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rioviejo el Usuariox va por buen camino
  
Scream Emoticon Las rodillas sonrojadas 1 Calificación: de 5,00

Los mejores licores
Me acosté con la cabeza a un lado de tus pies y la blancura de tus piernas cautivándome. Llevé a la boca el dedo gordo de tu píe y lo humedecí; al mismo tiempo acaricié tu pantorrilla.
En voz alta te interrogué.
— ¿Sientes cosquillas?
Trataste de retirarlo, pero, lo contuve y me pregunté si alguno de tus amantes te había provocado de ese modo. Levanté tu falda y descubrí la mañana de tus muslos. Dejé tu píe y me fui hacia el tobillo, lo rodeé con el borde de mi lengua y entre más lamía tu deseo de quitarlo se substituía por algún encanto.
—Me place lo que haces. —dijiste.
—Nada malo pensaran si te hago un moretón. —Respondí.
Cerraba los ojos y del fondo, como un proyector, visioné una escena, en la que tú platicabas con algunas mujeres.
LA ESCENA ES EN UNA CALLE. DE MAÑANA 8.10 ELLA DE FALDA PLATICA CON DOS SEÑORAS.
SEÑORA UNO — ¿Y cómo se lastimó?
SEÑORA DOS — Mire que feo se le ve ese moretón en el tobillo.
ELLA — Tendía la sábana cuando me golpeé con la esquina de la base de madera. Me sobé y después puse una compresa fría.
SEÑORA UNO — Con lo que duele esa parte.

Doblé el cuerpo y mordí despacio el pubis, sobre tu braga, pero, al instante regresé. Acaricié la rótula con la protuberancia rasposa de la lengua, y decidí abarcarla con mi boca y degustar la tersura de la piel.
—¡Súbete! Escuché que decías.
No te hice caso. Seguí sorbiendo. Mi placer me lo dabas con tu respuesta y me seducía dejarte maculada. Seguí, seguí y hubo gritos que volaron como parvada y suspiros que se elevaron y otros que despreciaron el cielo para arrinconarse en alguna parte de la sábana. Las horas cómplices abrieron las puertas de tu interior y todo fue grito y agua.
UNA CALLE UNA MAÑANA 8.15 DOS VECINAS
SEÑORA DOS Levanta la falda ¡Dios no había visto sus rodillas!
SEÑORA UNO—Y fueron las dos, Santo dios, pero una está más lastimada que otra. Hasta parece que le untaron violeta de genciana.
SEÑORA DOS—A una amiga se le hizo así por cumplir una promesa. Llegó de rodillas ante el santo cofre de Atochi.

ELLA— Me dolió mucho, caí de golpe, más apoyada en una rodilla que en otra. Ahogué mi dolor mordiendo la manga de la camisa. Me dije, este día no es el mío, pues poco antes me había lastimado el tobillo.
Luego de varias horas en la cabaña, la respuesta a las manchas violetas, está en el quehacer intenso que vivimos.
Una parte fue debido a que mi boca chupaba más una de tus rodillas, la otra fue cuando en un abrir y cerrar de ojo dijiste:

— ¡Párate!
Te hice caso y quedaste arrodillada frente a mi vientre. Desataste el cinturón y bajaste mi jean, luego el bóxer y mirándome dijiste:
—Siente como recorro con boca y garganta la península de tu cuerpo.
Tu sapiencia fue increíble y cada vez que me tocaba el orgasmo, —te percatabas por mis gemidos— y sin previo aviso apretabas los testículos y el dolor anulaba mis sensaciones y entonces volvías con tu tarea de lactante. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo supe. Sólo jugábamos. Alguna vez, recordé haberte dicho que tus caderas eran mi punto débil y comprendí que nunca lo olvidaste y esa tarde te arrodillaste; tu cabeza se apoyó en la alfombra y levantaste los glúteos.
— Mírame. Exclamaste.
Me situé detrás. El sudor parecía una fina escarcha sobre el río de tu espalda y deslicé mis manos desde la nuca hasta tus caderas. Besé tus nalgas, las apreté y les di palmadas, pues me seduce verlas enrojecidas. Mi boca daba golpes de tea en ellas desde el borde hasta el centro. La palma de mi mano se ajustó entre tu pubis y el remolino de tu esfínter. Sentí el ardor, la humedad, que animaron al medio a introducirse en tu introito, deslizándose en un lúdico dentro y afuera, mientras que mi boca trastornada campeaba en la geografía roja de tus glúteos. Los abrí, alcancé con la mirada tu orificio; con la punta de mi lengua lo humedecí.
No esperabas ese ataque, y sobresaltaste, mas, por tus movimientos involuntarios y quejidos deduje tu aceptación. Seguías de rodillas, coloqué entonces la cabeza entre tus piernas y abracé tu cintura; mi boca rodaba de tu pubis hasta tu ano y viceversa. Te grité:

—muévete, caderea y pega lo más que puedas tu empeine en mi boca.
Tus movimientos se hicieron vehementes y el sudor formó regatos que caían sobre mi pecho.
—Me quiero venir. —Súbitamente dijiste
CONTINUA...

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