Llega la amiga oscura y solo me queda la inquietante sensación de lo que se me presenta como un simple y vago recuerdo. Cansado como gladiador después de su lucha, sin siquiera tener consciencia de haber empuñado su arma. Cubierto por mantos de soledad me refugio en lo que creo que queda de mi; la quimera de la felicidad austera me visita seductora y la recibo con agrado, ella siempre es bienvenida.
Pensamiento procaz, sentimiento innoble, orgía emocional. En la avalancha de circunstancias que conducen las horas me confundo en la ilusión, destierro cualquiera insinuación de realidad, me embriago en el muladar de mi lúbrico imperio y caigo envilecido, pero no menos complacido, en el tálamo sombrío de mis pesares.
Luego mi compañera fiel, esta vez se muestra hostil, se ensaña conmigo, me arrastra en infranqueables oleadas de aversión, dignas de reverencia, y yo con cándido coraje me planto estoico, como la arena frente a la inmensidad del mar, en un intento por enfrentarlas. Y soporto y me hiere y ataco y me fortalezco.
El sendero está ya demarcado, a raíz del insistente transito que me obligo hacer obstinado cada día. Resulta cada vez más fácil recorrerlo. Conozco atajos, y no por eso descarto la idea tomar el camino que resulta más tedioso, él no me falla, me sumerge en una especie de paroxismo intelectual. Ahora vago como el judío errante en busca de mi cielo, de mi dolor, de mi pasión.
Es ineluctable un nuevo comienzo, soy consciente de lo que me espera, respiro profundamente, me armo de valor y me levanto. Heme aquí de nuevo, en el círculo de vicios purificadores que me guía y me educa, y que amo y que guardo como un secreto sepulcral que no revelaré jamás.