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La dura realidad de la morgue


Retrasaron el reconocimiento del cadáver de su familiar hasta que ya no hubo más remedio. Esperaron hasta que bajar era obligatorio para cumplir el requisito que exigían en la medicatura para autorizar a la funeraria a llevarse el cuerpo y preparar el velatorio. Era la 1:07 de la madrugada.

La mujer -fornida, morena y con poca expresividad en su rostro-, fue la escogida por la familia para adentrarse al cuarto que guarda las consecuencias de la violencia que vive a diario la ciudad. No fueron muchos los detalles que la familia ofreció para explicar por qué ella era la que debía enfrentar aquello. Quizás el temple que mostraba, sin esbozar mayor esfuerzo, fue suficiente para suponer que podría con aquel trance.

Cuando la mujer bajó la empinada rampa que la llevó desde la calle directo a la sala de autopsias de la morgue de Bello Monte, comenzó a sentir los embates de una realidad muy cruel.

Un cerro de féretros la recibió. Luego cantidad de escombros y basura, repartidos a lo largo del trayecto, la acompañaron hasta que entró a un pasillo que la conduciría hasta la propia sala que apila los cadáveres.

El olor de la humedad se mezcló, de repente, con el de la sangre rancia, y esa fue la primera bofetada que recibió la mujer.

Tres cuerpos en el piso, puestos de cualquier modo -uno sobre otro, desnudos y enredados en sábanas sucias y teñidas de sangre- fue la primera imagen que se topó cuando corrió las bolsas que, improvisadas -por las reparaciones que se adelantan-, servían como puertas.

Desde allí, y hasta que llegó a la camilla donde estaba el cuerpo de su hermano, pisó tablas dispuestas sobre enormes huecos abiertos en el piso, necesarios para el cambio de tuberías. Y es que desde hace unas tres semanas, dentro de ese cuarto se alternan las autopsias con los trabajos de remozamiento.

Las tablas que servían de soporte en el piso estaban manchadas por la sangre que debajo de cada una se acumulaba. Allí ya el olor putrefacto envolvía a la mujer y se aferraba a su ropa, a su piel& a sus recuerdos.

Aturdida llegó hasta donde estaba su hermano. Por suerte lo encontró dispuesto sobre una de las cuatro camillas y no en la ruma de cuerpos que estaban en el piso. A esas alturas, el temple de la dura mujer se había visto quebrado por algunas lágrimas que, contra su voluntad, intentaban dejarse colar.

De repente, el dolor se convirtió en un profundo odio. El cambio repentino de la expresión de su rostro respondía a la indicación del funcionario del Cicpc: a escaso metro y medio, yacía el cuerpo del homicida de su hermano. Se lo dijeron cuando completaba el recorrido de salida. En ese instante se detuvo, volteó indignada y miró con desprecio al responsable de su luto. Sólo segundos le dedicó al hombre que ese día la obligaba a sufrir tanto.

Salió despavorida. Aunque sin correr, apuró el paso para dejar atrás todo aquello. En la subida ya no existía algún ápice de su entereza. Estaba devastada.

Adentro los empleados de la funeraria que debían llevarse al hermano de la mujer, tomaron el cuerpo como si fuera el de un muñeco y lo lanzaron sin cuidado dentro de la caja de aluminio. La cabeza del hombre se golpeó con el filo del cofre y luego cayó adentro. Fueron dos los golpes secos.

Ya cuando los funerarios salían, se tropezaron con el cuerpo de una mujer que estaba tirada en el piso, y que se había rodado por estar en la cima de la ruma de cuerpos. La pisaron, luego la arrimaron como si fuera una piedra atravesada en medio de aquel horror.

Recorrido completo

Los que buscan a un familiar desaparecido, luego de pasearse por toda la sala, haciendo lo posible por evitar los pozos de sangre regados, y detallar los cadáveres que están en todo el espacio, pasan a las neveras. Allí están los que más tiempo han permanecido en la medicatura sin ser reclamados. Esos ya están descompuestos. Abren, una por una, las quince puertas y adentro hay un espectáculo mucho más dantesco que el que se puede apreciar afuera. Vísceras, cadáveres incompletos, deformes y hasta desfigurados. El olor, cada vez que abren una por una las cavas, se vuelve más denso, más agudo, más penetrante.

Escombros y más escombros

Se estima que durante unas dos semanas más se alternarán las labores de remozamiento con las de las autopsias. Según se pudo conocer, no hubo manera de habilitar otra sala para no combinar las dos actividades. Es así como durante ese tiempo, las personas que mueren víctimas de la violencia, además de convertirse en un número más, serán parte de los escombros que a veces estorbarán el paso. Y una vez tras otra, como ya ocurría desde hacía tiempo, a esas personas que perdieron la vida a tiros les arrebatarán, también, su dignidad.

La pila de cadáveres puede estar dispuesta en cualquier parte de la sala de autopsias, hay momentos que son varios los cerros por la cantidad. Los cuerpos quedan dispuestos como sea, sin cuidado alguno.










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