Las Malvinas otra vez
El de 1982 fue un año duro en Argentina. Tambaleaba la junta militar instalada en 1976, la represión oficial producía a diario asesinatos y desapariciones, la situación económica rayaba en lo desesperado y el presidente de turno, el general Leopoldo Galtieri, se refugiaba en el alcohol. Fue entonces cuando el régimen militar decidió buscar un elemento definitivo de distracción y le declaró la guerra a Inglaterra por cuenta del pleito de las islas Malvinas, ocupadas a la fuerza por el Reino Unido en 1833. En términos futbolísticos, era como si Cortuluá, con todos nuestros respetos y admiración por tan interesante equipo, celebrara su ascenso a primera contratando un partido contra el Barcelona FBC.
El resultado fue desastroso para los militares gauchos: perdieron la guerra, se rindieron y acabaron entregando el poder. Mientras tanto, Margaret Thatcher, a la sazón primera ministra británica, multiplicaba su popularidad y ganaba las elecciones un año después. Lamentablemente, en la confrontación de 10 semanas murieron 649 militares argentinos (323 de ellos a bordo del crucero 'Belgrano', hundido por torpedos de un submarino inglés cuando se hallaba fuera de la zona de combate), 255 británicos y tres civiles de las islas.
Desde entonces callaron los cañones y la ONU ha pedido en reiteradas ocasiones a los contendores que busquen un acuerdo y se abstengan de acciones unilaterales que puedan aumentar las distancias entre los dos países. Pero ambos han hecho oídos sordos a las Naciones Unidas. Con discreto disimulo, Inglaterra ha realizado avances de soberanía que irritan, no sin razón, a los argentinos: petición a la Unión Europea de incluir a las Malvinas (Falkland, para los británicos) en su mapa; extensión de licencias pesqueras; planes de ampliar de 200 a 350 millas náuticas la zona económica exclusiva; reclamaciones territoriales sobre la Antártida a partir de su control de las islas y licitación de explotaciones petroleras en el subsuelo marino adyacente, que puede albergar de 3.000 a 60.000 millones de barriles de crudo.
Esto último suscitó fuerte reacción del gobierno de Cristina Kirchner, arrinconado, a su turno, por problemas económicos y políticos y acusaciones de corrupción. Argentina decidió la semana pasada controlar el paso de buques de exploración petrolera. La Presidenta firmó el martes un decreto según el cual todo buque que se dirija a las Malvinas a través de aguas jurisdiccionales argentinas deberá solicitar autorización previa de Buenos Aires. De no hacerlo, será interceptado por la Armada argentina.
El gobierno argentino había tomado en los últimos años algunas medidas de retaliación o provocación, como suspender vuelos a las islas, romper el acuerdo de hidrocarburos con Gran Bretaña y ordenar el tránsito de su rompehielos 'Almirante Irízar' por aguas isleñas. Pero ahora da un paso que sube de grado el conflicto. Confiamos en que el desastroso recuerdo de Galtieri impida a Cristina Kirchner avanzar en el camino de los desafíos de hecho. Pero no cabe duda de que Inglaterra exige a Argentina que se comporte con seriedad sin que, a su turno, pueda proponérsele como ejemplo de lealtad en el enojoso conflicto.
Tenemos la convicción de que las Malvinas -como Guantánamo en Cuba y Gibraltar en España- son enclaves coloniales conquistados a la fuerza, que van en contravía de la Historia y que algún día volverán a manos de sus dueños originales. Pero es fundamental evitar las vías de hecho, que conducen a lamentables consecuencias. Lo recomendable sería que Argentina e Inglaterra se abstuvieran de continuar tensionando la cuerda y América Latina, España y Portugal formaran un bloque diplomático sólido y fuerte para respaldar las legítimas aspiraciones del pueblo argentino. Pero sin esgrimir rompehielos ni embarcaciones de guerra.