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Antiguo 20-11-2009 , 16:41:29   #2
Tyler Durden
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Predeterminado Respuesta: ¿Qué tan loco está?

Según Krauze, Chávez sigue un libreto: el de la revolución cubana. Recién posesionado dijo ante un auditorio de estudiantes que: "Venezuela va hacia la misma dirección, hacia el mismo mar hacia donde va el pueblo cubano, mar de felicidad, de verdadera justicia social, de paz".

Su obsesión por Bolívar se sumó a la fascinación por Fidel Castro. Chávez ha retomado las anacrónicas banderas de la Guerra Fría, ha construido una eficaz retórica anti-imperialista, y ha montado a su gobierno sobre la idea de que la revolución bolivariana será atacada desde afuera. Bien sea mediante su propio asesinato o mediante una invasión, asimilando así su destino al de todos los venezolanos. En virtud del miedo que infunde el enemigo extranjero, se postula como perpetuo salvador de la patria.

El juego doble

Pero, más allá de su visión mesiánica del poder, Chávez se debate entre dos polos. La ambigüedad, la incoherencia y la disociación son inherentes a su forma de gobierno. Con frecuencia sus palabras y sus actos van en sentidos contrarios. Mientras le gritaba "¡pendejo!" a George W. Bush, lo tildaba de criminal de guerra y le aseguraba que primero saldría él de la Casa Blanca, que Chávez de Miraflores, pagaba 1,2 millones de dólares a una firma de lobby para mejorar su imagen en Washington.

Más allá de su espíritu camorrero, los cambios intempestivos de ánimo hacen parte de su siquis. El general retirado Alberto Rojas Muller, jefe de la campaña de Chávez en 1998, citado por Marcano y Barrera, dice que "es un individuo que vive estados de ánimo oscilantes entre momentos de extrema euforia y momentos de decaimiento". Esa ambigüedad y los cambios repentinos de ánimo han sido la constante en su relación con Uribe. Puede pasar de llamarlo paramilitar y pedir que se muevan sus tanques a la frontera, a abrazarlo, como ocurrió en la cumbre de la OEA en Santo Domingo el año pasado; llamarlo amigo del alma y ufanarse de la química que hay entre los dos.

Esta suerte de bipolaridad es mucho más común de lo que se cree en los hombres que ejercen el poder, que con frecuencia exultan vanidad y narcisismo. Edmundo Chirinos, ex terapeuta de Chávez, citado por Jon Lee Anderson en su artículo El revolucionario, dice que el Presidente de Venezuela tiene una sicología similar a la de Simón Bolívar: "Es de mal genio y difícil cuando se siente frustrado" (...) "Tiene tendencia a la vanidad. Denota un irrestricto autoritarismo y predispone a la gente en su contra". No obstante, Chirinos certifica en este reportaje que Chávez está completamente sano y es una persona completamente normal. "Aparte de su poder, no es distinto de usted o de mí", dijo.

Paranoia política

Como buen caudillo, Chávez siempre ha sido un poco paranoico. Cuando era candidato a la Presidencia, su escolta tuvo que ser reforzada. Se sabe que el servicio secreto de Cuba es quien se encarga, finalmente, de su seguridad. Ante la idea de que van a asesinarlo, ha dicho: "¡No se les ocurra, no por mí, sino por lo que puede pasar en Venezuela". Él pronostica que su muerte desencadenaría, como la de Jorge Eliécer Gaitán, 50 años de guerra. La semana pasada en su controvertida alocución de Aló Presidente dobló la cifra y dijo que la guerra con el imperio sería de 100 años. .

Su paranoia se disparó aun más después del 11 de abril de 2002, cuando se fraguó un golpe en su contra que lo tuvo durante 48 horas fuera del poder, y en el que participaron algunos de sus más conocidos. Los golpistas querían que renunciara, pero que no abandonara el país. Por una jugada del destino, los militares entendieron en cuestión de horas que Pedro Carmona y el grupo de empresarios que se apoderaron de la Presidencia no contarían con el apoyo popular que tenía Chávez y decidieron restituirle su lealtad a éste. Uno de los militares que fueron clave en el regreso de Chávez fue Raúl Isaías Baudel, quien años después, ya distanciado del chavismo, hizo una campaña que resultó definitiva para atajar la reelección indefinida del caudillo. Hoy Baudel está en la cárcel y se le considera un preso político. Chávez está convencido de que los gringos estaban detrás de la conspiración de aquel abril. Desde entonces su hipótesis es que la CIA está buscando su caída.

Algunos hechos reales, como el ingreso de paramilitares a Venezuela, se han convertido en una hipérbole de amenazas, atentados y anuncios de invasiones inminentes. Desde siempre, Chávez se siente parte de una guerra asimétrica, donde el pueblo en armas tendrá que defender a su líder y su revolución. Ha construido un sistema de milicias y de vigilancia comunitaria muy similar al cubano (pero menos eficiente), compró 100.000 fusiles de asalto y ha gastado 5.000 millones de dólares en armas rusas.

El líder venezolano parece ignorar que Estados Unidos ha abierto dos frentes de batalla, en Afganistán e Irak, que ahora no sabe cómo cerrar. Y que realmente Venezuela, y en general América Latina, está en el último renglón de las preocupaciones de la potencia del norte. Si esto era verdad con Bush, lo es aún más con Obama. Y pensar que las bases de los gringos en Colombia son para vigilarlo o atacarlo es ignorar que bien pueden hacerlo desde Curazao, donde tienen otra base más cercana, o desde Miami, que está justo al frente de sus playas.

En medio de su paranoia Chávez no trata a sus adversarios como contradictores políticos, sino como enemigos en una lógica de guerrerista. Manuel Rosales, quien fuera su contrincante en las últimas elecciones, terminó exiliado en Perú y acusado por la justicia chavista de haberle pagado a paramilitares colombianos para que atentaran contra el Presidente. Todo ello basado en testimonios dudosos de dos paramilitares colombianos, que han sido manipulados por los organismos de inteligencia de Chávez.

Por eso quizá Chávez ha tomado decisiones tan extrañas como desarmar a la Policía en los cinco estados gobernados por la oposición. Uno de los más afectados es Táchira, que vive una situación de violencia sin precedentes, y cuyo gobernador, César Pérez Vivas, se ha convertido en el blanco de los epítetos y señalamientos del Presidente. Allí la autoridad tuvo que volver al bolillo.

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