Los tibetanos, ya sea por necesidad o por creencias, no entierran ni incineran a sus difuntos, a excepción de los menores de 18 años, las mujeres embarazadas y los muertos por alguna enfermedad infecciosa, el resto son entregados en las altas cumbres a las aves carroñeras. Los buitres, “daikinis”, son los ángeles que bailan entres las nubes y serán los encargados de perpetuar el ciclo de la vida, de igual modo que lo hacen con el resto de especies con las que compartimos nuestro planeta.
Considerando que los tibetanos creen en la reencarnación, el cuerpo del fallecido es considerado por ellos como un contenedor vacío y sin ningún valor espiritual.