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Predeterminado Respuesta: Un día en Tangamandapio

Los de verdad, verdad

Jaimito el cartero es uno de los símbolos del principio del fin de El Chavo, representa una época sin Don Ramón y Quico, sin risas pregrabadas; un tiempo donde el programa dejó de ser independiente y pasó a ser un segmento de Chespirito. Los años pesaban sobre Roberto Gómez Bolaños y eso se notaba en la barriga y las arrugas, la voz y los movimientos. Los capítulos eran rehechos con libretos de diez años atrás y la escuelita le había dado paso a la fonda de Doña Florinda. No se puede hablar de decadencia si nunca se ha sido grande, y El Chavo fue descomunal entre los gigantes, pero que grabaran capítulos hasta 1995 fue un abuso.

Muy diferente debe pensar Roberto Escobar, director de la oficina de Correos de Tangamandapio y quien era el cartero del pueblo cuando Raúl 'el Chato' Padilla los visitó. Orgulloso tiene en su oficina fotos con el personaje y recortes de prensa que registran el momento. Su tarjeta de negocios trae una foto suya muy joven, junto a Padilla y una bicicleta. "Roberto Escobar Huerta. Administrador de Correos. Portal Hidalgo 7 Centro. Tel 5183154 (casa). Santiago Tangamandapio, Michoacán", dice.

Está esperando dos ejemplares de esta revista. Se las prometí el día que lo conocí y hace poco llamó para recordármelo. Espero que no se ofenda con mis palabras. Ese cartero llamado Jaime es para Roberto lo más grande y yo no soy nadie para refutarlo.

En el segundo día en el pueblo, Padilla salió muy temprano rumbo a la oficina de correos. Desde horas antes la calle estaba repleta de personas que cuando lo vieron salir le pidió autógrafos, le tomó fotos y lo invitó a desayunar a la casa. Iba a verse con Roberto, que era el cartero de Tangamandapio desde 1979. Se tomaron fotos junto a la bicicleta y este le pidió a Padilla que la montara. En una salida genial, 'el Chato' respondió que gracias, pero quería evitar la fatiga.

Roberto me enseña un recorte de periódico de 2002. El artículo se llama: "Tangamandapio sí existe" y cuenta que Roberto Gómez Bolaños necesitaba un personaje que reemplazara a Don Ramón. Se decidió por un cartero en lugar de un policía, pero no quería que fuera de una ciudad conocida. Agarró un directorio y se topó con Tangamandapio. El nombre le sonó a trabalenguas y le pareció perfecto. La versión de Roberto desmiente la historia contada por Francisco Arroyo.

En plena entrevista llega José Luis Campos, cartero que relevó a Roberto tras dieciocho años de pedalear. En cambio la vieja bicicleta de 1983 tuvo que esperar hasta el 2000 para jubilarse, fecha en la que fue reemplazada por una todo terreno de cambios. Pese al retiro, aún existe. Le pido a Roberto que se ponga su vieja gorra y saque esa oxidada cicla para tomarle una foto. El viejo cartero cumple, pero debe irse ya. José Luis, en cambio, puede ayudarme con lo que necesite, la presidencia municipal ya dio el permiso. Hoy no se repartirán más cartas en Tangamandapio por culpa mía.

José Luis tenía dieciséis años cuando Padilla los visitó. Cursaba bachillerato y soñaba con ser dentista. Alcanzó a estar un año en la universidad, pero se retiró. En cambio se fue a Estados Unidos a trabajar, allí vivió once años y regresó en 1997 con mucho estrés y pocos ahorros.

Reparte cartas de ocho de la mañana a tres de la tarde de lunes a viernes, unas 200 diarias. Dos semanas en el mes son las más complicadas, la primera y la última, porque es cuando llegan los balances bancarios y las facturas por pagar. Me cuenta que en el pueblo hay empresas que maquilan ropa para la cadena JC Penny, en Estados Unidos. De hecho, el treinta por ciento de la población se fue y vive en dicho país. Me explica que acá los ricos y los pobres están revueltos. La familia con más dinero en Tangamandapio son los Pérez; tienen una fábrica de muebles y emplean a unas cien personas.

Subimos al cerro de La Cruz, desde donde se ve la panorámica del pueblo. José Luis sigue hablando y me señala a lo lejos el centro de Alcohólicos Anónimos, porque en Tangamandapio hay quienes toman bebidas con 96 grados de alcohol. Algunas tiendas las venden clandestinamente aunque estén prohibidas desde hace doce años. El licor es efectivo y barato, $20 mexicanos —unos $4.000 colombianos— garantizan una borrachera de días.

Pasamos por escuelas, canchas de fútbol, caminos destapados y nacimientos de agua. Sin darnos cuenta hemos llegado a la casa de José Luis. Tiene una tienda, al frente del mostrador está su hija de siete años, que acaba de terminar su jornada escolar. Me invita a pasar, me presenta a su esposa y a su hijo varón de tres años, me brinda agua y pide que lo espere. Vuelve con estampillas de Roberto Gómez Bolaños y me las regala sin pedir nada a cambio. Es hora de partir. Son las cinco de la tarde y me esperan nueve horas hasta el DF. José Luis y a su hija me acompañan a la carretera, una vía internacional que va desde Chiapas hasta la frontera con Estados Unidos y se cercioran de que tome el camión a Zamora, no vaya a ser que termine por error en Guatemala.

Los habitantes de Tangamandapio sueñan con un homenaje póstumo para 'el Chato'. Hacerle un busto, ponerle su nombre a una calle, sacar una estampilla con la imagen de Jaimito. Espero que para el día que yo regrese al pueblo, ese sueño se haya hecho realidad. Porque yo prometo volver y esa promesa sí será cumplida. Palabra de colombiano.



Francisco Arroyo, responsable de que Raúl Padilla visitara Tangamandapio, junto a su esposa, Elisa. Al centro y a la derecha, dos escenas cotidianas. La de Roberto vestido de cartero no se ve hace 10 años, y en la otra, Sabas González posa con alcurnia y sin tres dedos de la mano.

En su último sketch con Roberto Gómez Bolaños salió interpretando a un policía y evitó la fatiga para siempre el 3 de febrero de 1994

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