JUGANDO CON MI PRIMA
Yo no sé cuando empezó ese cosquilleo en mi pene, pero lo sentía cada vez que veía a mi prima Magdalena. Trataba de estar con ella siempre que podía. Desde que era un púber me imaginaba lo hermoso que sería besarla, abrazarla y acariciarla.
Mi prima Magdalena era y es una hermosa joven; rubia, cabellera por debajo de los hombros, vivaracha y alegre, alta, bustos grandes, acinturadita y con unas nalgas bien paraditas, preciosa de arriba abajo, como una potranquita inquieta. Pícara y coqueta en ocasiones.
Siempre que la veía, mi mirada recorría su cuerpo de arriba abajo disfrutándola, pero con tristeza, celos y coraje porque sabía que ella no era para mí. Mi mirada siempre terminaba entre sus piernas, como un imán me atraía su hermosa "Y" que se le formaba en medio de sus bien torneadas piernas, no importaba que ropa usara, siempre se le marcaba lindamente.
Pero por esos tiempos mi única relación sexual era con mi mano, yo entonces tenía 19 años. Era tímido, algo introvertido, mi relación con mis amigas se había concretado solo a besos y a manosear sus pechos.
Magdalena, de la misma edad que mi hermana Leticia, 18 años. Vivía con mis tíos y su hermana Rosalía cerca de nuestra casa. Magdalena era inseparable de mi hermana Leticia.
Un día, en mi casa, yo jugaba a las luchitas con mi hermana en la cama de mi habitación como lo hacíamos ocasionalmente desde niños, pero esta vez había algo diferente pues estaba presente mi prima. No recuerdo cómo empezó el juego, pero se trataba de dominar físicamente al adversario. Recuerdo que después que vencí a mi hermanita, que ya no podía moverse, Magda dijo:
-Yo sigo.
Me puse colorado y pensé que quizá no era buena idea, las niñas no deben jugar así con los niños, claro que las hermanas no cuentan para mí. Pero no tuve opción, ella ya estaba sobre mi cuerpo tratando de sujetarme. Las dos jovencitas unieron sus fuerzas para derrotarme. Cada una trataba de sujetarme un brazo, ponían sus rodillas sobre mis piernas y trataban de inmovilizarme como sus instintos se lo decían, yo respondía a sus ataques de la manera más cuidadosa posible, ya que no quería lastimarlas, giraba mi cuerpo, zafaba un brazo, les detenía sus dos manos a cada una por las muñecas. El juego fue largo, sudábamos, gritábamos, gruñíamos, decíamos palabras groseras. Yo no podía salir derrotado, ellas tampoco querían aceptar que un muchachito las pudiese derrotar a las dos. Mi apuro mayor era que pudiesen notar la erección que yo tenía con el bulto que se iba formando en mi pantalón.