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Entrevista a Ricardo Ferrer Espinosa, autor de Nos matan y no es noticia. Negocios y masacres en el río Atrato


Hace mucho que la realidad colombiana viene excediendo con creces el mundo onírico y el realismo mágico de la obra garcíamarquiana. Hoy quiere parecerse a una pesadilla del más crudo hiperrealismo. Anticipando todos los escenarios catastróficos, pareciera que la debacle final de la oligarquía colombiana, arrastrara al abismo a todos los sectores de la sociedad. La última operación política para salvar las grandes fortunas y el poder atesorado por los grupos dominantes a través de décadas, consiste en facilitar las bases militares al ejército norteamericano como último recurso para cautelar su espacio de dominación en el área y como plataforma “preventiva” contra procesos políticos y gobiernos insumisos de las ordenanzas del imperio.
Ricardo Ferrer fue periodista de la Red Colprensa, de diarios como El Colombiano, comunicador social de varias radioemisoras, testigo y sobreviviente de la masacre de Atrato y actualmente refugiado en España. En enero del próximo año publicará su testimonio: Nos matan y no es noticia. Negocios y Masacres en el Río Atrato. Profundo conocedor de la realidad de su país, nos describe un detallado análisis de la convulsa situación colombiana y expone con claridad lo que muchas veces es distorsionado tanto en Europa como en el resto de América Latina.

1.- Ricardo, ¿que sucedió exactamente en Atrato?

En la mañana del viernes 30 de mayo de 1997 entró un mensajero de las FARC en mi oficina para solicitarme que actuara como mediador entre la Guerrilla y el Comité Internacional de la Cruz Roja. Como Jefe de prensa de METROSALUD, la red de salud de Medellín, creí mi deber intervenir en esta acción de carácter netamente humanitario. La mediación serviría para verificar el estado, entregar muestras de supervivencia de diez prisioneros, infantes de marina, en poder del Frente Nº 57 de las FARC en la zona de Murindó y sobre todo negociar su inmediata liberación.

Dado que en el Derecho Internacional los actores en conflicto interno o externo reconocen a los servicios de salud como entes neutrales, la guerrilla solicitó la mediación o buenos oficios, conscientes de que el enfrentamiento con el ejército y los paramilitares era inminente y podría ocurrir en una masacre de los prisioneros que se encontraban “Fuera de combate por detención”; definición que permite la plena aplicación del Artículo Tercero, común a los cuatro acuerdos de Ginebra. Recordé una frase del Deuteronomio que le escuché a mi padre cuando niño: “Elegirás la vida”, y me dispuse a dar lo mejor de mí para que esta operación no costara vidas humanas. Además de eso la Constitución colombiana expresamente señala en un artículo la obligación de los ciudadanos de contribuir a la paz.

Sin embargo, desde un primer momento me fui dando cuenta que el ejército no tenía ninguna intención de favorecer la mediación, ni siquiera que esta se realizara. Ya en el hangar para vuelos arrendados (Charters), fui interceptado por un individuo de raza negra que me dio su nombre y me señaló que si yo hacía el viaje a Vigía del Fuerte sería muy peligroso para mí y debía ver bien cómo iba a regresar.

Yo pensé que sería sometido a ese tipo de control a mi llegada a Murindó por parte de los mandos de los paramilitares, pero mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que ya desde Medellín agentes de no sé que servicio exactamente, conocían todos mis movimientos. Te reitero que mi función consistía exclusivamente en recoger las pruebas documentales de supervivencia de los prisioneros (cartas, fotos, identidades, etc), para entregarlas al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Se crearía una zona de despeje militar en la zona del Caguán donde la guerrilla pretendía entregar además a otros setenta militares prisioneros de guerra, provenientes de diversas regiones del país, todo ello antes del 15 de junio de 1997.

2.- ¿Que pudiste comprobar a tu llegada?

Desde que la avioneta aterrizó en Vigía del Fuerte comenzaron a suceder cosas muy extrañas que me hicieron pensar que algo anormal estaba sucediendo en la zona. Debo decirte que esa es una región selvática y montañosa, de población principalmente negra e indígena y en la cual yo llamaba inmediatamente la atención por mi tipo físico. Como conocía el lugar, esperaba a mi llegada encontrarme con gente en la pista de aterrizaje, en las calles del pueblo, ventas de fritangas en las veredas, música en el ambiente, como es en las regiones calientes, pero todo estaba desierto.

Me dirigí al embarcadero para continuar viaje en panga (lancha) hacia Murindó, pero ninguno de los lancheros quiso llevarme, aduciendo que ese día no estaban haciendo viajes a Murindó. Tampoco había niños bañándose en la ribera del río como había visto en otras oportunidades. Como pensé que los lancheros no querían llevarme por una cuestión de dinero comencé a regatear con ellos, pero me dijeron en grupo: "Entiéndanos doctor. Es que no están bajando lanchas hacia Murindó".

Fui a la alcaldía, me presenté con el alcalde Wilson Chaberra en su oficina. Había cuatro hombres a su alrededor y un ambiente tenso. Le informé que en Medellín estábamos preparando un Seminario Nacional de Empresas Sociales del Estado, el cuál incidiría en la calidad presupuestaria en los Hospitales y Centros de Salud en todo el país, todo lo cual era cierto. Le entregué unos textos educativos de promoción de la salud y prevención de la enfermedad, confeccionados por Metrosalud, además de trípticos y plegables. Me recibieron los documentos y procedieron a mecanografiar una nota oficial de recibo, además de una constancia de mi visita. Mientras cumplían ese trámite, me dirigí al baño y una persona a la que no puedo nombrar, ni entregar su cargo, me siguió y mientras yo estaba orinando me dijo en voz baja y sin mirarme: "Usted está en serio peligro de muerte. Aquí están pasando cosas terribles. Tiene que buscar el modo de irse lo más pronto posible. No vaya a Murindó porque toda la gente está huyendo de allá".

Salí conmovido de la alcaldía y me dirigí al hospital de Vigía del Fuerte para entrevistarme con el Médico Jefe o el director. Ninguno estaba. Sólo encontré a unas muchachas adolescentes en la oficina del segundo. Me dijeron que ellas eran Voluntarias de Salud y venían desde Murindó con los funcionarios . Les pregunté si podía hacer el viaje de regreso con ellas. Una de las chicas me dijo que tenía que presentarme con el comandante de las autodefensas, que sólo él podía autorizar el viaje. Entonces les propuse pagar yo el combustible. Una chica negra se asustó mucho y me dijo que si iba alguien no autorizado en el viaje, los podían matar a todos y echarlos en el río. Que ya lo habían hecho antes. Además, los paramilitares controlaban absolutamente todo lo que se cargaba en las lanchas, especialmente la comida, la sal y la gasolina. Controlaban hasta la última gota de gasolina que entraba o salía de Murindó. Se registraba a todos los pasajeros que salían, y debían volver los mismos en cada lancha. Salí del hospital ya con miedo, se me acercó otra muchacha que sin más me dijo que debería hablar con el comandante de las autodefensas, que era “un amor” y que ayudaba mucho a la gente. No quería ver al sicario aquel, que llamaban “El Ovejo”.

No quise comprometerme y le pedí la referencia de un hotel donde alojarme. Me recomendó uno que estaba cerca del embarcadero; durante la comida continué escuchando historias de masacres, una anciana que valientemente se sentó a mi lado me contó que le habían muerto un familiar que era su único apoyo para su sustento, otra chica completamente enrabiada me contó que le habían asesinado un amigo de la infancia, y me dijo “¿por qué no se meten con la guerrilla esos hijueputas?”

La anciana que al principio comenzó hablando muy bajito, luego me dijo desesperada: "¡Señor, usted tiene que contar lo que está pasando aquí!".

Todas la versiones coincidían en una versión central. El día 22 de mayo llegaron los paramilitares en pangas (lanchas rápidas), y comenzaron a asesinar personas de los poblados acusándolas de colaborar con la guerrilla. Los vecinos mencionaban muchos nombres sueltos, pero lógicamente no tenían una lista oficial. Luego entró el ejército y no le pusieron problemas a “los paracos”, me decían. Nadie se metió, ni la alcaldía, ni la policía, ni el juez. ¡Ninguna autoridad intervino para proteger a la población civil! Veían cadáveres flotando en el río, piernas, brazos y miembros descuartizados y miraban para otro lado.

“Nos están matando y por la radio no sale ni una sola noticia”, me decían consternados. Estamos en poder de los mochacabezas. Pero lo peor para mí estaba por venir. Regresé a la residencial y recuerdo haber estado leyendo una novela de Guy de Maupassant Bel ami. De pronto la puerta se abrió de golpe y veo a un hombre de raza negra, joven y atlético encañonándome con una pistola. El hombre estaba acompañado de una mujer. Ambos estaban muy alterados, yo retrocedí mostrándoles que no llevaba nada en las manos. Comenzaron a registrarlo todo, mis ropas, mi bolsa de viaje.

El hombre que luego se presentó como el comandante de Vigía del Fuerte de las Autodefensas de Córdoba y Urabá, me dijo que estaban en guerra a muerte con la guerrilla, sus colaboradores y “toda la basura” y que los matarían a todos. Al ver el libro que estaba leyendo me hizo relatarle de qué se trataba. Me quedo claro que no sabía nada de literatura y menos de los novelistas franceses del S. XIX. La mujer estaba fuera de sí y me miraba agresivamente con los ojos desorbitados registrándolo todo, afortunadamente no encontró el carné de periodista que estaba en un bolsillo lateral de la maleta. El hombre me preguntó que quién era yo, y qué hacía en Vigía del Fuerte. Luego me dijo que no correspondía con la descripción que le habían dado de mí. Le mostré las cartillas y los trípticos de salud y le dije lo importante que era preparar el II Seminario de Empresas Sociales del Estado. Que incidiría directamente en la atención de los habitantes de la región. Luego me dijo que nadie le había avisado de la Dirección Seccional de Salud de Antioquia, ni tampoco de la Gobernación de Antioquia sobre la visita de un funcionario de Salud. Que a él le avisaban por teléfono las visitas. Ahora deduzco la estrecha relación entre los altos funcionarios de la gobernación de Antioquia y los escuadrones de la muerte. Adivina quién era el gobernador de Antioquia de la época: Álvaro Uribe Vélez, principal promotor de las cooperativas de seguridad privada “Convivir”. El paramilitar tampoco me pareció “el amor” que me había descrito la muchacha.

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Última edición por jandresom; 31-12-2009 a las 00:12:30
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