Chalco, Ciudad de México. Acababa de nacer José Marvin, el último de sus cuatro hijos. Estaba desesperada por poder mantener a su familia. Durante ese tiempo, una mujer llamada Araceli Tapia Martínez, quien era la comadre de Juana Barraza, la ayudaba a lavar la ropa y a realizar la limpieza de la casa. Barraza la invitó a cometer atracos a domicilios de personas de edad avanzada. Idearon juntas una estratagema: vestidas como enfermeras, con batas, pantalones y blusas blancas, ambas buscaban domicilios de ancianos y los engañaban con el argumento de ayudarles a cobrar sus pensiones. Pero en lugar de apoyarlas, les robaban los objetos de valor que estaban a la vista.

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