Unos monjes se encontraban recluidos en el monasterio, y tanto era el tiempo que llevaban sin tener sexo, que decidieron compincharse con las monjas del convento que estaba pegado al suyo, y que también estaban bastante arrechas. De esta forma, se les ocurrió perforar unos agujeros en la pared en las capillas que solo estaban separadas por un tabique, de manera que a la hora de bajar a rezar pudieran realizar los actos sexuales.
A partir de entonces cada vez que sonaban las campanas para ir a rezar monjes y monjas se pegaban a la pared para echar un buen polvo. Ante el poco interés que mostraban los monjes al rezar y tras haber encontrado restos de semen en la pared, el padre superior decidió instalar unas cuchillas en los agujeros y así cada vez que un monje metiera el pene para tener sexo se quedaría sin miembro para siempre.
Transcurrida una semana el padre superior reunió a todos los monjes en el comedor para ver cuántos de los monjes habían quebrantado los votos sagrados. Puso a todos en fila e hizo que se subieran la sotana para ver si tenían o no pene. Cuál fue su sorpresa al descubrir que todos los monjes ya no tenían pene excepto el último de la fila al que le preguntó:
- ¿Y tú cómo es que aún tienes pene?
A lo que éste le contestó:
- Ezque do metia da dengua.