Tienen imagen pública y un gran reconocimiento, pero no votos. Aún así quieren ser congresistas.
Tal como ha sucedido desde 1991, cuando la Constitución dio el gran salto de una frágil democracia representativa a la fortaleza de la democracia participativa para romper el histórico bipartidismo político que imperó en Colombia durante más de siglo y medio, cada vez que se va a renovar el Congreso de la República afloran candidatos de los más diversos orígenes.
Y los comicios del próximo 14 de marzo no serán la excepción. Los distintos partidos y movimientos políticos -que por estos días están perfeccionando sus listas- incluyen a personajes de amplios reconocimiento nacional pero que nunca han tenido contacto directo con la actividad pública.
Periodistas, actores y actrices, escritores, defensores de derechos humanos, académicos, empresarios, una ex reina de belleza y hasta un torero activo, entre otros, forman parte de este selecto grupo de postulados a parlamentarios primerizos.
Tienen a favor que sus potenciales electores -la franja denominada voto de opinión- los conocen, los perciben como profesionales en su oficio, con credibilidad, de buena imagen pública y alejados de la clase política, es decir no los ven como más de lo mismo.
Pero también tienen desventajas: no tienen ejecutorias públicas qué mostrar y eso, en política, pesa tanto como disponer de recursos con qué financiar una campaña.
Obviamente, cada uno tiene argumentos para cambiar la actividad que les ha dado fama y prestigio, por otra igualmente mediática pero mucho más desgastante (ver nota anexa).
Por ejemplo Iván Cepeda, vocero de la ONG Víctimas de Estado y quien aspira a la Cámara a nombre del Polo Democrático, dice que con muy pocas excepciones en el Congreso de la República “las víctimas no tienen doliente. Yo aspiro a ser la voz que defienda los derechos humanos”.
Javier Hernández Bonnet, el reconocido periodista deportivo, aspira al Senado por el Partido Conservador. ‘Me cansé de que nos metan goles’, es su eslogan de campaña.
Su preocupación es que en el Legislativo tienen vocería los empresarios, los gremios, los industriales, y hasta las clases populares, “pero la clase media es el sector más desprotegido y la que tiene absolutamente toda la carga de impuestos. Es a esa clase a la que vamos a representar para que no le sigan metiendo goles”, dice.
Otro periodista, Felipe Zuleta Lleras, quiere llegar al Senado a nombre del Partido Liberal. ‘El Congreso de la República es una alcantarilla, y la única manera de limpiar las alcantarillas es metiéndose en ellas’, reza su eslogan.
“Llevo 20 años ejerciendo el periodismo crítico. Mi compromiso es meterme en esa cloaca par denunciar a congresistas y funcionarios corruptos, desde adentro. Me convertiré en un fiscal dentro del Congreso”, asegura.
Otros personajes de la vida nacional como el escritor David Sánchez Juliao, candidato al Senado por el Movimiento Compromiso Ciudadano de Sergio Fajardo, afirma que “el Congreso me da vergüenza”. Se propone que la cultura “deje de ser la cenicienta del presupuesto nacional”.
También defensor de intereses gremiales, el torero Over Gelain Fresneda, más conocido como ‘Gitanillo de América’, busca una curul senatorial por el Partido de Integración Nacional, PIN.
Su lema lo dice todo: ‘En defensa de nuestras tradiciones taurinas, culturales y artísticas’. Propone trabajar por “la dignificación de los toreros colombianos y por la autorización para la importación de vacas y sementales a fin de refrescar la sangre brava”.
No menos altruista es la pretensión de la ex reina nacional de belleza Vanessa Mendoza. La beldad se ha dedicado desde la Fundación que lleva su nombre a causas sociales, especialmente en favor de los niños y las mujeres más pobres del Chocó, su departamento. No se siente identificada con ningún partido político, por eso se presentará a la Cámara por las negritudes. “Miro la político como un trabajo social a favor de los más pobres y los afrodescendientes, que todavía estamos discriminados en Colombia”, sostiene.
El costo de la democracia.
Si bien constitucionalmente cualquier persona que cumpla los requisitos mínimos legales puede aspirar a un escaño parlamentario, los costos para el Estado son muy altos: reposición de votos y sueldos de $22 millones mensuales para los congresistas.
Según expertos, se trata de una inversión muy alta que no siempre se corresponde con la gestión de los ilustres ‘padres de la patria’.
“Ese es el costo de la democracia, no hay nada qué hacer. Pero debe servir de campanazo de alerta a la clase política y a los partidos, que tienen que renovarse peor con gente capacitada”, señala el analista Édgar Peñuela Pinto.
A su vez, el catedrático Jorge Giraldo Ramírez agrega que el interés de renovación con figuras públicas ajenas a la política obedece a “la crisis de representación en el Congreso, a la corrupción, al clientelismo y a fenómenos como la parapolítica. Todo eso le abre espacio a la gente nueva”, concluye.