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El estacionamiento aún guarda un número de automóviles desvencijados de la época de los gángsters, incluido uno que fue tiroteado por Escobar para darle un aire más auténtico. Los niños se suben a las chatarras de los automóviles y juegan en una carroza colonial. Los dinosaurios de cemento son sus columpios.
Muchos de estos niños tienen historias atroces de cuando huyeron de sus casas después de que sus familiares fueran asesinados por la guerrilla, pero en Nápoles parecen felices.
“Aquí nos divertimos mucho. Tenemos todo esto para jugar”, dijo Leo, un niño de 13 años.
Sentado bajo una gran acacia que se mece al viento, Perea, quien se gana la vida con sus vacas y vendiendo plátanos, dijo que a veces extraña su tierra en la provincia de Chocó.
“Me gustaba tocar la guitarra y cantar en las noches con mis amigos y tomarme unos tragos, pero tuve que dejar la guitarra en el pueblo. Esta es mi casa ahora”, relató Perea, mirando a los hipopótamos.
“Supongo que soy un poco como los hipopótamos. Ellos también vinieron de lejos, pero ahora son felices aquí”.
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