Respuesta: Demasiado timida para oponerme
Entonces decidí pasar a las etapas finales de mi victoria. Y sentando mi concha en su cara, me masturbé con ellá, llenándosela de jugos y pendejos. Dos polvos me eché. Y después, con gesto triunfal, le cubrí el rostro con mi culo. Estaba un poco cansada, pero me cogí su nariz una y otra vez, mientras jugaba con su polla. Removiendo mis sabrosos glúteos contra su cara, logré que se le empinara nuevamente, y se la seguí cabalgándo, mis manos le estrujaban el nuevamente parado nabo, hasta que me corrí, aplastándole la cara y consiguiendo las últimas emisiones, algo menguantes sí, de su semen. Y me levanté triunfante, dejándolo exánime a mis pies. La negra me levantó el brazo en señal de triunfo, en tanto que la rubiecita me aplaudía con un entusiasmo desbordado.
Luego me vestí y nos fuimos a la secretaría a tomar un café con tostadas. Estuvimos charlando animadamente un rato y, finalmente recuperada, me encaminé a mi casa.
Al llegar al hall de entrada me agarró el portero y me arrastró al sótano, para vejarme como todos los días. Y me cogió por el culo, me amasó los tetones, me comió la boca y jugó con su tranca por mi vagina. Y lo dejé, sabía que ahora podría haberle vencido cuando quisiera con mi entrenamiento, pero me dio pena, y la verdad es que estaba un poco cansada. Así que le dejé, y sacando alguno que otro orgasmo, no sentí casi nada. Cuando me puso a mamar su polla, luego de restregármela contra la cara, me tragué su leche gustosamente, ya que sabía que de ahora en más mi fidelidad marital estaba a salvo. Y lo dejé echarme dos polvos en el culo antes de dejarme ir. Mi portero es un tipo un poco morboso, y le gusta cogerme sin sacarme la tanguita, apenas separando mis braguitas para que entrara su pollota, pero cada quien tiene sus gustos. Y dejar que los demás se den el gusto con una no es ser infiel. Así que subí a mi departamento, casi flotando de tanta beatitud que llevaba conmigo.
"¡¡Qué ojeras, mi amor!!" dijo Armando al verme llegar, "¡tenés ojeras violetas!" "Es que tuve un día tremendo, amor." "¿Y como te fue en la pelea con el hombre?" "Bárbaro, lo puse a ver pajaritos de colores." "¿A él?" "Bueno, yo también vi pajaritos de colores" "Que bueno" dijo Armando mientras ponía los platos en la mesa.
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