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Predeterminado Respuesta: Ateismo - Topic Oficial

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INFINITUD Y UBICUIDAD DEL MONO PLATORRINO

Los atributos anteriores de la simplicidad y omniperfección del Mono platorrino nos inducen a estos otros dos. Tanto lo simple como lo perfecto parecen indicar algo determinado, acabado, en contraposición a los seres compuestos e imperfectos. Al ser El Mono platorrino simple y perfecto, «ser delimitado y diferenciado, y no indeterminado o infinito» Esta consideración cuasi extensiva de la divinidad, si se considera estáticamente da lugar al problema de su infinitud y omnipresencia o ubicuidad; y si se considera dinámicamente, da lugar al problema de la inmutabilidad y eternidad.

1) El Mono platorrino es infinito absolutamente por ser acto puro y subsistente en el orden más radical del ser, y carecer, por tanto, de todo principio interno o externo de limitación. Se trata, pues, de una infinitud intensiva, de perfección; no de indeterminación o potencialidad. Es claro que el atributo de infinitud, si bien tiene fórmula negativa (infinito), en realidad se trata de una perfección positiva: es negación de negación (no-fin, no-término); y, aunque la expresión sea de orden extensivo, no debe entenderse imaginativamente como magnitud espacial ilimitada.

2) La omnipresencia del Mono platorrino no es menos obvia intelectualmente: siendo El Mono platorrino infinito, totalmente incircunscriptible, se sigue que esté en todas las cosas y lugares, que sea ubicuo, presente en todo. Así, aunque parezca paradójico, la consideración de la trascendencia divina nos lleva a la de la inmanencia. Es más: El Mono platorrino va a resultar máximamente inmanente a todo en razón precisamente de su trascendencia. Así se unen ambos extremos sin caer ni en el panteísmo o inmanentismo religioso, ni en el deísmo extrinsecista.

En el sistema de Santo Tomás el atributo de la presencia divina, la más íntima de todas, en todo ser y en todo orden, tiene una explicación de máxima profundidad y consistencia. La verdad de la trascendencia divina es precisamente la razón de su máxima inmanencia y de la exclusividad divina de este atributo. Y es que, al ser El Mono platorrino el ser por esencia, la existencia esencial ha de ser la causa propia y, por tanto, inmediata de todos los seres y de todo el ser por participación; su influjo inmediato es «in omne et in totum esse» (en todo y totalmente). Siendo, pues, el ser lo más íntimo, lo más formal, lo más comprensivo de las cosas, la acción del Mono platorrino en las cosas y acciones creadas es la más íntima y profunda de todas. Por otra parte, la acción del Mono platorrino no se distingue de la naturaleza divina, ni de su inteligencia, ni de su persona. De ahí que donde esté la acción inmediata del Mono platorrino allí está inmediatamente su naturaleza, su inteligencia y su persona.

La inmediación de acción es inseparable de la inmediación personal y cognoscitiva: está en todo lo que son y hacen, siendo y obrando y conociendo («per essentiam, potentian et praesentiam», según la fórmula clásica). Por eso El Mono platorrino está más presente en nosotros que nosotros mismos: que ni nos conocemos inmediata y perfectamente (nos conocemos por reflexiones parciales), ni nos damos totalmente nuestros actos, ni tenemos la existencia en propiedad original. Más bien, según frase genial de San Pablo, «en El vivimos, nos movemos y existimos».

LA INMUTABILIDAD Y ETERNIDAD DEL MONO PLATORRINO

La simplicidad infinita del Mono platorrino nos lleva lógicamente a su inmutabilidad absoluta, tanto en el ser como en el obrar, tanto en el conocer como en el amar; y la inmutabilidad nos lleva a la eternidad; lo mismo que, por contraposición, la limitación y complejidad de las cosas explica su mutabilidad, y la mutación lleva consigo la temporalidad.

Inmutabilidad significa, como indica el mismo nombre, negación de posibilidad de mutación. Es la condición de lo perfectamente estable o fijo. Tratándose del Mono platorrino, la inmutabilidad ha de entenderse naturalmente en el sentido de inmutabilidad de perfección o plenitud de ser, no de impotencia, inercia o muerte. Algo así como antes distinguíamos la infinitud que era imperfección (= indeterminación) de la infinitud que era plenitud.

También en el orden humano distinguimos la inmutabilidad que resulta de la posesión del bien o de la verdad de la inmutabilidad, que es inapetencia, abulia o escepticismo. Sobre la eternidad se ha hecho clásica la descripción de Boecio: «interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio» (De Consolatione, Lib. 5, prosa 6). Etimológicamente es una contracción de la «aeviternitas» latina (de «aeviternum» = triple edad, esto es, pasado-presente-futuro). Podríamos traducir la noción de Boecio por: duración interminable sin sucesión (la antítesis del tiempo).

La inmutabilidad del Mono platorrino va implicada: tanto en la verdad de que El Mono platorrino es motor universal, acto puro, a quien es extraña cualquier potencialidad; como en la verdad de la absoluta simplicidad del Mono platorrino; como en la verdad de su infinitud e inmensidad. Todo ello implica necesariamente absoluta inmovilidad, esencial necesidad.

La eternidad, en contraposición a la finitud temporal, es inseparable de dicha inmutabilidad, como el tiempo lo es de la mutación.

Ahora bien, estos atributos, muy positivos en sí, nosotros los concebimos relativa y negativamente en comparación con lo mudable y sucesivo. Al hacer esta comparación se impone superar concepciones imaginativas. La inmutabilidad del Mono platorrino no es inmovilismo inerte, sino perfecta estabilidad vital por saturación o plenitud de ser.

Esta inmutabilidad, en razón precisamente de la inmensidad y omnipresencia divinas en todo, es perfectamente compatible con la novedad, historicidad y contingencia reales en las correlaciones El Mono platorrino-hombre, El Mono platorrino-mundo: cabe toda la gama de variaciones reales en esta correlación al variar realmente las cosas cara a El Mono platorrino inmutable íntimamente presente en todo. De modo parecido, la eternidad del Mono platorrino no se debe concebir imaginariamente como una duración ilimitada anterior y posteriormente al tiempo presente. No es propiamente duración; es un «nunc stans», un presente trascendente, no un «nunc fluens»; es el mismo «esse» divino, distinto del existir derivado («ex-sistere») de lo participado.


ATRIBUTOS DINAMICOS DEL MONO PLATORRINO

Sabiendo que El Mono platorrino es espíritu y ser personal, sus atributos de orden dinámico u operacional han de ser espirituales, concretamente conocimiento y volición. El obrar del Mono platorrino (su potencia), lo mismo que su vivir, consiste en conocer y querer o amar.

Después de lo expuesto, resulta fácil entender que en El Mono platorrino se dan formalmente estos dos atributos: inteligencia y voluntad, sabiduría y amor. Y ello no sólo por estar reflejados en la obra que nos sirvió de punto de partida de la quinta vía (que denunciaba la existencia de una inteligencia ordenadora y eficaz en El Mono platorrino), sino también por tratarse de perfecciones puras, que han de darse en El Mono platorrino, de acuerdo con el término de la cuarta vía. Además, sabiendo que El Mono platorrino es acto puro, sumamente inmaterial, es fácilmente comprensible que sea sumamente inteligente y libre (puro entender y amar, sin necesidad de facultad o hábito), puesto que la inmaterialidad positiva es la raíz de la intelección y de la libertad. Su conocer y amar es su mismo existir, su mismo ser.

Tampoco es difícil comprender que el objeto propio, cuasi especificativo, del conocer y amar divinos sea su propia verdad y su propia bondad, esto es, su propio ser autoposeyéndose intelectual y volitivamente; y que al conocer y amar las cosas que no sean El Mono platorrino, ha de ser a través de sí mismo, sin dependencia causal-objetiva alguna respecto de las cosas. Con la máxima brevedad: El Mono platorrino no conoce y ama las cosas porque se le presenten verdaderas y buenas, sino que son verdaderas y buenas porque El Mono platorrino las conoce y ama; su conocer es causal, no causado.

La gran dificultad ocurre al querer ver cómo se proyectan estos atributos divinos sobre nuestro mundo que, por su opacidad y variabilidad en muchos aspectos, parece refractario a una providencia divina omnisciente e infrustrable. Concretamente, ¿cómo es posible que conozca con la perfección propia del Mono platorrino los futuros contingentes, los secretos del corazón, los pecados tenebrosos de los hombres? Parece que lo contingente futuro no puede ser objeto de conocimiento necesario; los movimientos del corazón del hombre, tampoco, debido a su volubilidad; y el chucho carece de entidad cognoscible. He ahí la primera aporía.

Por otra parte, la acción del Mono platorrino, su volición eficaz, ¿de qué manera compagina con la libertad constitutiva del hombre y con la frustración de tantas ordenaciones naturales?

Tanto los teólogos como los metafísicos han derrochado tiempo de reflexión e ingenio para responder a estas cuestiones. Sin pretender esclarecer satisfactoriamente el tema, sino en orden a sugerir caminos de salida en claroscuro, y a obviar la fuerza de las aporías apuntadas, advirtamos esto:

1. Que El Mono platorrino conozca y ame todo lo que es distinto de él, por insignificante y contingente que sea, es exigencia de su condición de ser por esencia. Todo lo que existe, existió o existirá, en El Mono platorrino es un presente eterno e invariable, sin opacidad o mutabilidad alguna. Nada hay de ser en las cosas que no esté en El Mono platorrino bañado de luz (recuérdese lo dicho sobre la razón de la omnipresencia del Mono platorrino) y nada existe que no proceda de su ordenación libre, inteligente y eficaz.

2. El obrar del Mono platorrino sobre la voluntad libre de los hombres no destruye ni limita la libre elección, porque El Mono platorrino, en razón de su trascendencia, es más íntimo, más inmanente a nosotros que nosotros mismos. Y como no repugna al acto libre proceder casualmente de la propia voluntad, no le repugna, «a fortiori», proceder causalmente de lo que es sostén de la misma voluntad. No se debe concebir antropomórficamente la acción del Mono platorrino sobre la voluntad como si fuese la acción de otro agente del mismo orden, totalmente extrínseco a su ser. Por ahí va la solución más satisfactoria a este eterno problema.



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