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►CDaniel◄
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Predeterminado Respuesta: 50 momentos inolvidables del deporte colombiano


El batazo de oro de Rentería
Con la pizarra igualada a dos carreras, en la parte baja de la undécima entrada del séptimo y último partido de la Serie Mundial de Béisbol, el estadio Pro Player de Miami (Estados Unidos) ofrecía un apoyo incondicional a sus Marlins frente a los Indios de Cleveland, la madrugada del lunes 27 de octubre de 1997. Es el turno del colombiano Édgar Rentería. Sus compañeros gritaron "¡Ganamos!". Así era la confianza en el bate oportuno del pelotero que un año atrás había debutado en las Grandes Ligas. Charles Naggy lanzó la pelota y Rentería la puso en el jardín central. El colombiano alcanzó desde entonces el rótulo de estrella de la pelota caliente.

Montoya gana el GP de Mónaco
Juan Pablo Montoya nunca ha besado un trofeo con tanta pasión como lo hizo con la copa de plata que obtiene el ganador del Gran Premio de Mónaco de Fórmula 1. El domingo 10 de junio de 2003, con el corazón a más revoluciones por hora que su auto, y sin parar de sonreír, recibió la insignia de manos del príncipe Rainiero. Enseguida se paró en la quinta y última de las escaleras adornadas con una alfombra roja y al escuchar los primeros acordes del himno de Colombia, se quitó la gorra azul rey, bajó la cabeza y estuvo a punto de llorar y de reír al mismo tiempo. La imagen es inmortal: un escalón debajo están Michael Schumacher, a su izquierda, y Kimi Raikkonen, a su derecha. Detrás de él, a su izquierda, la princesa Carolina; en el centro, Rainiero, y a la derecha, el príncipe Alberto. Fue el epílogo feliz de una carrera perfecta en el difícil trazado monagesco, que, según afirman los que saben, sólo ganan los pilotos más talentosos. Y Montoya lo hizo con honores, al imponer nuevo récord de tiempo total: una hora, 42 minutos, 19 segundos. Ese día no cabía de dicha y hasta bañó en champaña a Schumacher. Luego se abrazó largamente con su esposa, Connie Freydell, y también para ella hubo un beso apasionado en la boca.

Lora vs. Vásquez
Antes de ser coronado como campeón mundial, la crítica cubana que domina el sur de la Florida, en Estados Unidos, había calificado al colombiano Miguel "Happy" Lora como el mejor boxeador del peso gallo del mundo. Por eso, en ese agosto de 1985, cuando se tituló al superar al mexicano Daniel Zaragoza, a nadie sorprendió el resultado. Sorpresa sí cuando Lora va a la lona en la primera defensa en Miami ante los puños del puertorriqueño Wilfredo Vásquez, pero se levanta y ofrece un concierto de técnica pugilística para retener el título y maravillar al mundo. La prensa especializada, al poco tiempo, lo ubica como uno de los tres mejores, al lado de Mike Tyson y Julio César Chávez.

La patada voladora de Arley Betancourt
La vida puede cambiar de golpe. O mejor, por un golpe, como le pasó a Arley Betancourt, que en 1995 estaba en la fila de posibles sucesores de Carlos Valderrama. Pero un terremoto causado por su temperamento lo borró de la lista. El 22 de marzo de ese año, México y Colombia jugaban la semifinal del torneo de fútbol de los Juegos Panamericanos. El árbitro costarricense Ronald Gutiérrez le mostró la tarjeta amarilla a Arley por botar un balón lejos. La respuesta del colombiano fue digna de un karateca: le lanzó una patada voladora y luego lo agarró a puños. De nada valió su posterior arrepentimiento: lo suspendieron un año y nunca volvió a ser el mismo.

Molinares vs. Starling
Marlon Starling parecía encaminado a retener el título del peso welter de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB). La noche del 29 de julio de 1988, en Atlantic City, Starling dominaba sin sobresaltos al colombiano Tomás Molinares, en una pelea transmitida de costa a costa en Estados Unidos. Pero en la esquina de Molinares estaba un viejo zorro, el argentino Amílcar Brusa, el mismo entrenador de Carlos Monzón, a quien le gustaba que sus pupilos lanzaran golpes de principio a fin. Y Molinares soltó un derechazo sobre el final del sexto asalto y Starling se desplomó para coronar al colombiano. Todavía hoy se discute si el golpe fue antes o después del campanazo.

La fuga de Botero
En el 2002 Santiago Botero le ganó la contrarreloj a Lance Armstrong y seis etapas después se involucró en una larga escapada, en una jornada que contó con siete pasos montañosos, el último de ellos de fuera de categoría. En los kilómetros finales cambió de relación y se fue en solitario. Su ventaja de 1 m 50 s lo llevó a mermar el paso en el kilómetro final. Su rostro no reflejaba el cansancio de los 226 kilómetros del recorrido. A 500 metros de la meta, Botero se dio cuenta de que ondeaba una bandera colombiana en las vallas de seguridad. Lanzó el brazo derecho para quedarse con la tricolor, pero el aficionado no se la dio. Frustrado, se persignó y entró victorioso.

El gol del "Palomo" contra Israel
A Albeiro Usuriaga le empezaron a decir "Palomo" cuando vivía en Cúcuta, en sus primeros trinos como futbolista profesional. Salía a pasear por el malecón vestido de sombrero, traje y zapatos blancos. "Ahí viene el Palomo", decían sus amigos. Y así se quedó. Años después, ese hombre que buscaba distinguirse y ser el centro de atracción se hizo único y fue el más admirado del país. El 15 de octubre de 1989, en el estadio Metropolitano de Barranquilla, el larguirucho gigantón negro de 1,92 metros, piernas de garza y guayos de siete leguas, se escurrió en el área minada de Israel y, de puntazo, estalló el gol del 1-0 con el que la selección levantó el vuelo a su primer Mundial de Fútbol en 28 años: el de Italia-90.

La Copa América
Lloró como un niño asustado, como un hombre feliz. "Es para toda Colombia... ¡Snif! Es para que seamos un país mejor... ¡Snif! Este es un triunfo de todos... ¡Snif!", dijo, entrecortado, Iván Ramiro Córdoba. Fue el llanto del capitán de la Selección Colombia de Fútbol que, el 29 de julio del 2001, ganó la Copa América al derrotar 1-0, con gol suyo, a México en Bogotá. Fue al minuto 20 del segundo tiempo, cuando levitó en un instante eterno, giró la cabeza como si tuviera una rosca en la nuca, sacó un berrido de gol de su garganta y apretó los puños en sus brazos como aspas. Esa tarde soleada de domingo, el fútbol colombiano agarró el cielo con las manos y su capitán, por ese entonces de 24 años, se puso y puso a llorar de emoción a todo un pueblo. ¡Colombia, campeona!

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