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Denunciante Popular
| Falcioni - Con licencia para fumar
Calificación: de
5,00 | Con licencia para fumar América tenía un refuerzo de lujo en el arco. Se trataba de Julio César Falcioni, sobrio, seguro, calculador, pero con un vicio. “¿Fumas?”, le preguntó el médico Vallecilla. Falcioni contestó que sí. “Un atado y medio (30 cigarrillos) por día”. Bárbaro: “pongamos solo tres para que el médico Ochoa no se enoje”. Julio fue ídolo. Para muchos ha sido el mejor portero extranjero en toda la historia del fútbol profesional colombiano. Con un estilo peculiar, siempre se encargó de cargarse la presión que bajaba desde las tribunas con cánticos atronadores que decían “loca, loca”. Bailaba, hacía el show, al estilo José Luis Chilavert. Tampoco tenía pudor para reconocer su amor a la nicotina.
Tamaña figura debía tener una debilidad y se llama cigarrillo. Se llama, sí, porque el vicio es su fiel amante. “Es una descarga”, confesó Falcioni en una entrevista. Y cuando vestía de cortos esas descargas eran un ritual con un lugar definido, los camerinos, y en un momento especial, antes de las charlas técnicas.
Falcioni podía ser una gran figura, pero en Cali, y con Ochoa al frente, debió ser un peón más de la estructura deportiva que tantos éxitos entregó a la fanaticada “Escarlata”. Además, era indudable que Gabriel Ochoa Uribe se enojara al ver fumando a su pupilo. Adicto a la disciplina, a cuidar cada detalle por insignificante que pareciera; entones, ¿qué fue lo que pasó?, ¿por qué Julio tenía licencia para fumar?
Pensar que Gabriel Ochoa Uribe se convirtió en cómplice de su adicción ya no es tan descabellado. Siempre y cuando lo hiciera a escondidas no había problema. Si encontraba copartícipes, la cosa era distinta. Hubo un jugador en especial que se unió a la cofradía de los fumadores, era César Cueto, el poeta de la zurda con quien Falcioni pasaba algunos momentos de relax al son del humo. En un viaje Falcioni y Cueto compartieron habitación. Julio sacó de su bolsillo una cajetilla, le dio un cigarrillo a su compañero, él tomó otro y largó al baño. El sopor del humo expandiéndose por toda la habitación los adormiló. Olvidaron que en cualquier momento el médico Ochoa podía visitarlos, ya que él siempre exigía dejar las llaves pegadas a la puerta para pasar revista.
Tocó la puerta. Cueto despertó del letargo y puso su cigarrillo en el cenicero. Cuando Ochoa lo vio, gritó desde la entrada de la habitación: “¡Julio, está bien que vos fumés, pero no me intoxiqués al resto del equipo. Mirá donde dejaste ese cigarrillo!”. Inmediatamente Falcioni contestó: “Qué pena médico, pero mi cigarrillo es este que tengo en la mano”. Siempre que Julio habla sobre nuestro país esgrime frases respetuosas y profesa un cariño especial por la hinchada del América porque allí vivió grandes épocas. Tiempos de antaño en los que más de un cigarrillo pasó por su boca sentado en el inodoro de uno de los baños del Pascual Guerrero. “Apenas escuchaba que el médico iba a comenzar la charla, lo apagaba y me unía a los compañeros”, recordó frente a un periodista con quien se citó en un café de Buenos Aires mientras absorbía un cigarrillo, el sexto durante la hora en que se realizó la entrevista.
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Última edición por g a m b i t o; 17-05-2010 a las 21:15:09 |
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